MI NIETO
- Viejo, ¿te puedes quedar con tu nieto
este fin de semana? Mira que nos salió un viaje relámpago con la Josefina y no
tenemos con quien dejar a Joaquincito. Será sólo una noche.
Diablos. Hace años que dejé de criar y
de soportar pendejos, me dije. Pero era imposible darle un NO a mi hijo mayor,
ya que en el fondo él es uno de mis grandes sponsors. Además mi paquita sigue
en La Araucanía y yo sin panoramas interesantes.
- ¿Una noche?
- Si, papá. Te lo llevamos ahora y lo
vamos a buscar mañana a mediodía.
¿Qué hacer con un condenado de doce años
al que veo poco, tarde y nunca? Bueno, habrá que arreglárselas. ¿Cómo entretener
a un pendex que se lo pasa pegado a su celular?
Cuento corto: a la hora estaba en casa
con un cabro espinillento más alto que yo con cara de pailón, zapatillas verdes
viejas y desabrochadas, una polera amarilla deslavada que decía FUCK YOU y el
pelo despeinado. Con las manos en el bolsillo y con cara de amurrado me dice
“-Hola tata” y entra a mi departamento. Yo me despedí de sus padres y cuando
entré lo encontré en el living cruzado de piernas sobre el sillón y escuchando
quien sabe qué cosas en su celular ¿Así le llaman a esos adminículos que usa
todo el mundo?
-¿Un vaso de leche?
- Tata… yo no tomo leche. ¿Tení barritas
de cereales?
- No Joaquincito. Pero si quieres vamos
al súper y compramos.
- Ni ahí tata. Ya veré que comer.
- ¿Eso es un celular?, le pregunté
tratando de tener alguna conversación inteligente con el huacho.
- Sipo... Perdona, pero ¿te vas a quedar
mirándome así todo el tiempo?
- Lo siento. Es que poco entiendo a los
jóvenes de ahora.
- Tengo hambre tata, ¿almorzamos acá o
me llevas a alguna parte? Mis papas me contaron que tú eras una fiera en esto
de salir a comer. ¿Dónde me llevarás?
Gran dilema. Por principio no entro a
ningún boliche de comida chatarra. Por otra parte si lo llevo a un ambigú
decente no me dejarán entrar con el pendex; igual cosa pasaría en otros
boliches de conozco. ¿Qué te gusta?, le pregunté.
- “Tu invitas tata”, me respondió antes
de partir al baño y dejarlo chorreado por todas partes.
Para hacer la tarde más corta se me
ocurrió llevarlo bien lejos. –Vamos a ir a comer pizzas al Parque Arauco, le
comenté.
- No po’ tata. Allá voy siempre.
¡Llévame a alguna de tus picadas! Te prometo que me portaré bien.
- ¿Y te cambiarías esa polera que traes
por otra más decente?
- Si vamos a tus picadas, de todos
modos, -responde mientras abre su mochila y saca otra polera raída y gris - ¡Algo es algo!, le comenté sonriendo.
- Es lo que hay, tata, devolviéndome la
sonrisa.
Estábamos comenzando a hacernos
compinches. Incluso cuando salimos dejó su multicelular guardado en su mochila.
Nos fuimos caminando para cruzar la Plaza Ñuñoa y llegar a uno de mis enclaves
predilectos. Como un buen día de sol pero sin demasiado calor llegamos a Las
Lanzas y nos sentamos en la terraza. Se acerca un mesero con cara de poco amigo
al ver que había un chico sentado en la mesa y al verme cambió de parecer y me
saluda afectuosamente.
- Don Exe ¡Qué gusto verle!
- Igual Rosendo. ¿Cómo le va?
- ¿El muchacho? ¿Es suyo?, preguntó
riéndose
- Si le contesté. Me lo gané en la rifa
del arzobizpado.
Todo se hizo más fácil. Coca Cola para
Joaquincito; Campari para mí. Papitas chips para él, un causeo de queso de
cabra para mí.
- Tata ¿Puedo comer lomo a lo pobre?
- Pero lógico, Joaquincito. (El pobre no
sabía que su padre me había financiado este almuerzo y mucho más por quedarme
con él)
- ¿Y puede ser otra Coca?
- También, respondí.
