MAÑANA SERÁ OTRO DÍA
La
tercera es la vencida, pensé. Luego de mi pequeño affaire con Abril, esa
peruanita maravillosa y con Antonia, la chica con sorpresa, decidí ponerme
serio y tratar (al menos tratar) de no mirar para el lado. Mi objetivo era
recuperar la confianza de Sofía, que aún estaba molesta con la colorina del
país del norte.
Al
mal tiempo buena cara, me dije, y a malas faltriqueras, cena en casa, pensé.
Pero para lograr mi objetivo tendría que sensibilizarla. Mi paquita estaba más
difícil que capar un zancudo así que decidí mandarle flores para comenzar a
ablandarla. Como no me faltan las amigas, llamé a una vieja conocida (no tan
vieja en realidad) que tiene una florería en Vitacura y le pedí (rogué) que le
enviara cinco rosas rojas y una blanca (ese es un detalle que las mata) a la
comisaría. Vanessa, la florista, me celó y me concedió el deseo siempre y
cuando nos viéramos pronto.
-
Soy capaz de regalarte las flores Exe, -me comentó.
Le
prometí visita y me senté en el bergere a esperar el llamado de Sofia.
Dicho
y hecho. A las cuatro de la tarde suena mi celular. Era ella.
-
¡Querido!, No sabes cuánto me gustan las rosas.
-
Lo sé. Por eso te las envié. (Decir la verdad lo puede hacer cualquier idiota.
Para mentir hace falta imaginación.)
-
¿No estás molesto conmigo?
- Al contrario, querida. Y me encantaría que vinieras a mi departamento este fin
de semana. Te tendré unas ostritas, espumoso Zuccardi (que me había llegado de
regalo), y una sorpresa especial.
-
¿Una sorpresa como la guacha peruana esa? ¡Mira que te veo otra vez en las
mismas, y ya sabes lo que te hago!
-
No querida. Nunca más tendrás esas sorpresas. (Ojalá, pensé, ya que la sorpresa
me la dio ella)
- ¡Eres un viejo lacho!
-
Y tú una paquita rica…
El
sábado a mediodía partí por los abastos. Pasé por el Guria por dos porciones de
Cola de Buey, que hacen a las mil maravillas. De ahí a las Ostras Calbuco de
Bilbao. 50 unidades de borde negro y esas chiquitas pero guatoncitas. Vino
tinto tenía ya que me había llegado un petit verdot de la viña Pérez Cruz. Para
el bajativo, Araucano. Lista la cena del sábado. De ahí a la eternidad.
A
las seis de la tarde comencé a acicalarme: ducha, shampoo y acondicionador (no sé
para qué ya que estoy medio pelado), ropa limpia sport con camisa cuadrillé en
composé. Las ostras en el refrigerador. La cola de buey en una olla junto a sus
jugos. De postre (se me había olvidado contarles), unas sopaipillas pasadas que
me mandaron de regalo desde Don Peyo. Con esa cena, Sofía debía perdonarme.
Me
senté a esperar. A esperar y esperar. Emulando a Sabina, me dieron las ocho,
las nueve y las diez… No quise llamarla ya que el orgullo no me lo permitía. De
repente…un mensaje de texto. Era Sofía: “ Lo siEnto Exe”, (ella no domina bien
el teclado de su celular)… “tu creIas que con unas rosas me ibas a ablandar?
que te sirva de lecciOn. COmete tus ostras y ojalA te den alergia”
Golpe
bajo. Un rodillazo en el bajo vientre. Abrí en solitario la botella de Zuccardi
y bebí dos copas de un zuácate. Guarde la olla con la cola de buey en el
refrigerador junto a las ostras y las sopaipillas. Intenté llamarla pero su
celular estaba fuera de servicio. Definitivamente estaba enojada. A decir
verdad, emputecida.
La
noche estaba benigna así que decidí dar una vuelta por el barrio. Eso para
bajar mi rabia y mi resentimiento. Una gitana quiso sacarme la suerte. No muy
convencido me negué. Más allá, un flaco de larga barba y gorro de jamaicano
ofrecía tarot a luca la pregunta. Los boliches de la plaza de Armas, repletos,
y yo sin nada que hacer.
Regresé
a mi departamento y le regalé las ostras al conserje. Terminé mi botella de
espumoso mientras veía por veinteava vez Duro de Matar, en espera eterna para
que Bruce Willis no se saque los zapatos y no se haga bolsa las patas. Pero no
fue así.
Pero
como dijo la Scarlett O’Hara en Lo que el Viento se Llevó… “Después de
todo…mañana será otro día”
Exequiel Quintanilla