CUATRO DÍAS DE PRECISION SUIZA
María
Yolanda González
(Texto
original publicado en revista Placeres, 2015)
Nunca fue uno de mis destinos “obsesivos”, me
arrepiento. Exactamente a la hora estipulada
aterrizamos en Zurich, para tomar el tren a Berna, la capital. Una
hora y cinco minutos después arrastro mi
maleta hacia el hotel Schweizerhof Bern que se divisa desde la estación. Una
fachada tranquila, quitada de bulla, y tras la puerta toda la vocación de
servicio helvético, y la opulencia del buen gusto combinado con modernidad. No
por nada entre sus huéspedes se encuentran los ex y los actuales reyes de España, el legendario dueño de Fiat,
Gianni Agnelli y los príncipes de Mónaco. El summum del confort incluye todos
los amenities Bulgari, quinientos metros de spa, el gerente del lounge lobby
bar Andy Walch premiado como Sommelier del año 2014, una espectacular terraza
que fue locación de películas de la saga de James Bond, un Cigar
Lounge, y un chef japonés licenciado en fogu, la delicia culinaria más
peligrosa del mundo.

Una hora después camino por el casco viejo de Berna,
que al contrario de otras ciudades medievales, tiene una avenida insólitamente ancha. Entonces, las casas eran
de madera, y si se incendiaba una vereda, no afectaba la otra. Ahí mismo se
encuentra el emblema ciudadano, la
llamada Torre del Reloj. Un mecanismo
perfecto y complejo creado en el siglo XV, que funciona “como reloj
suizo”, y hace que decenas de figuras colorinches se activen a distintos
tiempos al dar la hora. A pasos del reloj por si se encuentra en apuros, dos
biombos metálicos ponen un velo de discreción a los urinarios públicos. Vedado
a pudorosos….
Los edificios antiguos de Berna, lucen en sus
balcones auténticos adornos en
láminas de oro. Recorrer el caso viejo toma poco más de una hora y si llueve, lo mejor es
caminar por sus “arcades” que
constituyen el paseo cubierto más largo de Europa.
En tranvía se llega directo al Parque de las Rosas,
pasando por el enorme bloque de edificios del
Bundeshaus, sede del gobierno y el parlamento
Desde la altura se ve perfectamente la conformación peninsular de Berna, el
parque de los osos que deambulan libremente, y su paisaje de cuento irrumpiendo
entre dos aguas. En Berna se habla alemán, pero como los niños suizos aprenden
alemán, francés e italiano, también se habla inglés.
Es cerca del mediodía y mi maravillosa Swiss Travel
Pass me permite tomar bus, tren, tranvía
o un bote. El tren me lleva a Emmental
que produce quesos desde 1741. Un restaurante
lleno de familias, un museo y sala de ventas, y un “Stöckli” dedicado a mostrar cómo se hacia el queso en
la antigüedad son las atracciones. Pero lo mejor… el maestro quesero que
vestido de traje tradicional y habilidad de mago, realiza el largo proceso de
transformar como en la antigüedad -a fuego vivo mediante una hoguera de
leña-, la leche en queso.
Volver a Berna, es ver paisajes de Heidi y “el
abuelito dime tú”. Sólo la vista vale el viaje.
Nada sería mejor que ir al spa del hotel, pero
viajar desde el fin del mundo pasa la cuenta……no soy capaz!!! Mi máximo
esfuerzo consistirá en cambiarme ropa para cenar, a las 19,30 en un ex granero.
El Kornhauskeller considerado hoy entre los mejores
exponentes del Alto Barroco Bernesiano fue construido en 1711 para guardar en
sus tres pisos superiores granos, mientras
el primero se utilizó como mercado y bodega de vinos. Entonces se decía
que Venecia estaba sobre agua, mientras Berna sobre vino. Tuvo varios usos,
hasta que la familia Bindella abrió un restaurante sorprendente, con
gigantescas lámparas de lágrimas, un segundo piso abalconado como palco del
Municipal, y una cava con más de mil etiquetas. Tiene el aire de
un precioso rincón del pasado, como todo
el centro de la ciudad.
Puro arte a la orilla del Rhin
En la estación de Berna, a las 8.04 parte el InterCity 960 que estará en
55 minutos en Basilea. Con 2000 años de antigüedad, Basilea es hoy uno de los centros científicos más
importantes del mundo, casa matriz de la industria químico farmacéutica global,
y sede del mayor centro de ferias. Sus 200 mil habitantes tienen una de las
ciudades con mejor calidad de vida del planeta.