Almorzamos tranquilamente mientras yo le
contaba algunas de mis aventuras (las publicables) de mi juventud. El devoraba
el lomo con papas fritas + mostaza + kétchup + mayonesa + ají y + sal, y yo
disfrutaba con fruición una excelente pescada frita con ensalada a la chilena y
puré picante. Él con Coca Cola y yo con un buen sauvignon del año. De postre,
helado para él. Yo, sólo un café-café.
- ¿Tienes computador en tu departamento?
- Si lo que tengo se le puede llamar
computador, claro que sí.
- ¿Y banda ancha?
- ¡Me preguntas por eso de Internet?
- Claro po.
- Sí. También tiene.
- ¿Me lo prestas llegando a casa? Quiero
bajar música.
- ¿Y no tienes ganas de ir al cine?
- Tata… ¿tú sabes que estamos en el 2014?
- ¿Y?
- Las películas buenas son para mayores
y no me dejan entrar, así que las bajo de internet…
Se sentó en el computador y se olvidó de
mí. Sólo se acercó para preguntarme si podía actualizar mi equipo. Con tal de
tenerlo tranquilo le contesté que hiciera lo que se le viniera la gana con el
PC. “Menos ver películas porno”, le advertí.
-Jajaja Tata… ¡Tú también intruseas por
allí! ¿Eh?
Simpático el guacho, pensaba cuando se
comenzaban a cerrar mis ojos sentado en el sillón del living. Al rato lo sentí
que me tapaba con una frazada. Cuando desperté, mi nieto aún continuaba en el
computador. No quise ofrecerle leche pero vi que se había despachado varios
yogures que tenía en el refrigerador. Le ofrecí un té y él prefirió contarme
las actualizaciones que le había hecho al PC. Me hablo de gigas, bytes, kilos,
troyanos, disco duro, Explorer, Java, Firefox y otras cosas que no le entendí.
– Tienes computador para rato, me comentó. Le di las gracias y le pregunté si
tenía hambre. –Mucha, Tata, respondió. Definitivamente ya se me había olvidado
el hambre de los adolescentes.
- ¿Puedo proponerte algo?
- Tú mandas hoy, le contesté.
- Por qué no vamos al Súper y compramos
algunas cositas ricas y nos quedamos viendo una película en el cable ¿Tienes
cable?
- Yo pensé que querías salir.
- No tata, prefiero aprovecharte y saber
más de ti.
Me enterneció el pendex. Compramos una
pizza congelada, maní, pistachos y quesos varios ya que él quería aprender el
sabor de los quesos. - Las minas, tata, se vuelven locas cuando uno sabe algo
que ellas desconocen. Tú me enseñas de quesos y yo te enseño a bajar música del
computador. ¿Trato hecho?
Nos dimos la mano y a pesar de que nunca
bajaré música del PC, él aprendería de quesos. Ni les cuento la cara agria que
ponía cuando le di de probar un queso azul. Abrí una botella de syrah para que
catara unas gotas cuando degustaba los quesos. Degustamos diez diferentes y
aprendió algo. Algo, pero mucho más de lo que sabía.
- Eres un Gurú, me dice orgulloso cuando
terminamos a las dos de la mañana la cata de quesos. – ¡Nunca imaginé que lo
pasaría tan bien en tu depa!
Pasadas las diez de la mañana me fue a
despertar. Me había preparado desayuno. Un trozo de pizza que había puesto en
el microondas, un café aguado y un vaso de jugo bombillín. Se había bañado y orgulloso
mostraba su desayuno y la misma polera del día anterior. No quería irse cuando
lo vinieron a buscar. Le explicaba a su mamá las cualidades del queso azul y del grana padano; las
diferencias de un gauda y un Chanco; del sutil sabor de la mozzarella de búfala
y lo rico del gorgonzola, y lo buenos que eran los de cabra, de oveja y los de
vaca. Ambos habíamos aprendido una humilde lección.
Quedamos en que regresaría en dos
semanas más a quedarse otro fin de semana. Yo, mientras tanto, despacho estas
notas en un Cyber cercano a mi departamento, ya que aún no logro descubrir las
actualizaciones que le hizo a mi equipo. Pero ya vendrá nuevamente. Y si me
ayuda con el computador, yo feliz le
enseño a diferenciar jamones o lo que venga.
Este pendex va para cronista gastronómico.
Exequiel
Quintanilla