¡QUÉ MATRIMONIO!
Odio
los matrimonios. Perdón, odio que me inviten a las bodas. Cuando era joven fui
a muchos eventos de esta naturaleza y no sé si fue por mala cueva (perdón por
el francés), pero todas las bodas que asistí terminaron en rotundos fracasos.
Ya decano en esto de la vida y liberal en esto de los amores eternos, prefiero
que los guachos se vayan a vivir por un largo tiempo solos para ver si se
aguantan. Pero como nadie me da esférica y mis ideas se las pasan por cierta
parte, igual me llegó el otro día un convite.
Se casaba la hermana chica de mi nuera. Mi
hijo, Joaquín, me advirtió: Papá ¡tienes que ir, si o si!
-
¿Y si me enfermo?
- No te creerán y yo quedaré mal.
- ¡Pero me empelotan los matrimonios!
-
Acuérdate que yo trabajo con mi suegro. Y él te puso en la lista.
-
¿Y puedo ir acompañado?
- Anda con quien quieras… pero te quiero ver
en el casorio.
Ene,
tene, tú: llamé a la paquita y me dijo que ese día estaba con un turno
imposible de sacárselo de encima, además que la cosa estaba peluda en la
comisaría; mi amiguita peruana estaba en sus tierras y la peluquera era muy
extravagante ya que le dio por ponerse piercings en las cejas, nariz y labios.
¿Pasará algo si no me acompaña nadie?
Le
hice el quite a la misa ya que era “de precepto” y llegué justito cuando el
cura daba la bendición final. Me instalé a un costado de la iglesia en un
ángulo perfecto para que el suegro, cuando pasara del brazo de su mujer me
viera. Le hice una pequeña reverencia y partí raudo a tomar un taxi para ir a
la fiesta. Como estaba lloviendo nos disputamos un auto con una gorda vestida
con un dos piezas de lamé color morado. Parecía obispo la veterana. ¿Lo
compartimos, pregunté?
Ella sudaba maquillaje con la lluvia y acepta
mi propuesta. - ¿Vas a la fiesta?
-
Obvio
-
¡Yo también! Mi nombre es Esperanza.
-
Yo me llamo Exe.
- Soy tía del novio. ¿Y tú?
Para
no extenderme le dije que era amigo del papá de la novia. Como su vestido de
lamé era puro poliester, se le subía y ella trataba de bajarlo pensando que yo
le miraría sus jamones.
-
¿Vienes solo al matrimonio?
-
Si, le respondí. Soy viudo.
- ¡Pobrecito! -Yo vengo sola porque al estúpido de mi marido se le ocurrió
enfermarse justo hoy.
-
¡Que idea más buena!… murmuré
-
¿Te gusta bailar, Exe?
Si
la veterana hubiese sabido que hace una semana estaba bailando en el caño en un
bar de mala muerte en Curicó, no habría hecho la pregunta. –No mucho Esperanza.
¡Ya no estoy para chiquilladas!
-
¡A mí me encanta!
Por
fin llegamos a la recepción. Pagué el taxi y no dejé que ella me diera su
parte. Esperanza me agradece con un beso lleno de patchoulí que me dejó la
nariz inflamada y aun siento el maldito aroma. Me recibieron en la puerta con
un frío espumoso argentino. ¡El viejo se las mandó!, pensé. Esperanza no se
movía de mi lado, así que le dije en un momento, perdóname, pero tengo que ir
al baño, hace media hora que no voy.
-
¿También tienes la próstata mala?
-
¡Mejor pregúntame lo bueno que tengo!
Rió
maliciosamente y me fui por unos pasillos buscando el baño. A decir verdad, no
lo necesitaba, pero fue lo único que se me ocurrió para deshacerme de la
veterana. Las amigas de la novia estaban para recrear la vista y no pensaba
malgastar mi tiempo viéndola con su traje apretado de lamé.
