EL RINCÓN DE LOS
CANALLAS
Democracia con santo y seña
Próximamente,
durante el mes de mayo que ya se viene encima, uno de los bares-restaurantes
más famosos y conocidos de Santiago cumplirá 36 años funcionando como verdadero
emblema y registro del último gran período histórico vivido por Chile. Lo hará
en una barriada distinta de la que le vio nacer, pero con el mismo cariño y
compromisos de sus fieles "canallas" noctámbulos y que le han perdido
el miedo a las calles oscuras de la noche adormilada por pipeños, borgoñas y
chichas.
Corría el
principio de los ochenta y las noches de Santiago estaban prácticamente muertas
a causa de los "toques de queda" ordenados por el Régimen Militar,
para mantener a la población civil encerrada en sus casas en medio del clima de
alta tensión social que había hacia aquellos días. Los borrachines y nictófilos
se lamentaban mirando por el vidrio empañado de la ventana las luces de una
ciudad ajena y hostil que les negaba sus barras y chuicos, y cuando la
televisión terminaba apenas después de la fría medianoche.

Intuyendo la
cantidad de gargantas secas y angustiadas que quedaban adoloridas cada
depresiva noche de "toque de queda", el comerciante oriundo de Temuco
y de linaje directo mapuche, don Víctor Painemal, alias "El Canalla
1º", tuvo una visionaria idea: crear un local nocturno con características
de picada que sirviera de refugio tranquilo, cómodo y seguro a todas esas
ovejas descarriadas que preferirían enfrentar las restricciones del gobierno
antes que quedarse escuchando la radio Moscú en la casa.
Painemal
consiguió arrendar un oscuro salón, bautizándolo como "El Rey de los
Pollos Asados" e inaugurándolo el 20 de mayo de 1980, en la víspera de la
gloriosa doble gesta de Iquique y Punta Gruesa. Este antiguo local no era de
grandes dimensiones, pero tenía todo lo necesario para la satisfacción de los
cientos de comensales que llegaban cada semana a comer pollitos a las brasas,
carne asada y beber a destajo. En plenos años de la Recesión Mundial, su carta
se fue ampliando con comidas chilenas, perniles, sanguchitos populares y mucho vino.
El boliche,
atendido por el propio don Víctor y su esposa, abría después del "toque de
queda" cerrando la puerta hasta la mañana, cuando los clientes se
retiraban tras la larga noche de jarana y entretención. Algunos músicos
folklóricos llegaban hasta él para amenizar las largas noches de encierro,
mientras la incertidumbre y el peligro rondaban afuera.
Las
autoridades se enteraron de la existencia del curioso local y no tardaron en
aparecer. Seguramente nunca consideraron un peligro real a un grupo de
inofensivos rotos bebedores insomnes, pero el hecho de estar violando el
"toque" los motivó a molestar algunas veces al local de Painemal,
quitándosele la patente que le permitía funcionar dentro de la legalidad. En
1983 y en circunstancias muy extrañas, sufrió un incendio que fue denunciado
como intencional, pues ya había existido un amago el año anterior. Virtualmente
destruido, fue además clausurado.
Frustrado,
Painemal volvió a vivir en la Araucanía, pero notó que sus clientes seguían con
la expectativa de que reabriera el local y se ofrecieron para ayudarle en esta
tarea. Así, reconstruyó su negocio atrás de la sombría galería de un antiguo
edificio de fachada estilo francés clásico, en
calle San Diego 379, en el local B, pero esta vez tomó sus resguardos,
como veremos.
Don Víctor
recuerda que lo rebautizó de inmediato como "El Rincón de los
Canallas", aludiendo al desprestigio que se habían ganado todos los
asistentes del club entre sus enemigos en el poder, que allanaron el local unas
67 veces durante este período. Sin embargo, hay quienes aseguran que el nombre
era originalmente "Club de los Canallas" o simplemente "Los
Canallas", transformándose después en "El Rincón de los
Canallas" por el uso y la reiteración, además de la característica
"arrinconada" que tenía su ubicación dentro del edificio y del
barrio.
"SANTO
Y SEÑA"
También se
estableció un protocolo para el acceso al negocio, a esas alturas funcionando
como bar-restaurante clandestino. Se creó así el "santo y seña" que
debían dar todos los clientes que golpearan la puerta o tiraban la cuerda
colocada en la entrada y que movía una campanita interior. El acceso en esos
años quedaba al fondo del pasillo, más allá de aquella puerta de entrada que
tenía ya en sus últimos años funcionando en este local de calle San Diego.
