MILÁN
El lujo nunca está en
crisis
Algunos
dicen que Milán es elegante y rica, pero que a veces parece una ciudad triste,
algo germánica y poco italiana. Quizá el aire fresco, el “favonio” le llaman,
que llega del norte y las nubes que bajan de los Alpes le dan cierto aspecto
centroeuropeo tan diferente a Venecia, Roma o Florencia. También es cierto que
aquí el invierno es largo, además de húmedo y frío, y por lo tanto el clima es
distinto al de la eterna primavera de la Toscana. Pero no nos equivoquemos,
Milán es el corazón del Made in Italy -en todas sus acepciones- y la auténtica
capital económica de Italia. En cada una
de sus calles y esquinas plagadas de graffitis, hierve pura sangre latina.

Al
elevar la vista no nos esperan cúpulas renacentistas ni fachadas barroquísimas
por doquier, sino más bien una maraña formada por los cables de los tranvías y
los focos que cuelgan e iluminan las calles, dándoles de nuevo un clima
centroeuropeo que nos transporta a ratos a los años cuarenta del pasado siglo.
Además de sus tintes berlineses, Milán tiene componentes fuertemente tiroleses
y alpinos donde el invierno es muy riguroso y hace mucho frío. En verano hace
mucho calor y es muy húmedo. La mejor época para disfrutar de Milán es de
septiembre a diciembre.
Los
iconos de Milán los sabemos casi de memoria, aun sin conocerla: el Duomo, la
vecina galería Vittorio Emanuele II y los frescos de la Última cena de Da
Vinci. Todos ellos aparecen en las postales de los quioscos junto a imágenes
del discreto edificio del Teatro alla Scala, que, así como quien no quiere la
cosa, es el teatro de ópera más representativo del planeta.
En
sus cartas credenciales se la define como la ciudad de las pasarelas, la
stravaganza, y la finezza. Es la tierra del diseño y del capricho, donde
Giorgio Armani, Domenico Dolce & Stefano Gabbana, Mario Prada, Franco
Moschino y Gianni Versace encontraron las condiciones óptimas para desarrollar
su creatividad. En Milán se realizan no menos de 750 desfiles de moda al año
donde confluyen los más diestros profesionales de la confección con las modelos
más espectaculares, los más atrevidos peluqueros y fotógrafos de Italia. Desde
que por los años ‘50 Milán se convirtiera en ciudad de la moda, junto a Nueva
York, Londres o París, el cuadrado que forman las calles Montenapoleone, Manzoni,
Della Spiga y corso Venezia reúne en pocos metros tiendas de las mejores firmas
del mundo. El secreto de una ciudad a menudo cuestionada por su poco atractivo
patrimonial o cultural y que cada año atrae a miles de turistas, es el lujo que
se esconde entre cuatro de sus calles. Sólo la Vía Montenapoleone genera 3.000
millones de euros al año, el 12% del PIB de Milán. Y casi 2.000 de esos 3.000
millones de euros corresponden a turistas extracomunitarios, rusos y chinos
especialmente.

