No quise ir a la oficina del jefe mientras él estaba fuera de Chile. No me cabe duda que regresaría pavoneándose de su viaje a Buenos Aires. La guapa Perla Arancibia, su secretaria, debía hacer el trabajo cotidiano. Estaba bien rica la Perlita, pero era propiedad del jefe, y como no me meto en marruecos ajenos, me quedé en mi querido Ñuñork dándome la vida del oso mientras mi jefe zarandeaba y comía bifes chorizos.
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Hasta con decirle que ni Las Lanzas tenía a
sus parroquianos. Eran esos días en que todos se arropan y se quedaban en casa.
Todos, menos yo.
Caminé cuatro cuadras y me aburrí. Mi paquita aún
está en el sur lidiando con los mapuches y yo, en Santiago, enfrentando la
soledad.
Algunas gotas de agua comenzaron a caer cuando
decidí regresar a mis aposentos. Las calles solitarias me deprimen y pensé que
lo mejor sería abandonarme en algún programa de la televisión y al albergue de
un buen whisky. “Así deben vivir los esquimales”, pensé. Solos y cagados de
frío.
Pero, como a nadie la falta un dios, pasando
por el teatro de la Universidad Católica me encuentro frente a frente con
Susana, mi ex cuñada. La hermana de mi ex mujer en vivo y en directo. Tenía
veinte años menos que ella y por alguna razón que nunca supe, me odiaba. Hoy,
un poquito más regordeta pero manteniendo su firme figura de siempre, me saluda
como en los mejores tiempos.
- ¡Exe! Que haces por aquí
- Por aquí vivo Susana… ¿y tú?- Vine al teatro, pero yo vivo en Los Trapenses
- ¿Casada, soltera, viuda, separada?
- Las cuatro cosas juntas Exe. ¡Qué rico verte!
- ¡Pero hace algunos años me odiabas!
- Eran celos, gordito. Compréndeme.
- ¿Andas sola?
- ¿Aun sigues dándotelas de lacho?
- Es sólo una pregunta
- Ando con unas amigas, pero me puedo separar de ellas si tú quieres.
Dicho y hecho. En la práctica, a los pocos
minutos caminábamos del brazo con destino a mi departamento. Estaba casada,
pero se sentía sola y abandonada por su marido. Nunca pudo tener hijos y nadie
la esperaba en casa.
Me mamé diez minutos de preguntas estúpidas.
De mis hijos, de mi viudez, de mi pega y de todo. Después me mame otros diez
minutos donde ella me hablaba de su marido, su soledad, su vida en Los Trapenses
y todo. Como es de imaginar, había puesto la calefacción al máximo. Sudaba
hasta mi gato chino… y ella también.
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- ¡Qué tarde es! Tengo que irme. ¿Me vas a
dejar?
- ¿En qué?- ¡En tu auto!
- ¡Hace años que no tengo!
- ¡Que rasca eres, Exe. ¿Andas en micro?
- En micro, en taxi y en metro.
- ¿Y te acostumbraste a compartir con los rotos?
- Lo tengo asumido, Susanita.
- ¿Cómo mierdas salgo de aquí entonces?
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- ¡No me digas nada más! ¡Siempre pensé que eras un pobre hijo de la gran puta!
Llovía cuando mi cuñadita salió del edificio.
Desde la ventana de mi departamento vi que tomó un taxi para regresar a su
guarida en lo alto de la capital. Sonreí y volví a meterme en la cama. Su
almohada aún tenía aroma a perfume de mujer. ¡Y qué mujer!
Exequiel
Quintanilla