Cuando
alguien aparecía, entonces, desde adentro les preguntaban "¿Quién vive
canalla?"; y el visitante debía responder con la clave de cada día que se
difundía oralmente entre los clientes o bien podían enterarse escuchándola como
una cuña que se metía discretamente entre saludos leídos al aire en la radio
Colo-Colo, quizás la más popular de la frecuencia AM en aquellos años pero que,
para curiosidad histórica, en muchos aspectos no disimulaba simpatías por el Régimen
Militar.
Hubo
innumerables "santos y señas" exigidos para que se abriera esa puerta
metálica. Entre otras muchas que se recuerdan, están algunos como: "Canalla
llamando a canalla". "Las zarzamoras están moradas".
"Canalla, canalla, canalla". "Florecieron los maitenes". "Está
lloviendo en Puerto Montt"… sin embargo, fue inevitable que aún con todas
precauciones, de todos modos les cayera algunas veces más el peso represivo,
con allanamientos, redadas y detenciones.
Muchos
políticos, intelectuales y artistas se reunían en "El Rincón de los
Canallas", la mayoría de ellos de izquierda, como podrá sospecharse. Por
eso el local tiene una evidente y cargada estética política y cultural de esta
orientación, abundando las imágenes de Salvador Allende, de Violeta Parra, de
Pablo Neruda o de Víctor Jara. Alentado por sus raíces indígenas, don Víctor
también acumuló muchas referencias a la cultura e iconografía mapuche y la
Araucanía en la decoración. "¡Arauco vive!", se repite por todos
lados, aunque no vemos las demostraciones separatistas que están de moda en
esta clase de discursos indigenistas, pues Painemal se manifiesta bastante
patriota a su manera.

Al asumir la
Concertación el Gobierno de Chile en 1990, "El Rincón de los
Canallas" se convirtió en un símbolo de enorme valor para los tiempos que
en aquellos días comenzaban a vivirse. Tras casi diez años funcionando de forma
irregular, se le devolvió su patente comercial y dejó de ser, así, la caverna
clandestina que había sido por tantos años. Su pasillo fue llenado por mensajes
y proclamas que, según dicen, antes habían sido usadas de "santo y
seña", como "Tienes el derecho de vivir en tu país", "Tú
siempre primero" o "Lo que dijiste ayer sigue diciéndolo
mañana". En la puerta del acceso donde se cumplía con el protocolo de
entrada, ahora con timbre, letras blancas anunciaban con orgullo:
"Canallas Club Internacional - Chile".
El local
alcanzó entonces, de hecho, el prestigio internacional que hoy le identifica,
siendo visitado por turistas de todo el mundo que llegaban atraídos por la
curiosidad de conocer algo tan pintoresco. Se llenó de "canallas",
como son llamados de entrada y hasta hoy los clientes, que formaron una especie
de club ad hoc que agrupó a cerca de 4 mil nombres. Nuevas consignas y mensajes
políticos fueron pintados en el pasillo de acceso y también adentro. Miles y
miles de tarjetas de presentación eran dejadas por los visitantes en los muros
del local, además de fotografías y dedicatorias escritas en las mismas paredes.
Hacia mediados de la década, llegaron incluso reporteros extranjeros a
entrevistar a don Víctor y mostrarle al resto del planeta la existencia de este
histórico rincón de Santiago.

En 1998,
cuando Pinochet fue detenido en la clínica de Londres para iniciarse
un juicio de extradición a España y donde el controvertido Juez Baltasar Garzón
buscaba enjuiciarlo, "El Rincón de los Canallas" decidió fijar un
"santo y seña" único y definitivo, pues ya tenía sólo un valor
histórico y no tenía sentido irlo variando. Quedó establecido entonces, en
"¡Chile libre, canalla!", y así se ha conservado desde entonces,
aunque sólo se la exige desde las 15:30 horas en adelante. De paso, festinando
con la delicada situación internacional que se había vivido hasta el regreso de
Pinochet a Chile, se pintó un nuevo mensaje en el pasillo de entrada:
"Pin-8 come donde no hay garzón".
La carta del
local fue reforzada con características nominales propias y distintivas. Así,
por ejemplo, Painemal no vende el
clásico trago "terremoto", sino el "maremoto",
prácticamente el mismo a base de pipeño y helado de piña pero con algunos
ingredientes especiales que lo hacen maravilloso, uno de los mejores de todo
Chile (no confundir con los "maremotos" con menta que ofrecen locales
como el "Wonder Bar" de Mapocho o "El Tropezón" de Estación
Central).