Bebí
otra copa mientras miraba el espectáculo, ya que ir a un matrimonio es para
empaparse de realidades. Buffet frío y caliente para la ocasión. Doce veteranas
por lado, que, flanqueadas por sus flacos maridos, prácticamente se tomaron los
mesones del buffet. Y no dejaban pasar a nadie. Ellas comían pavo frío,
ensaladas, huevos y lo que pillaran a mano pensando quizá amortizar el regalo.
A una la vi salir del montón con un pedazo de carne en el plato, otro en la
boca y en el mismo plato una porción de torta. ¿Dónde habrán estudiado estas viejas?
Mientras los carcamales comían, la juventud bailaba. A lo lejos diviso a
Esperanza que habla animadamente con una amiga. Al fin encontró a alguien que
la entretenga.
Mientas
los mozos y cocineros cambiaban a cada momento el buffet, yo, sentado en una
poltrona saqué diez arrugadas lucas de mi pantalón y se las ofrecí a un mozo.
¿Me atiendes, mijo?
Fueron
las diez mejores lucas invertidas en mi vida. Agarré desde centolla a Blue
Label.
La
hora de la verdad se acercaba. La novia, coqueta ella, decidió que esta vez le
tiraría el ramo a los solteros que estaban en la fiesta, y quien lo agarrara,
debía sacarle las ligas que llevaba en sus piernitas. Todos reían y lo estaban
pasando bien. Yo, sentado en mi poltrona, quedé mirando la situación mientras
Omar, mi mozo particular, me traía otro etiqueta azul. Claudia (así se llamaba
la novia), tira el ramo y cae perfectamente en mi regazo.
¡Exe!, ¡Exe!, ¡Exe!, ¡Exe!… comenzaron a
corear primero mis hijos y luego todos los asistentes. Claudita se acerca a mi lado
y pregunta - ¿Te atreves, tío?
No
sin dificultad me paré de la poltrona y le pregunté en qué lado tenía su liga.
- ¿No prefieres buscarla?, preguntó inquisitivamente. Respondí negativamente.
–Prefiero que me digas, ya que últimamente la Coronaria Móvil se está
demorando mucho en llegar.
Me
ofrece su pierna derecha y comencé a subir el vestido de novia con mi boca. Voy
cerca de su rodilla cuando todo se hace noche: se había cortado la luz con la
lluvia. Escuche un uuuuuuuuuu justo cuando encuentro la liga y la saco con mis
dientes. Con ella aun allí, las luces de emergencia volvieron todo a la
normalidad. Claudita, la novia, colorada más que el vestido burdeos de la
veterana Esperanza que a esas alturas ya había sacado de su cartera un abanico
para solucionar el bochorno de la situación. Yo, beso una mejilla de la novia y
le regreso su liga. Ella me agradece y mientras responde el beso me dice: - “pronto
nos veremos, tío”
Omar,
mi barman personal, me da dos golpecitos en la espalda: - ¡Se pasó jefe!,
comentó mientras ponía otro vaso con etiqueta azul. Lo bebí y miré alrededor.
Todo era jolgorio. La música sonaba fuerte cuando decidí regresar a casa. La
única que se percató de mi retirada fue Claudita, la novia, la que me cierra un
ojo y pone la boca como dando un beso. Digna ella y digno yo.
Como
en las fiestas modernas, al retirarme me regalaron una bolsa de papel kraft con
algo adentro. Pensé que podría ser un pedazo de esas malditas tortas de
matrimonio que son más secas que peo de camello, pero al abrirla me encontré
que a mi bolsa habían metido una botella apenas abierta de Blue Label.
No
crean que la guardé. Bebí de ella un trago por la novia y sus suaves piernas
juveniles. No quiero pensar que ella tiró el ramo para que yo lo agarrara. No
quiero pensar que Omar cortó la electricidad justo cuando yo rozaba con mis
labios la rodilla de Claudita. Prefiero pensar que todo fue cosa del destino.
Uf, ¡qué matrimonio!
Exequiel Quintanilla