LA NAVIDAD DE LOS DEMÁS
Vivimos un mundo evolucionado, conmocionado y revolucionado. La sociedad moderna nos ha llevado a que Cristo, la figura de nuestra Navidad, pase a segundo plano y sea sólo excusa para unas fiestas de gran boato y de regalos asombrosos. Ya nos acostumbramos a ello y ciertamente hemos dejado de lado el sentido cristiano de esta fecha.
Estamos “en otra”, como dice nuestra juventud, que aun limpia de deberes y de compromisos, se atreven a comprometerse con valores que los mayores ya olvidamos. Y olvidamos a nuestros mendigos. Esos que cada día nos acercan las manos para recibir una moneda, del tamaño que sea.
Y una reflexión: el mendigo no es un ladrón ni un estafador. Es un ser humano que le fue mal en la vida y que debe practicar la vergüenza de pedir limosna para sobrevivir. Es cierto que hay falsos mendigos que se aprovechan de las circunstancias para hacerse algo de dinero. Pero nuestro comentario va por otra parte. Al mendigo que nadie le dio la oportunidad de crecer y honesto que es, prefirió la calle al delito.
Ese mendigo lo vemos a diario. Muchas veces cerca de la casa o de la oficina. Nada pide, sólo estira la mano y sigue siendo intachable en su proceder. Como un perro fiel, no se enoja si no lo miran y agradece lo que sea. A veces, dos palabras…
Detrás de cada mendigo hay una tragedia. Hay abandono y malos tratos. De los muchos que duermen en las calles de nuestro casi desarrollado país (como dicen las autoridades), pocos o ninguno aspira a ser algo más. No son una lacra, son seres abandonados por la sociedad.
Ahí debería estar nuestro espíritu navideño. El mendigo es una imagen ya que nuestro mundo convive con muchos de ellos. Algunos piden dinero, otros una palabra de aliento y otros un cordial saludo. Por otra parte, muchos mendigamos en ciertas oportunidades de la vida ya que nadie nos ha dado el don de ser perfectos. En estas pascuas acerquémonos a quienes creamos que están faltos de dinero, amor, cariño, afecto o comprensión. La pobreza no es algo repelente ya todos somos pobres o carentes de algo. Y hay algo muy cierto: la felicidad no se compra con dinero.
Vamos entonces a una Navidad distinta que se oculta bajo plasmas, cuatro por cuatro, tablets, I Pods y todo un ingenio del post-modernismo. Vamos por lo lógico, por intentar hacer felices a los demás. Y no con regalos ni dádivas. Con un tan sólo una sonrisa verdadera y un “te aprecio porque eres de carne y hueso igual que yo”, es posible que logremos un mundo mejor.
Feliz Navidad.