El resto
del menú tomó algunas denominaciones como "Vitalicio",
"Cesante" o "Amongelatina" que recuerdan evidentemente, a
elementos del lenguaje que se usaba en aquellos años que vieron nacer y crecer
a "El Rincón de los Canallas", o el que derivó indirectamente de
aquel período. También están el trago "Mortal" y el "Francotirador", para comprender
más o menos la idea general de este concepto.
EL TRASLADO
DEL BOLICHE
Sin embargo,
al avanzar el siglo XXI, el comercio de calle San Diego comenzó a decaer
notoria y gravemente, así como también aumentaba la emigración de los vecinos
del barrio, que ya han tenido por efecto la demolición de varios edificios
históricos de estas cuadras y la desaparición de boliches inolvidables, como
"Los Braseros de Lucifer". La casona donde estaba "El Rincón de
los Canallas" quedó desocupada, y el propietario no tuvo más remedio que
venderla, comunicándole la terrible noticia a don Víctor, por ahí por el año
2008.
La mala
nueva corrió como el fuego en el pasto seco entre todos los fieles
"canallas" que conocían el lugar: “El Rincón de los Canallas"
cerraba sus puertas. Se pensó seriamente, de hecho, en que el histórico negocio
se acababa, en gran medida por el daño irreparable que causó sobre el comercio
nocturno de estos barrios el nefasto reordenamiento de la locomoción colectiva
que involucró en Transantiago.
Profundamente
amargado, Painemal intentó obtener ayuda para mantener su local, pero los
mismos políticos que habían escrito parte de su propia historia en las salas de
"El Rincón de los Canallas", le dieron la espalda con indignante y
grosera indiferencia. Irónicamente, la maldición "canalla" cayó
contra los desagradecidos e ingratos: menos de dos años después, esas fuerzas
políticas que se habían formado en los recargados y polvorientos comedores del
negocio que ahora cerraba sus puertas ante la total apatía de ellos, perdían
las últimas elecciones presidenciales con un formidable golpe al orgullo y a la
soberbia política.
Todo parecía
indicar, así, que el bar-restaurante se perdía, cuando justo encontró casa
nueva en julio, en la dirección de Tarapacá 810, casi en la esquina de San
Francisco, a unas cuantas cuadras de su antigua sede.
La casona
donde hoy está "El Rincón de los Canallas" es mucho más espaciosa y
cómoda que su antiguo local, con dos
coloridos pisos totalmente decorados con la misma ornamentación recargada y
abundante que reinaba en San Diego. Aún se ven allí las innumerables
referencias a la cultura y la política izquierdista, aunque con algo de
eclecticismo: también hay fotografías de los cuatro ex presidentes de la
Concertación. Pueden encontrarlo abierto hasta las 5:00 de la mañana, pero
siempre es necesario reservar antes, si se tienen esos planes.
"El
Rincón de los Canallas" actual, cuya propiedad está en manos de doña
Mercedes, esposa de Painemal, conserva la costumbre de poner mensajes escritos
en las paredes, supuestamente los mismos que, como hemos dicho, habían servido
antes de "santo y seña", como: "Tay meao de perro",
"El último paga la botella" o "Mañana es demasiado tarde".
Allí, en la escala al segundo piso, reza un adagio: "No temas ir despacio.
Sólo teme no avanzar".
Por
supuesto, se conservan las miles de tarjetas de presentación dejadas por sus
visitantes, e innumerables cuadros paisajistas, cerca de 500 donados por
pintores o usados como moneda de cambio para una buena comilona, especialmente
en sus inicios. Hay tantas banderas chilenas y emblemas patrios que los
parroquianos se sienten en una fonda o
chingana dieciochera. Y don Víctor sigue paseándose por el local, con sus
gruesas gafas de vidrios oscuros y su delantal impecablemente blanco. Ya es una
celebridad en su club. "¡Abríguese usted, papá!" le dice, cuando
aparece, la dama sentada junto a la puerta de ingreso, que saluda a todos los
asistentes llamándolos "canallas". Era que no.
A su carta
de comidas típicas chilenas se han sumado excentricidades nuevas y muy
cotizadas, como siempre respondiendo a los contextos de actualidad política o
social: además del tradicional pisco sour el boliche canalla ofrece rarezas
únicas como el "roto sour", el "milagroso", el "barrabasito",
el "chúcaro", el "bihagra" y la pichanga canalla llamada
"canastillo".
Ojalá que
por el bien de esta ciudad, a veces mustia en la conservación del patrimonio y
el folklore urbano, "El Rincón de los Canallas" pueda celebrar muchos
años de vida. (Urbatorium)