LA TAROTISTA
Es exigente el trabajo
de no hacer nada… ni conocer a nadie. Aunque no lo crean, Santiago Centro es un
gueto que cuesta conocer y afincarse. Cuando vivía en la Plaza Ñuñoa, todo me
era cercano y familiar. La gente se saludaba en la calle e incluso se podía ver
de vez en cuando a un boy scout ayudando a cruzar la calle a una viejita.
Como tengo tiempo –de
sobra- ya que Lulú, mi única conocida en el barrio es de las que se mata
trabajando y cuando nos encontramos, poco tiempo tiene para soportarme, decidí
recorrer lo que se puede llamar “el entorno” con el fin de registrarlo en mi
alicaída memoria y tratar de no perderme en esta jungla de cemento. Como Lulú
me advirtió que no intentara salir en la noche, más allá de las diez -dijo-,
estoy ocupando mis horas laborales para ir haciéndome una ruta que tiene como
kilómetro cero la Plaza de Armas de Santiago.
El corazón del gueto es
más grande de lo que se piensa y más activo de lo que se supone. Allí confluyen
razas, costumbres, comidas y tradiciones. Dependiendo la calle y su
orientación, cada cuadra es un pequeño país. El sector que da a la calle Ahumada
es casi chileno, con oficinistas, pacos y pintores artesanales. Frente a la Catedral
es la zona de los espectáculos en vivo para todos aquellos que pasen por ese
lugar. Y también es la primera frontera que se encuentra en la zona ya que la
tranquila calle Puente es hoy en día territorio peruano, al igual que muchas
calles aledañas a esta calle que llega a la Estación Mapocho y el Mercado
Central. (Al menos en el sector peruano la multitud sonríe y no andan con cara
de culo como en Ahumada y alrededores)
Una pequeña
introducción para contarles que un mediodía de la semana pasada al pasar frente
a una iglesia -que luego supe que era la de Santo Domingo-, en las afueras el
comercio es intenso. Rosarios, incienso, ropa interior femenina, calcetines,
pañuelos para el cuello y una tarotista… ¿Quién saca el tarot en las afueras de
la iglesia, que se supone es un lugar de culto?
-
¿Quieres verte el tarot, abuelo?
-
¡Abuelo y la que te parió! Lo siento
–respondí-,
pero voy apurado.
-
Anda, dale… Son tres cartas por dos mil
pesos.
Me cayó bien la chiquilla
(tenía buenos parachoques), así que me senté a su lado y le pasé dos lucas.
Ella me pasa un mazo de
naipes raros bastante raídos y me hace escoger tres cartas.
-
Vamos abuelo. Elige a tu gusto.
Estuve a punto de
mandarla a la mierda, pero como el resto de los ambulantes miraban la
situación, preferí decirle que me llamara Exe, que era mi nombre.
-
Bien Exe –responde- Yo soy Katty, vengo
de Pozo Almonte y me gano la vida sacando el tarot
-
Yo pensé que eras peruana.
-
No perrin. Soy chilenita, de dientes
limpiecitos y potito duro.
Nunca me preocupé de
las cartas ni lo que me decía. Ocupaba palabras como arcano, el loco, pasiones
y obsesiones, indecisión, irracionalidad, apatía, complicaciones. Decisiones
equivocadas, caídas, abandonos, inmovilización, desborde emocional, etcétera,
etcétera… Yo miraba a Katty, que tenía bonitos ojos y vestía limpiamente, onda
Dijon, pero limpia. La interrumpí ya que era pasado mediodía y en diagonal a la
Iglesia había una fuente de soda que a simple ojo parecía que podría vender
buenos sangúches. Como no soy corto de genio, le pregunté si quería acompañarme
al boliche del frente a comer algo. Me miró con cara de ¿eso y nada más?, aun
así me hice el de las chacras y ella guardó sus naipes en su cartera de gamuza
artesana, se levanta de las gradas, se limpia el trasero y dice: ¡Estoy lista!
Con chacareros y
cerveza aplacamos la sed y el hambre. Me contó que todo era cierto menos lo del
tarot. Que vivía con sus padres en una casita en pleno Ñuñoa (¡así de
desgraciada es la vida!) y que era profesora de inglés pero que ganaba el doble
“viendo” el tarot.
Definitivamente el
centro de la capital cada día se pone más bizarro.
Tenía una Vespa y se
movilizaba en ella por todo Santiago. Le iba bien en el centro ya que estaba acostumbrada
a leerles los naipes a los inmigrantes que siempre, “siempre” –recalcó, hacen
la misma pregunta y ella era una experta en responderles. Quiso en algún
momento regresarme las dos lucas de mi consulta, pero le dije que las guardara
para la bencina de su motoneta. Como a las 5 de la tarde se puso inquieta y me contó
que tenía que regresar a “su trabajo” ya que comenzaba el peak del día. –Ven a
verme luego, dijo, ya que de lo poco y nada que sé del tarot, una de las cartas
que elegiste es demasiado freak.
-
¿Cuál sería?, pregunte inocentemente
-
El Mago, respondió. ¡Y apróntate, macho!
Me dejó solo en un
Santiago diferente. Dos semanas en el centro y había conocido dos mujeres: Lulú
y Katty. Cada una en su estilo y convicciones. Después que se marchó me percaté
que no habíamos intercambiado teléfonos (o sea wasap), por lo tanto tendré que
regresar a la Iglesia para poder verla nuevamente.
¿Será un signo divino?
Exequiel
Quintanilla