Por
lo dicho, el dinero es el gran protagonista de esta ciudad. Pero no olvidemos
que estamos en Italia y para los habitantes del Mediterráneo el dinero sólo
sirve si se es capaz de gastarse, y hacerlo bien. Aquí, para empezar, la hora
del aperitivo es sagrada. Este “happy hour” (que dura unas tres horas
aproximadamente) empieza cerca de las siete de la tarde. Los milaneses se
escapan de donde estén, ya sea de la oficina o de sus hogares, para disfrutar
un buen rato (y en mejor compañía) de un buen cóctel, un spritz –el trago de
moda-, o un aperitivi a alguno de los centenares de bares, cantinas y cafés de
la ciudad. Acompañan la bebida con múltiples antipasti, bruschete, embutidos,
quesos, y si lo hay, algo de mariscos. El templo milanés para abrir el apetito
se llama Peck un emporio de la gastronomía y los vinos que empezó en 1883 como
tienda de cecinas y que entre sus tesoros más espectaculares cuenta con 3.200
variedades de queso parmiggiano reggiano (el parmesano). Tampoco pasa desapercibido
el Nottingham Forest Bar, considerado dentro de los quince mejores bares del
mundo. ¿Su especialidad?: cientos de diferentes cócteles servidos en los más
inusuales vasos y con una capacidad de sólo veinte clientes. Todos los días, se
hacen largas filas para conocer este especial lugar.
LEONARDO DE MILÁN
La
cultura es otro de los platos fuertes de la ciudad. Ciudad de acogida, supo a
finales del siglo XV atraer la atención del más grande de los genios del
Renacimiento, Leonardo da Vinci. Aquí diseñó las defensas de la fortaleza de
los Sforza, el Castello Sforzesco, y pintó su famosa “Última cena” (que se
puede ver en Il Cenaculo Vinciano en la Piazza de Sta. Maria delle Grazie) tan
en boga en los últimos años gracias a los misterios del Código da Vinci de Dan
Brown. En el Museo Nazionale de la Scienza se pueden poner también a prueba sus
visionarios diseños.
Los
principales editores italianos como Arnoldo Mondadori, Angelo Rizzoli y Giacomo
Feltrinelli, son milaneses, y en esta ciudad desarrollaron sus imperios de
papel. Ningún cantante de ópera del mundo tampoco es suficientemente bueno si
previamente no ha triunfado en el Teatro de la Scala, como ningún turista puede
decir que ha estado en Milán si no se ha encandilado con la prodigiosa
arquitectura gótica del Duomo. La Pinacoteca Ambrosiana (donde está expuesto el
célebre “Cesto de fruta” de Caravaggio) cuenta en su interior con la primera
biblioteca pública de Europa. No sin olvidar que en la Pinacoteca de Brera
hay una selección de la mejor pintura de
los últimos quinientos años.

Pero
tampoco vayan a creerse. Nunca debería
olvidarse que el Made in Italy es un concepto muy amplio, y que no sólo nos remite a las buenas maneras de la
socialité y los poderosos. También existe un Milán más popular (si se le quiere
llamar así) que inventó el calendario Pirelli (tan apreciado en nuestros
garages). De aquí son dos de los tres grandes clubes italianos de fútbol: el
Milan y el Inter, las instituciones más sagradas de este país. La ciudad de
Milán ofrece, ya lo ven, muchas sorpresas en la trastienda de sus pasarelas.
Las
mejores tiendas de Milán, la colmena de las vanidades, se encuentran en el
llamado Quadrilatero d’Oro, contigua al centro histórico, entre las calles Via
Montenapoleone, Via Manzoni, Via della Spiga y el Corso Venezia. Allí se encuentran
la megatienda de Armani, la joyería Damiani, Gibo y sus colecciones Pop-Art,
además de las tiendas oficiales de las firmas Prada, Versace, Moschino, Dolce
& Gabana, Gucci y varias más.

Fuera
del Quadrilatero destacan La Vetrina di Beryl donde se pueden contemplar los
zapatos más excéntricos que uno pueda imaginar; la Rinascente donde dicen que
Giorgio Armani empezó como escaparatista, y la “ultra-mega-exclusiva” 10 Corso
Como. Considerada el santuario de la época en que vivimos, Corso Como es su máximo
representante: café, moda, restaurante, hotel (con sólo tres habitaciones de
lujo), joyería, galería y librería de arte, agrupados todos ellos en el número
10 de la calle homónima. Y para comer bien sin preocuparse del diseño,
dirijámonos hacia la redacción del Corriere della Sera: enfrente está Latteria
di San Marco, frecuentado por milaneses que no se quedan nunca aburridos en sus
casas, sino que disfrutan todo lo que la ciudad pone a su alcance. Cuando
viajemos a Milán no queda otra que imitarlos. (JAE)