DESFILE DE MODA
Esto
de vivir solo, a veces es muy aburrido. Está bien para un par de días relajados
o de pataneo, cosa que hice después de mi última aventura. Pero al tercer día
resucité (bueno… eso pasa hasta en las Sagradas Escrituras). Entonces, decidí
que algo tenía que hacer para sacarme la depresión.
Santiago
me tenía cansado. Los mismos veteranos de siempre bebiendo lo de siempre en el
mismo lugar y hablando puras estupideces. Me acordé de un viejo amigo que una
vez me dijo que las mejores mujeres de Chile estaban en el barrio alto. Y me
dispuse a emigrar a otras comunas.
Conté
los billetes que tenía. ¡Por Dios que son feos!... se pegan, se quiebran y
todos tienen ventanitas para mirar para el otro lado. Gracias al Pulento (y a
mis hijos) me alcanzaba perfectamente para un happy hour en algún boliche de
Providencia. Otro buen amigo, viejo periodista de un diario sensacionalista,
muy libidinoso y libertino, me contó que los días miércoles hay desfiles de
modas en el Sheraton a la hora del happy hour.
-
¿Por el mismo precio?
-
Obvio, Exe. Ni un peso más.
Adivinen
que día era: ¡miércoles!, justo lo que necesitaba.
Guardé
el celular en el velador y tipo 6 de la tarde salí, ufano y muy bien vestido
camino al Sheraton. La primera parte la hice en el Metro ya que de otra forma
mi presupuesto se iría a la mierda. De Los Leones al hotel, en taxi, como todo
un gentelman.
Me
abrió la puerta del taxi un tipo uniformado que más parecía edecán de
presidente. Le pregunté por el happy hour y me muestra el lobby del hotel.
Pronto aparecerán las chicas, me dice con cara maliciosa.
Una
luca me costó el esfuerzo del edecán por abrir la puerta del auto. Bueno, no
sabía si había que darle propina a este uniformado. Sin embargo, siempre mi
padre decía: “A perro con corbata, nadie lo mata”.
Me
senté en un sillón del lobby y solícitamente aparece una camarera de falda
larga con un tajo casi infartante para preguntar qué deseaba. Para ponerla a
prueba le solicité un Negroni, a sabiendas que me duraría todo el desfile de
modas ya que es un trago de esos para beberlo lentamente. Ella gentilmente me
dice que puedo sacar lo que desee de los picoteos que están al centro del bar.
–Es parte del happy hour, comenta. Esperé el trago y luego me levanté para
sacar alguno de los bocadillos que tenían preparados.
Cuando
comenzó el desfile no lo podía creer. ¿Dónde habías estado todos estos años
Exe?, me preguntaba. Realmente cada chica era mejor que la otra. Con decirles
que las piernas le salían de los hombros. Yo, en primera fila, disfrutaba como
sátiro el paseo de estas tremendas mujeres. ¿De dónde habrán salido? ¿Qué les
dieron de comer cuando chicas? ¿Serán reales esas piernas y todo lo que estaba
más arriba?
No
le cuenten a nadie, pero se me caía la saliva. Todo turgente. Parecían chicas
venidas de otra galaxia o de otra estirpe. Cuando aparece la última, con un
veraniego vestido de seda que poco tapaba la imaginación, me mira y casualmente
me hace un guiño de ojos. En un principio me dije. “Exe… estás matando”, pero
tratando de recordar dónde había visto ese rostro antes, la recordé hace un par
de años jugando a las muñecas en la casa de una tía de mi paquita.
Mierdas.
¡Era una sobrina de Sofía!
Quise
salir arrancando, pero me temblaban las piernas. No podía moverme de mi sillón.
La chica del servicio me notó preocupado y se acercó para saber si necesitaba
algo.
–
Otro Negroni, le murmuré.
–
¿Igual que el anterior?
–
Si puede ponerle más gin, feliz, susurré.
No
podía arrancar. Un soldado muere en batalla y en este caso sería mejor así.
Terminado el desfile, y ya casi sin saliva en mi boca, veo que Agustina (así se
llama) se acerca contoneando su cuerpo.
- ¡Exe! ¿Qué haces aquí?... ¿Y mi tía?
Le
conté que hace medio año se lo pasa viando entre Temucucui y Ercilla y poco la
veo por estos lares.
-
… Y como estoy solo, ya que tu tía está en la zona mapuche, me quedé al happy
hour.
-
¡Que rico tío!
-¡No me digas tío! ¡Me enerva!
Se
agacha y muestra sus tremendas piernas.
-
Esta bien Exe. No te digo tío, pero tú no le cuentas a nadie que trabajo de
modelo.
-
¿Con ese cuero, linda, pretendes trabajar en un Call Center?
-
Es que mis papis son muy exigentes y creen que a esta hora estoy estudiando con
una amiga. ¿No le contarás nada a la tía?
-
¿Se te ocurre?
-
¿Quieres conocer a mis amigas?
-
No me da el ancho, querida
Al
rato, con ella de jeans, polera y casaca de cuero nos fuimos al Piso Uno a
tomarnos una copa. Ella dejó las muñecas y yo dejé las sub 30 de lado.
Estábamos entonces a la par y bebimos en confianza. Ella brindando por sus
papás (con jugo de chirimoya), y yo por su tía, con una copa de espumante.
Sinceramente
se estaba transformando en un suplicio. A decir verdad, cuando uno tiene una sobrina
(adoptada) que está más rica que el pan con palta, no es fácil. Más aun cuando
es cariñosa y se adapta a los tiempos.
Reventé
las lucas que me quedaban. No me habría arriesgado a que a mi sobrina postiza
le hicieran algo. La llevé en taxi a su casa (menos mal que vivía cerca del
centro) y me sugirió un trago del estribo en su departamento ya que sus “papis”
no estaban. Pero reculé. Sinceramente, mucha carne para tan poco perro.
Exequiel Quintanilla