COMER ES UN PLACER
GENIAL, SENSUAL Y SOCIAL
La gula es el quinto
pecado capital, pero hay pecados más feos (los otros seis)
Hace
unos días, una lectora nos envió un mail para reflexionar sobre las noticias
que han aparecido últimamente en la prensa y que tocan directamente el tema de
la obesidad en nuestro país. El tenor de la carta (de la cual publicamos las
expresiones más interesantes) dice lo siguiente:
“Viendo todas las noticias respecto
del aumento explosivo de la obesidad en Chile y los males asociados a ella,
como el alcoholismo, es necesario enfrentar la realidad. La llamada "dieta
chilena" es culturalmente antagónica a la dieta mediterránea. En nuestro
país no existe la dieta mediterránea ya que ésta no consiste sólo en una lista
de ingredientes sino que en la forma de preparación de los alimentos, la
frecuencia y las cantidades ingeridas. Aunque nuestra dieta parezca similar en
muchos aspectos a la mediterránea, los hábitos alimentarios tradicionales están
hoy amenazados por cambios culturales y por el boom de la comida rápida. La
gran diferencia está dada por el consumo de azúcar y de aceites comestibles de
dudosa calidad, asociada a nuestra pasión por las frituras.”
“Además, el patrón cultural que nos
define es de terror: mientras más grandes las porciones, más honrada es la
dueña de casa. Ojalá los platos sean “con baranda": porciones cercanas al
kilo de alimentos por ingesta. Porotos con riendas y un trozo de cuero de
chancho (3.800 calorías); arrollado huaso con papas mayo (3.500 calorías) y
así, suma y sigue.”
Creo que los chefs y los
restaurantes conscientes de este tema tienen mucho que decir. Desde indicar la
cantidad de calorías ingeridas, incorporar más pescado, aceites de oliva y
canola, etc., etc.
Nuestra
lectora tiene mucha razón en sus dichos. Sin embargo hay aspectos que no
compartimos y que ciertamente nos hacen reflexionar acerca de esta materia.
Sin
tomar en cuenta algunas exageraciones del texto, como que el alcoholismo sea un
mal asociado a la obesidad, y otras incongruencias, pensamos que el público que
asiste a restaurantes (con la excepción de los restaurantes vegetarianos o
veganos y sus derivados), no va a contar calorías ni espera menús de corte
sano. No podemos culpar a los restaurantes de la obesidad que existe en nuestro
país.
Más
preocupan otros temas que no son afines a nuestra revista y que ciertamente son
los que han gatillado la obesidad de las personas. Desgraciadamente, y como
dice un humorista, pasamos de la citroneta a la 4 x 4 (de desnutridos a obesos)
sin darnos cuenta el descalabro que dejábamos en el camino y en esto el consumo
de aceite de oliva no tiene nada que ver, ya que contiene tantas calorías como
los aceites comunes.

Somos
un país donde comemos y bebemos como cosacos. Eso nadie lo puede desmentir.
Pero los restaurantes no son los culpables de la obesidad ni del alcoholismo de
nuestra población. Es un problema cultural que no se soluciona en una década ni
en dos. Ninguno de nosotros estará vivo cuando se superen estos temas. Este es
un problema de Estado (y decimos Estado ya que no es del gobierno de turno). El
Estado le puso vitaminas y sal al pan. El Estado fomentó (sin querer) el
consumo de carne y dejó de lado el pescado a pesar de los kilómetros de costa que
tenemos el privilegio de poseer. El Estado es que debe plantearse políticas
inteligentes para que en cien años más seamos más sanos (más bien dicho, los
que vivan en esa época).
En
la actualidad, sólo la comida que entregan en clínicas y hospitales es sanísima.
Pero, ¿pagaría usted por alimentarse allí?
Comer
en restaurantes es un placer hedonístico que nada tiene que ver con la
alimentación. Y echarle la culpa a los locales gastronómicos de los males de
nuestra población no es justo. Nuestros restaurantes no están hechos para
enseñar ni alimentar, están para disfrutar la comida y punto. (JAE)