UNA NOCHE EN PICA
No
me pregunten la razón, pero la semana pasada terminé acostándome de amanecida
en Pica. El destino (y no la fortuna) tuvo la culpa de tal desasosiego. Por ahí
leyeron que había que invitar a un conocedor para un concurso de repostería con
mangos que se realizaría en ese oasis del desierto de Tarapacá. Los organizadores
habían convidado a algunos cronistas gastronómicos y todos se excusaron. Uno de
ellos, bromeando más que seguro, les dio mi nombre y a las siete de la mañana
me estaban llamando por teléfono.
-
Nos interesa contar con usted para un concurso gastronómico acá en Pica.
- ¿Cuándo?
-
Hoy mismo. Un taxi lo recogerá en su casa y de ahí toma el Lan de las 11.45 de
la mañana a Iquique. Ahí lo espera una Van y lo traemos a Pica.
-
¿Cuántos días?
-
Mañana estará en su casa de regreso. Y no sabe cuánto le agradeceríamos.
-
¿Voy solo?
- De Santiago sí.
-
¿Y dónde dormiré?
-
Bueno, ese es un pequeño problema. Pero dormirá en la casa de una amiga del
alcalde. Le aseguro que es el mejor lugar para dormir.
Me
gustan las aventuras pero nunca tanto. Pero como me llamaron a la hora donde mi
neurona descansa, aprobé el periplo. Una hora hasta el aeropuerto, dos de
viaje, media hora para salir del Diego Aracena y tres largas y tediosas horas
para llegar a Pica. A las seis de la tarde, con un calor seco y bebiendo minerales,
llegué triunfante al oasis de las figuras gigantes. –“Dejé su mochila en la
Van” me aclara un funcionario de la Municipalidad, acá nadie roba y el vehículo
lo seguirá a todas partes”.
Ganas
tenía de tomarme una buena piscola después de tanto trajín. Sin embargo me
enviaron un dedal de pisco con mango que ni siquiera alcanzó para remojar la
boca. De ahí al concurso. Cinco jurados: el alcalde, el teniente de
carabineros, el cura párroco, el director del colegio y yo. Siete restaurantes
en competencia. Mousse, pastel, crème brùlée, terrina, confitados, con miel y
al jugo. Siete dulces y tres aguas minerales de Mamiña. ¡Dios…! ¿Quién me
invitó a meterme en esto?
Ganó,
por ser novedoso, el mango con miel. Juro que si me pilla una abeja me clava su
aguijón en el labio. Para ser sincero, terminé amigo del teniente, del profe,
del alcalde y del cura. Se estaba haciendo de noche cuando aparece ella.
-
¿Exe?
-
El mismo
-
Soy Johanna
-¿Johanna
cuánto?
-
Poco importa eso. Dormirás en mi casa.
-
¿Pero antes podríamos comer y beber algo?
-
De todos modos Exe. El alcalde me dio chipe libre y dinero para los gastos.
Partimos
en una camioneta con destino desconocido. Johanna era distinta a las mujeres
del centro del país, tenía algunos rasgos nortinos pero era más alta que lo
normal y con varios atributos que se envidiarían por estos lados. Aparte, tenía
don de mando. Cuando llegamos a un boliche (o condumio o como quieran llamarle),
le ordena al chofer de la 4 x 4 que pase a dejar mi mochila a su casa y que se
retire.
-
Mañana pase a buscar a don Exe a mediodía a mi casa ¿Entendió?
-
Si, señorita Johanna. Allá estaré.
Tenía
sed y hambre. Nada dulce obvio ya que el concurso había dejado mis
triglicéridos por las nubes. Johanna habló con Adelino, el dueño del local y
aparecieron uno a uno platos y brebajes variados. De partida, dos piscolas para
el gaznate, luego unas empanaditas de charqui con queso de cabra que estaban
para chuparse los dedos y más tarde un par de botellas de Santa Emiliana (lo
único que hay en Pica) con un casero pollo arvejado, con arvejitas recién
cosechadas. De postre un pichuncho y de ahí a la casa de Johanna en un taxi que
ella había solicitado con anterioridad.
Las
típicas casas de Pica se transformaron cuando llegamos a su hogar. Ella golpeó
la puerta y apareció una morena vestida como de fiesta con un vestido apretado
de lamé plateado. En el centro del living, una plataforma circular con un caño
metálico.
-
Exe, ahora sabrás lo que es bueno en Pica, me comenta antes de partir a una de
las habitaciones.
La
chica que me recibió me ofrece una roncola. No me atreví a preguntarle si era Zacapa o Havana, pero aprobé su sugerencia. A los cinco minutos aparece Johanna
con un mini bikini de esos con lentejuelas y comienza a bailar en el caño la
famosa “American Woman”, otra de Ricardo Arjona, luego “Hot Stuff” de Donna
Summer para terminar con “You Can Leave Your Hat On”, la clásica de Full
Monthy. Al rato, la guapa de la roncola, morochita y toda, me pregunta si puedo
ofrecerle un trago. Johanna, al darse cuenta de tal desaguisado, baja de la
pista y le dice que yo soy “su” invitado y que la labor de ella era sólo
atenderme y no ser una copetinera.
La
nortina bailó y sobajeo el caño los cuatro temas. Luego se retiró y regresó
hecha una señorita, con calzas, polera de algodón y zapatillas de marca.
-
¿Nos tomamos el del estribo?, pregunta mientras pone su mano ahí mismito donde
ustedes están pensando.
-
Que sea el último, linda… Mañana regreso a Santiago.
Me
despabilé cerca de Pozo Almonte echado atrás de la Van, camino a Iquique.
Johanna no me decepcionó ya que inteligentemente puso cuatro botellas de agua
mineral e igual cantidad cervezas y paracetamoles en un cooler detrás de mi
asiento. El chofer municipal ríe y me consulta qué tal lo pasé en Pica.
-
¿Cómo para regresar algún día?, pregunta.
Nunca
supe qué pasó. Me fui a negro antes de la última piscola. Juro y
requetecontra juro, que nunca más beberé alcohol.
Por
lo menos en Pica.
Exequiel Quintanilla