Allí nació el innovador Swiss Stile arquitectónico
que combina tradición y futuro, y también allí un tercio de los ganadores de
los premios Pritzker (equivalente al Nobel de arquitectura), han dejado su
huella. Mi primer impacto se lo debo a Herzog & de Meuron, autores del
CityLounge Central del nuevo recinto de ferias. Indescriptible, me quedo como
“la Carmela de San Rosendo”. Es el mejor preámbulo al ingreso a Baselworld la feria mundial más grande del
orbe dedicada a relojes, joyas e insumos, es decir, brillantes, perlas, piedras
y maquinarias. En sus sofisticados estands
se realizan las mayores transacciones y se exhiben las tendencias. Un
café después del impacto viene bien, y da la oportunidad de observar ese mundo
de compradores de lujo, también de ver- para deleite de hombres bien vestidos-,
a preciosas mujeres asiáticas que los hacen dar vuelta la cabeza.
Cientos de marcas se potencian en sus pabellones con
espacios acordes al prestigio, y salones que ofrecen desde agua termal a
champagne francés, pasando por caviar. El sello decorativo, miles de delicadas
calas naturales en todas partes incluso colgando del techo.

Entre tanta sofisticación, una vitrina llena de juguetes.
Es la impronta de Romain Jerome, los
start up de la relojería suiza que desde 2004 han instalaron una filosofía contemporánea en la relojería
masculina. Un tributo a la rica historia del hombre a través de sus iconos y
leyendas. ¿La fórmula?, el ADN de la tierra, el mar y el aire, insertados en
los relojes, como polvo traído de la luna y certificado- me señala Gregory
Oswald su joven gerente de marketing-, o acero del Titanic, o cenizas del
volcán que explotó en Islandia en el 2010. Lo mismo ocurre con el modelo Berlín
ADN cuyas piezas, cuenta Gregory, contienen una fracción del muro, y que en oscuridad
permiten ver una línea levadiza, significando de la libertad. Batman también
está, limitado a 75 relojes agotados. Las maquinarias son manuales y completamente
hechas en Suiza.
Son sueños hechos realidad, posibilitando que cada
hombre sienta que tiene una pieza única. Tanto es así, que uno de los modelos
motiva la aparición de una pequeña mancha en la piel, que obviamente es
diferente en cada persona. Sus precios pueden alcanzar los 85 mil Euros, y hay
piezas que se venden sólo en la tienda de Ginebra. Al cliente se invita con
pasaje y estadía; el público, entre 25 y 40 años.

Vuelvo a la realidad cerca de las 3 de la tarde,
caminando a orillas del Rhin. Viene el relax, y
duermo como en mi cama, en el
cemento de los escalones a orillas del rio. Es primavera y la gente disfruta
del lugar y la vista. Basilea da para todos los gustos, las compras y los panoramas.
El mío esta noche es a las 18,30 en el
Volkshaus Basel cerca de Claraplatz. Un
restaurante recién remodelado y
precedido por una gran barra de cervezas. En mi mesa, Nora Reith, que
trabaja en Basilea y todos los días cruza en bicicleta o bus la frontera para
dormir en su casa en Alemania. Dentro del Volkhaus, Basilea es una fiesta de
buena onda y sabores. ¿Quién dijo que
Suiza era aburrido?
De La Prairie a la viña del Emperador
A las 9,34 desde Berna el tren parte
a Montreux, vía Lausanne con un paisaje enmarcado por los Alpes. A las 11.30 piso la prestigiosa Clínica La
Prarie, ubicada en Clarens, una villa apacible y chic, a orillas del lago
Leman. Allí es donde altos ejecutivos van a tratamientos de revitalización,
post accidentados a recuperarse integralmente, y mujeres y hombres se deshacen
de distintos tipos de stress y aprovechan de rejuvenecerse u embellecerse.
Cincuenta médicos conforman el staff
cuenta al almuerzo Eirini Tigkaraki, su relacionadora publica griega. Todo es
perfecto. Y una novedad, la Prarie no
hace cremas; vendió la marca para su fabricación al mismo laboratorio de Nivea. Lo otro, la
mayoría de los pacientes hoy son rusos y chinos. El Castillo, los paisajes, la
piscina, sus salas de relax, su placidez… ¡me quedaría a vivir y ver el famoso
Festival de Jazz de Montreux, auspiciado por La Prairie, que comienza en julio!

Terminado el almuerzo (chef francés con estrella
Michelin de por medio), partimos rumbo a Epesses a la viña La Republique
establecida en 1552 frente al lago Ginebra, que con solo 34 hectáreas tiene
reconocimientos globales. En el camino se
divisa la viña del Emperador de Japón, un pequeño triangulo en altura.
