ELKA, LA GERIATRA
Hace unos días tuve la visita de mis
hijos y nueras en el departamento. Yo, un lobo estepario que acostumbra a vivir
solo y hacer lo que me da la gana, encontré que los cinco primeros minutos
fueron simpáticos, pero las dos horas siguientes el tedio rondaba mi cabeza. La
idea de ellos era una sola: llevarme donde una geriatra para que evaluara mis
condiciones físicas y mentales. No encontré para nada simpática la situación
pero me amenazaron con dejarme sin mesada si no les hacía caso. ¡Lo que es la
vida!, pensé: antes yo los mandaba y ahora ellos me ordenan.
Era injusto, pero comenzaron a
preocuparse de la salud mental de su padre. Según mis nueras, este último año
me había mandado “varias cagadas” (sic) y querían cerciorarse que aun podía
vivir solo. A una de ellas se le cayó el casette: “tenemos un hogar divino para
tus últimos días”, comentó antes que las otras la hicieran callar. Yo me hice
el desentendido y les respondí que si bien aceptaba la evaluación, ellos tenían
que subirme la mesada en un 50%, ya que Las Lanzas ya no estaba tan barata como
antes y que cada día era más caro vivir en Ñuñork.

Al día siguiente, mi hijo mayor y la
bruja de su mujer pasaron a buscarme. Estaba listo y preparado: chaqueta de
tweed, pantalones Dokers y todo ad hoc para la visita médica. Llegamos a un
centro médico – geriátrico en Providencia y como es usual, la doctora no había
llegado. Para mas re’cacha, era el segundo de la lista ya que antes de mi
estaba un fulano con un aroma a gladiolos que anunciaba su pronto retiro de
esta vida. Joquincito y la bestia de su mujer se pusieron a leer esas revistas
antiguas que hay en los consultorios mientras yo, aburrido y para molestarlos,
me sacaba los loros y hacía pelotitas con ellos. El parcito hacía como que no
me conocían, pero como estaba al medio de los dos, todo el mundo sospechaba que
era el papá de alguno de ellos.
-
Papo, no te saques los mocos
-
Es que tengo muchos, hijo
-
¿Quieres un pañuelo?
- No sirven los pañuelos, hijo. Están
muy secos.
-
¡Eres un cochino!
- Yo no pedí venir acá, respondí.
Al rato, y mientras seguía hurgueteando
mi nariz, hicieron pasar al veterano de la misa cantada. Pasaron diez minutos y
el guacho salió con la cara más fúnebre de la que entró. Su familia lo tapó con
una frazada a cuadros y lo sacaron para ver posiblemente la última luz del día,
antes del paseo de espaldas por la Av., La Paz.
- ¿Exequiel Quintanilla?, pregunta una
enfermera vestida con un delantal celeste y con cara de pocos amigos.
Me levanté y encaminé mi pasos al box (así
le llaman a los cuartos de atención). Al entrar me pide el bono de atención. La
miré con cara de ogro y le digo: - “¡Ni en los restaurantes se paga antes de
comer, mierda!” Ella se asustó y me dejó pasar. Pensó que estaba algo
esquizofrénico. De atrás aparece mi hijo y le dice: -Perdón señorita, aquí está
el bono.
-Voy a entrar solo, le comenté a mi
guacho y a su mujer. “Si quieren, después hablan con la doctora.”. A fin de
cuentas, era yo el que pasaría por los vejámenes en que te miran y te toquetean
por todas partes. Digno y seguro (y absolutamente convencido que estaba en
mejores condiciones que el veterano anterior), entré a la consulta.
¡Guau! ¡Me perdí toda la vida!, pensé
cuando me asomé por la puerta y divisé a la doctora. Era una preciosura.
- ¿Don Exequiel?
- Vivito y coleando. Pero prefiero que
me digas Exe. ¿Cómo te llamas, guapa?
- Soy la doctora Kaminski
- Yo soy el veterano Quintanilla. ¿Y tu
nombre?
- Elka
- ¿Rusa?
- No, polaca.
- ¿Y qué haces en Chile?
- Reviso veteranos, contestó un poco
molesta ya que le había ganado el quien vive.
- ¿Te puedo tutear, Elka?
- Como quieras, Exe.
Partimos con un examen de la cabeza. Me
mostraba figuritas y yo a todas les buscaba un contenido erótico.
- ¿Y esto, qué es?
- Es un pájaro fornicando, le respondía.
- ¿Y este otro?
- Un preservativo de luto, continuaba.
- ¿Qué haces Exe, ¿Escribes novelas
porno?
- No, Elka, las rubias de me trastornan.
Se sonrojó y pasamos al examen médico.
Pidió que me empelotara (detrás de una especie de biombo) y me pusiera uno de
esos delantales que dejan el culo al aire. Revisó mi presión y comentó: “tendré
que pedirte varios exámenes”. Se acercó con su estetoscopio para escuchar mis
pulmones y corazón mientras yo le miraba una pequeña mariposa que tenía tatuada
en una de sus pechugas.
- ¿Cómo te funciona el pajarito?,
preguntó.
- Como las olimpiadas, le respondí.
- ¿Cómo es eso?
- No gana medallas, pero aún tiene sus
fans.
- ¿Por qué viniste a verme?
- Yo no vine. Me obligaron a hacerme
este chequeo
- ¿Bebes?
- Como cosaco, ¿y tú?
- No tanto… ¿Te gustan las ostras?
- También los erizos.
- Yo me hice fanática de las ostras
desde que llegué a Chile.
- Tengo una picada en Providencia, en
las Torres de Tajamar.
- ¿Me invitas uno de estos días?
- ¿Con tu marido?, pregunté para saber
en qué me estaba metiendo.
- No. Sola, Exe. No me he casado aun.
Los chilenos son muy infieles.
- ¿Qué le dirás a mi familia que está
esperando afuera?
- Les diré que estás en un estado de
tensión invernal y que necesitas terapia una vez a la semana. Y que yo te la
haré.
- ¿Y pagamos las ostras con los bonos de
la Isapre?
Mientras Elka hablaba con mi hijo y la
madre de mis nietos, me senté en uno de esos asientos que se parecen a los del
Metro y que ahora abundan en los consultorios. Para hacer más creíble la
historia, seguí sacándome los loros de las narices y haciendo bolitas con
ellos. ¡No se preocupe, suegro!, dice mi nuera cuando me pasan a buscar.
Nosotros nos ponemos con los bonos para su rehabilitación, ¿cierto
Joaquincito?, pregunta pegándole un codazo para que responda.
Por si las moscas, estoy aprendiendo
algunas palabras en polaco. Aunque vodka se diga igual en varios idiomas
Do widzenia!
Exequiel Quintanilla