TURQUÍA
La semana pasada un intento de golpe de Estado sacudió Turquía, un
país que es visitado anualmente por cerca de 40 millones de turistas. ¿Qué lo
hace tan atractivo?
Mientras
bebo una copa de vino junto a Karin von Oetinger, una chilena que vive en
Estambul, me explica que en ese país no hay grandes bebedores ni alcohólicos,
“ya que con el precio que tiene el vino, se necesita ser millonario para
beberlo”, dice.
Como
un contrasentido, estábamos bebiendo un aceptable sauvignon blanc sentados en
mullidos sillones en uno de los más impactantes palacios de la ciudad. El
Ciragan Palace Kempinski Istambul, situado a orillas del Bósforo y con una
vista impresionante al sector asiático de una ciudad que vive entre dos
continentes. A un lado Europa, con todo el lujo de los imperios romano y
otomano y al otro Asia, donde Estambul se extiende para dar cabida a sus doce
millones de habitantes. Allí, donde un día se fundó Constantinopla y actual
tierra de musulmanes, el vino es quizá un lujo sólo para los turistas.
Turistas
que llegan por millones: el año pasado este país recibió 35 millones de
extranjeros y eso se nota en una ciudad que bulle desde el amanecer hasta altas
horas de la madrugada. Yo era uno de ellos y estaba absolutamente embobado con
Estambul. Karin me cuenta que es porteña y un día llegó a esta ciudad y se
enamoró de un turco propietario de una agencia de turismo. Ahí armó su vida y
se le ve feliz. ¡Salud por ello!, le respondo.
Hice
durar bastante mi copa. Es cierto que le están poniendo empeño para mejorar la
calidad de sus vinos, pero sinceramente les será difícil tecnificar su débil
estructura vitivinícola. Sin embargo la curiosidad me llevó a solicitar una
carta de vinos del restaurante del hotel para ver alguna referencia en los
valores de los vinos. Varios botones de muestra: una copa de Veuve Clicquot
Posardin Brut $ 27.200 de nuestros pesos. ¿Vino chileno? Sí. Tres etiquetas y
todas de San Pedro: 35 Sur Sauvignon blanc y syrah a 50 mil pesos y un
carménere 1865 en la no despreciable suma de $ 115.000.
Y
acá encontramos una vergüenza lo que marginan nuestros restaurantes.
Pensé
que por estar en este lugar de lujo el precio de los vinos andaba por las
nubes. Así que otro día, y en otro hotel ubicado en la Plaza Taksim (el
epicentro de Estambul), hice el mismo ejercicio: una copa de vino turco, cinco
mil de nuestros pesos y una botella de vino del mismo origen varía entre los
25.000 y 52.000. Nuestro Miguel Torres también estaba presente con un
chardonnay Gran Viña Sol a 50 mil de nuestros pesos. Pensé en un trago y me
entusiasmé con un mojito, $ 10 mil de los nuestros y con una diminuta porción
de ron.
La
gastronomía es infinitamente más económica si se buscan lugares sencillos que
los hay por montones: pescados en las orillas del Bósforo; comida turca en toda
la ciudad y en carritos callejeros donde venden choclos asados, castañas,
dulces turcos, unas geniales pizzas turcas con queso de cabra y los infaltables
kebab. Lo internacional se puede conseguir en los sectores de alto nivel donde
lo europeo es sin duda muy bienvenido.
La historia
Mi
afán periodístico dejó de lado los placeres de la comida y la bebida para
seguir la historia de esta ciudad sólo con agua embotellada. Todo lo imponente
de Estambul se emplaza en pocas cuadras, así que fácil es conocer en una mañana
monumentos históricos como el museo Santa Sofía, construido en el año 360 dC. Y
que antes fue una basílica ortodoxa y luego una mezquita musulmana.
A
un par de cuadras se erige la Mezquita Azul (1609), lugar de oración de los
musulmanes y atracción turística de cuanto viajero pise estas tierras. Ya en el
exterior, los restos del hipódromo, gigantesca construcción que albergaba a
cien mil espectadores y que en la actualidad sólo se pueden observar tres grandes
monumentos: el obelisco egipcio construido por el faraón Thutmose III 1549-1503
a.C; la serpiente (479 a.C) y una columna de piedra que data del siglo IV.
Pero
el verdadero éxtasis se produce al conocer la cisterna Yerebatan, que es la más
grande de las 60 cisternas que fueron construidas en Estambul durante la época
Bizantina. Como no había agua dulce suficiente dentro de las murallas que
rodeaban la ciudad, construyeron en el año 532 un gran depósito y ahí guardaban
el agua traída a través del acueducto de Valente. Bajo tierra, tiene 336
columnas repartidas en 12 hileras de 28 y situadas a 4 metros de distancia en
un área de 10.000 m2, tiene 8 metros de altura y aproximadamente su capacidad
es de unos 80.000 m3 de agua dulce.
Los mercados
Dos
grandes mercados son los favoritos de los millones de turistas que recorren
Estambul en el año. El Mercado de las Especias y el Gran Bazar. El rincón
gourmet del Mercado de las Especias fue mi gran favorito. Todas las especias
del oriente tienen su espacio en este lugar donde el regateo es parte
fundamental de una compra. Si no se regatea, hasta el vendedor se molesta. Lo
mismo sucede en el Gran Bazar, gigantesca construcción que alberga cerca de 4
mil locales y donde se pueden encontrar las imitaciones más grandes del mundo.