Partick Fonjallaz -nuestro anfitrión y dueño-,
pertenece a la 12 generación de productores. Su estrella, la cepa
Chassealas. En la pérgola el paisaje es espectacular y su Pinot Noir también.
A media tarde, y a poco andar en Grandvaux está el
Auberge de la Gare, para el mejor aperitivo que alguien se pueda imaginar; una
joyita con cinco acogedoras habitaciones con vista al lago Ginebra, un huerto
para proveerse, un restaurante con recomendación Michelin, una tarraza
espectacular y precios como cualquier lugar de Santiago. Si uno quiere irse a
Ginebra… el tren se toma en la vereda del frente.
Carougue, la debutante
Nada más amigable que Ginebra, punto de partida en
la peregrinación a Santiago de Compostela en España, sede la Naciones Unidas, y
del CERN -el mayor laboratorio del mundo para la física de partículas-, cuna de
la Cruz Roja y la Media Luna Roja, de la
alta relojería, pero por sobre todo un lugar bello, amable. Por algo Borges
dijo: de todas las ciudades del planeta, Ginebra me parece la más propicia a la
felicidad.
El casco antiguo lo preside la Catedral de San
Pedro, cuna del protestantismo, lo atravesamos en medio de un recreo
estudiantil, no hay cierres ni rejas, a nadie se le ocurriría escapar. El Muro
de los Reformadores es un cuerpo monumental, y caminado veremos incluso el Jet
d Eau, famoso surtidor de agua de 140 metros de alto. También pasamos por los
mercados, en pleno centro, donde los porotos verdes y las zanahorias se
presentan como piezas de arte.
A pocas cuadras, Benoit Mondié, nos introduce al
mundo de Victorinox, flag ship de la Swiss Army y que no tiene nada que ver con
lo que uno encuentra en Chile. Ahí está la primera cortaplumas hecha para el
Ejercito suizo, las preciosas ediciones limitadas actuales de cortaplumas y
perfumes, la edición especial en dorado con motivos para el mercado chino, la
funcional e ingeniosa maleta ganadora del
premio europeo de diseño,
tecnología de última generación para la ropa deportiva; y la guinda de
la torta, la posibilidad de que cada persona pueda hacer su propia cortaplumas
y grabarla. Servicio y amabilidad suiza, de comienzo a fin.
Al medio día almuerzo en el Café du Centre, un clásico en plena Place du Molard,
corazón de la zona financiera, donde las sillas de las terrazas lucen cálidos
cueros de oveja para protegerse del frío. En las paredes de esta antigua
brasserie, escenas de la belle époque. Pido el tradicional Perch fillet, y no
me equivoco. Al salir, los abrigos se recogen en el perchero del vestíbulo,
antes de la puerta de entrada, en plena calle, a nadie se le ocurre que podría
faltar algo.
Caminando se llega a otro clásico, la Bonbonniere,
chocolatería de larga tradición familiar,
donde jóvenes y sonrientes chocolateros franceses, que a diario cruzan
la frontera a sus casas, hacen las escultóricas figuras que exhibe la vitrina.
Pero no es así nomás, han estudiado en rigurosas escuelas de cocina y servicio,
lo que no impide que por las fotos que
exhiben en la pared, se vea que lo pasan bomba.
Muy cerca está la Rue du Rhone, que, concentra todas
las marcas más importantes del mundo, nada que envidiarle a Champs Elysees ni
al Triángulo de Oro de Milán, y está al borde del lago, en un paisaje precioso
y…todo tentador ¡¡una perdición!!
Nada mejor que finalizar el día en Carouge, el
Greenwich Village de Ginebra en el sofisticado y ondero Le Flacon que abrió en
2012, cuya cocina acristalada esta vista a la calle, y ofrece el mejor pescado que he comido en mi vida. A la
cabeza de su cocina está Yoanni Vautier, tan joven que parece un niño, y ya con
una estrella Michelin a su haber. Indispensable, un poco de producción para no
desentonar y toda una experiencia, irrepetible.
Ha sido intenso, pero vuelvo en la mejor business de
Europa. El chef Andreas Schwab, 13 puntos Gault Millau y una estrella Michelin
es el encargado de la “Swiss, sabores de Suiza”, una cocina con fuertes raíces
regionales, que también deleita a la clase turista del avión con platos tamaño
restaurante, junto a los mejores vinos, chocolates suizos, tés Sirocco y helados de Movenpick. Dos metros de cama,
me permiten dormir mientras “atravesamos el charco”.