LA PERLITA
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¿Me puedes cuidar el boliche, Exe?
-
¿Alguna razón en especial, jefe?
-
Salgo de viaje por unos días.
-
¡Pillín! ¿Y lleva a su minita?
-
¡No Exe!, voy en un fam press.
-
¿Y qué es eso?
- Un viaje con gente de la prensa, pues.
No
crean que el boliche de mi jefe está en Sanhattan. Con cueva le da el billete
para arrendar un ordinario sucucho al lado del Portal Edwards, cerquita de la
Estación Central. Allí tiene dos viejos computadores… y una secretaria que se
llama Perla. Perla Arancibia Arancibia, me contó una vez. -“Mis papás eran
primos”, dijo cuando aún tenía unos relucientes frenillos en su boca. A decir
verdad, Perla está bastante rica. Quizá un poquito feucha de caracho pero aun
así es apetecible. Como quedé a cargo, el lunes pasado me apersoné en la
oficina. Al no tener las llaves tuve que esperar que llegara y me senté en la
escalera para leer el Hoy x Hoy que regalan en las mañanas. ¡Se nota que no
está el jefe!, pensé. Eran casi mediodía cuando aparece ella. Con sólo mirarla
me dio sed.
-
¿Estas son horas de llegar?
-
¡Exe! ¿Qué haces por acá?
-
Estoy reemplazando al jefe, -respondí. ¿Qué te pasó chiquilla que vienes tan
despeinada?
-
Lo siento, pero tuvimos que llevar a mi abuelita anoche a la posta.
-
¿Y tomaron de lo mismo?
Perla
se rió y me contó parte de la jarana que había tenido la noche anterior. Ni
siquiera se había duchado cuando llegó a su lugar de trabajo. Ella abrió la
oficina, nos sentamos (ella en su escritorio y yo en el del jefe), nos miramos
y nos preguntamos… ¿Tenemos algo que hacer?
-
Nada. Dice ella. ¿Y tú?
- Lo mismo que tú
La
minifalda que llevaba puesta dejaba ver unos buenos trutros. Mi imaginación fue
mucho más allá. ¿Y si vamos a almorzar?
-
¿Invitas tú?, dice mientras parpadeaba repetidamente sus ojos.
Mentalmente
conté los billetes que llevaba en el bolsillo. A ciencia cierta me alcanzaría
para un almuerzo medio pelo y luego una siesta en uno de los moteles rascas del
barrio.
-
Señorita Perla, le dije. Creo que es hora de cerrar el boliche.
-
¿Y si llama el jefe?
-
¡Deja descolgado el teléfono y apaga el celular!
-
¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Salimos
del Portal y nos metimos a un boliche de las cercanías. Bar, restaurante,
fuente de soda, cabaret y unas ampolletas que se prendían y apagaban haciendo
piruetas fue lo mejor que encontramos en el barrio. La Perla se me puso
elegante y pidió un Negroni de aperitivo. Yo, más cauto, me contenté con media
botella de blanco y una mineral para tragar mi pastillita azul respectiva ya
que este pechito debía llegar altivo a los trámites posteriores al almuerzo.
-
¿Qué se va a servirse la dama?, pregunta el mesero.
-
Quiero un bistec con papas fritas y dos huevos encaramados. Además una
ensaladita, no muy grande de apio-palta.
- No le tenemos apio, dama.
-
¿Chilena?
-
¡Eso si le tenemos!
-
Perfecto entonces.
-
Y el caballero ¿Qué se va a servirse?
-
¿Tiene guatitas?
- Uf, responde, acá llegan muchas pero nosotros no las cocinamos. Le recomiendo
la reineta frita con puré picante.
-
Está bien, Tráigame eso.
-
¿Y una ensaladita para acompañar a la dama?
-
No. Ninguna, Pero si quiere me trae la carta de vinos
-
Perdone jefe, pero acá tenemos blanco y tinto. ¿Quiere una jarrita?
- ¡Tinto! Dice la Perla
¡Qué
diente tenía la Perla! Se comió una marraqueta antes que llegara su plato y
luego pidió otra más para sopear las sobras. Yo comí con fruición mi reineta
(que estaba mejor de lo que había pensado) y entre los dos le dimos el bajo a
la jarra de tinto. ¿Pescado con tinto? Bueno, ese es un buen maridaje en la
Estación Central.
Ella
se comió un flan como postre. Yo, un plátano con miel de palma. A decir verdad,
décadas que no lo comía… y es más rico que el pan con palta.
Salimos
abrazados y entramos al primer motel que nos quedaba en el camino. En la cajita
de rigor nos ponen dos piscolas y un pote con maní. Perla bebe un sorbo y se
pone amarilla. ¿Puedo ir al baño?, preguntó.
Me
tiré en la cama mientras ella entraba al baño. Puse la TV y el motel era tan
pobre que ni siquiera tenía películas porno. Menos cable. Me entretuve un rato
viendo una jueza solucionando problemas de sudacas en Miami y me aburrí
rápidamente. Perla aún seguía en el baño. Me preocupe y golpeé la puerta para
preguntarle cómo estaba.
-
Lo siento Exe. Algo me hizo mal, respondió.
-
¿Te duele algo?
-
Más rápido seria si te cuento lo que no me duele…
¡Qué
espectáculo! La tarde romántica la terminamos en la Mutual de Seguridad con la
Perla tendida en una camilla, con una bolsa de suero y agujas en todas partes
(como era hora de trabajo lo pasamos como accidente del ídem). El matasanos me
explicó que era una intoxicación y estaban averiguando qué le produjo el
desbarajuste. Como soy un caballero, llamé a su familia y esperé que llegara su
mamá que al verme me enfrenta:
-¿Qué
le diste a mi hija, viejo degenerado?
-
Perdón señora. Yo soy el jefe de reemplazo de su hija.
-
¿Estás seguro?
-
Pregúntele a ella si quiere
-
¿Y qué hacían en un motel?
-
Ella necesitaba urgente un baño. ¡Se estaba cagando señora! ¿Me entiende ahora?
Atardecía
cuando llegué exhausto a mi departamento. ¡Esto me pasa por lacho!, fue lo
único que atiné pensar. Prendo la TV y me encontré con la misma y reverenda
jueza que transmite desde Miami. Apagué el aparato y suena mi celular. Era
Perla.
- Exe, gracias por todo, me acaban de dar de
alta. ¿Te gustaría que nos desquitemos mañana?
-
Lo siento Perlita, mentí, pero mañana me voy de viaje.
-
¿Dónde?
-
A una viña en Santa Cruz, seguí mintiendo.
-
¿Me llevas?
-
¿Y no tienes que trabajar?
-
Cierto gordito, pero cuando el gato sale, los ratones hacemos fiesta.
A
decir verdad, la idea no fue tan mala…
Exequiel Quintanilla