Desde relojes por dos dólares (que nadie sabe cuánto durarán) hasta imitaciones
de carteras de marca a precios significativamente más económicos que las
originales. Cuero del bueno y del malo y vendedores que hablan español son toda
una tradición en este lugar.
El Bósforo
Un
recorrido por el Bósforo es imperdible para quien visite Estambul. Este
estrecho separa Europa de Asia y en sus orillas se pueden ver fastuosos
palacios, mezquitas, “yalis”, que son casas de madera de altísimo valor y otras
construcciones similares. Para un mortal que viene del sur del mundo, escuchar
que una de las casas de madera que está a orillas del estrecho se vendió en 80
millones de dólares, tiendo a pensar que es una broma. Pero cuando diviso los
yates que usan sus propietarios entiendo que acá vive lo más granado del mundo.
Con razón en Estambul abundan las mejores marcas y tiendas del orbe y están las
mayores cadenas hoteleras a nivel global llena de lujos asiáticos. ¿El gato
mirando la carnicería? Posible. Pero no da envidia ya que al menos se puede
conocer una nueva realidad que se abre a nuestra vista.
De hadas, globos y
trogloditas
¿Será
así la luna… o marte? Un verdadero paisaje marciano me recibe en la región de
Capadocia tras una hora y minutos de vuelo desde Estambul. Una región que se
formó hace 3 millones de años con la erupción de los volcanes Erciyes, Hasandag y Malendiz. Las cenizas,
lava y barro cubrieron toda la meseta de Anatolia Central con un grosor de
decenas de metros. Al enfriarse esa masa caliente, se contrajo y agrietó. Luego
con la erosión provocada por la nieve, agua, aire y cambios de
temperatura, se crearon las formas más
insólitas y alucinantes que se pueden ver en este mundo.
La
mayoría de las rocas están agujereadas. La Capadocia es como un queso gruyère.
El hombre vivió en el interior de las rocas hasta hace 50 años. Él las moldeaba
a su gusto, convirtiendo su interior en cocinas, almacenes y sobre todo en
famosas iglesias y monasterios.
Por
estas tierras han pasado multitud de civilizaciones, hititas, frigios,
bizantinos, romanos, otomanos, etc., y todos ellos, ante la falta de madera,
ocuparon la roca y la trabajaron moldeando establos, monasterios, habitaciones
y hasta ciudades subterráneas donde se escondían en tiempos de guerra.
Si
ver estas verdaderas esculturas desde suelo firme es impresionante, divisarlas
desde las alturas es algo fantástico (180 euros por persona y sin opción a
regateo). Cada día y al amanecer se eleva una centena de globos aerostáticos
con el fin que los turistas se lleven las mejores imágenes en sus recuerdos y
en sus cámaras. Una hora flotando en aire al vaivén de la suave brisa matutina.
A pesar de que son las cinco y media de la mañana, el sol aparece en el
horizonte y vuelve estas fantasmales rocas en algo vivo y hermoso. Kilómetros y
kilómetros de viviendas perforadas en la roca es quizá la mejor reminiscencia
de Los Picapiedra, la referencia más cercana que tengo para hacer entender al
lector este místico lugar. A las seis y media de la mañana, bebíamos un raro
espumoso turco para celebrar mi primer viaje en globo.
Ciudades subterráneas y
pueblos perdidos
Con
el advenimiento a la democracia en Turquía, las nuevas autoridades ofrecieron a
los antiguos habitantes de las rocas, dignas viviendas en varios pueblitos que
están a diez minutos entre uno y otro. Así aparecen Nevsehir, Avanos,
Ortahisar, Ürgüp, Mustafapasa y Goreme, todos ellos convertidos en la
actualidad en villas que viven del turismo.
En
1963, un habitante de Derinkuyu, en la región de Capadocia, derribando una
pared de su casa-cueva, descubrió asombrado que detrás de la misma se
encontraba una misteriosa habitación que nunca había visto; esta habitación le
llevó a otra, y ésta a otra y a otra… Por casualidad había descubierto una
ciudad subterránea, cuyo primer nivel pudo ser excavado por los hititas
alrededor del año 1400 a.C. (Recientemente arqueólogos turcos encontraron una
ciudad inmensa que data de hace cinco mil años)
Los
arqueólogos comenzaron a estudiar esta fascinante ciudad subterránea
abandonada. Consiguieron llegar a los cuarenta metros de profundidad, aunque se
cree que tiene un fondo de hasta 85 metros.
La
ciudad fue utilizada como refugio por miles de personas que vivían en el
subsuelo para protegerse de las frecuentes invasiones en las diversas épocas de
su ocupación, y también por los primeros cristianos. El interior es asombroso:
las galerías subterráneas de Derinkuyu (en las que hay espacio para, al menos,
10.000 personas) podían bloquearse en tres puntos estratégicos desplazando
puertas circulares de piedra. En los niveles recuperados se han localizado
establos, comedores, una iglesia (de planta cruciforme de 20 por 9 metros, con
un techo de más de tres metros de altura), cocinas (todavía ennegrecidas por el
hollín de las hogueras que se encendían para cocinar), prensas para el vino y
para el aceite, bodegas, tiendas de alimentación, una escuela, numerosas
habitaciones e, incluso, un bar.
Turquía
fue una verdadera clase de historia en vivo y en directo que terminó con una
copa de vino de Capadocia a horas de mi regreso a Santiago. Un viaje
maravilloso y emocionante. (JAE)