NOSTALGIA
- “Me transporté a otros tiempos , viajar en ese tren nuevamente recordé mi niñez , a mi querido abuelo Manuel y sus tortitas de Curico , la magia y la maravilla que fue y será viajar en tren , me volé por completo y mi imaginación trajo una secuencia de imágenes sin parar de todas esas cosas simples que me hicieron tan feliz.”
- “No sé que me pasó cuando leí la semana pasada tu artículo, pero retrocedí en mi memoria muchos años. Hacía tiempo que no me sucedía algo de esta naturaleza.”
Esos y muchos otros comentarios fueron los que recibí tras escribir del coche comedor de nuestros añosos trenes. Nadie quedó impávido y muchos recuerdos casi olvidados volvieron -con aromas y todo-, a estar presentes en muchos de nuestros lectores.
Es que el tren marcó una época. Para bien o para mal vivió con nosotros durante los años de nuestra infancia y juventud. Para las generaciones modernas es posible que nada les signifique y lo consideren algo fatuo, sin importancia alguna. Para ellos es posible que tengan remembranzas de los primeros Boeing que cruzaron los cielos. Para otros el tren es parte de su vida. Y se alegraron recordarla.
Y se acordaban de los boletos de cartón que con cada pasada del inspector una muesca quedaba para el recuerdo. De la estación de Rancagua, donde muchos caballeros de la época disfrutaban un trago apurado durante los seis minutos que el tren estaba detenido. Otros recordaban los famosos “tracatraca” de las ventanas que se cerraban inesperadamente. Los menos añoraban el viaje a San Felipe en el tren de trocha angosta. Pero todos recordaban como si fuera hoy los huevos duros, los queques, las galletas, el pollo envuelto en papel kraft y el vendedor de diarios que cada cierto tiempo pasaba ofreciendo la revista “En Viaje”, una especie de almanaque con una mezcla de la Zig Zag de aquellos tiempos.
Los que viajaban en primera y en segunda se juntaban en el coche comedor. La cosa en esos tiempos era un poco más transversal. Un poco solamente ya que los de tercera… al fondo del tren, no se atrevían a mezclarse con “los pijes”. La tercera clase, con sus asientos de madera y cojines de cuero, quizá era la aproximación más cercana a la clase turista de nuestros aviones. Con la diferencia que el espacio era muchísimo mayor.
Tres distintos tipos de locomotoras me llevaron alguna vez a destino. Carbón, diesel y eléctricas. Las tres (en su época) llegaban a la hora y eran un ejemplo de puntualidad. ¿Cómo no añorar los ferrocarriles de antaño? ¿Por qué los destruyeron?
¿Fue que ferrocarriles se transformó en la caja pagadora de favores de los gobiernos de turno, como me explica un serio periodista y abogado? ¿Será que por políticas de Estado al país le interesaba más tener una ruta vial rentable?
Sea lo que sea nos dejaron sin pan ni pedazo. 50 minutos entre la Estación Central y Rancagua fue mi último record aun no igualado por ningún medio de transporte. Eran eficientes y lo echaron todo a perder. Aun así quedan recuerdos y añoranzas. Los huevos duros pasaron de moda junto con los trenes. Las sustancias de Chillán y las tortas de Curicó también. Quedan recuerdos imborrables que iremos descubriendo desde nuestra próxima edición. Posiblemente una muestra para las generaciones futuras.
Aunque no lo crean, muchos fuimos tremendamente felices arriba de un tren (JAE)
- “Me transporté a otros tiempos , viajar en ese tren nuevamente recordé mi niñez , a mi querido abuelo Manuel y sus tortitas de Curico , la magia y la maravilla que fue y será viajar en tren , me volé por completo y mi imaginación trajo una secuencia de imágenes sin parar de todas esas cosas simples que me hicieron tan feliz.”
- “No sé que me pasó cuando leí la semana pasada tu artículo, pero retrocedí en mi memoria muchos años. Hacía tiempo que no me sucedía algo de esta naturaleza.”
Esos y muchos otros comentarios fueron los que recibí tras escribir del coche comedor de nuestros añosos trenes. Nadie quedó impávido y muchos recuerdos casi olvidados volvieron -con aromas y todo-, a estar presentes en muchos de nuestros lectores.
Es que el tren marcó una época. Para bien o para mal vivió con nosotros durante los años de nuestra infancia y juventud. Para las generaciones modernas es posible que nada les signifique y lo consideren algo fatuo, sin importancia alguna. Para ellos es posible que tengan remembranzas de los primeros Boeing que cruzaron los cielos. Para otros el tren es parte de su vida. Y se alegraron recordarla.
Y se acordaban de los boletos de cartón que con cada pasada del inspector una muesca quedaba para el recuerdo. De la estación de Rancagua, donde muchos caballeros de la época disfrutaban un trago apurado durante los seis minutos que el tren estaba detenido. Otros recordaban los famosos “tracatraca” de las ventanas que se cerraban inesperadamente. Los menos añoraban el viaje a San Felipe en el tren de trocha angosta. Pero todos recordaban como si fuera hoy los huevos duros, los queques, las galletas, el pollo envuelto en papel kraft y el vendedor de diarios que cada cierto tiempo pasaba ofreciendo la revista “En Viaje”, una especie de almanaque con una mezcla de la Zig Zag de aquellos tiempos.
Los que viajaban en primera y en segunda se juntaban en el coche comedor. La cosa en esos tiempos era un poco más transversal. Un poco solamente ya que los de tercera… al fondo del tren, no se atrevían a mezclarse con “los pijes”. La tercera clase, con sus asientos de madera y cojines de cuero, quizá era la aproximación más cercana a la clase turista de nuestros aviones. Con la diferencia que el espacio era muchísimo mayor.
Tres distintos tipos de locomotoras me llevaron alguna vez a destino. Carbón, diesel y eléctricas. Las tres (en su época) llegaban a la hora y eran un ejemplo de puntualidad. ¿Cómo no añorar los ferrocarriles de antaño? ¿Por qué los destruyeron?
¿Fue que ferrocarriles se transformó en la caja pagadora de favores de los gobiernos de turno, como me explica un serio periodista y abogado? ¿Será que por políticas de Estado al país le interesaba más tener una ruta vial rentable?
Sea lo que sea nos dejaron sin pan ni pedazo. 50 minutos entre la Estación Central y Rancagua fue mi último record aun no igualado por ningún medio de transporte. Eran eficientes y lo echaron todo a perder. Aun así quedan recuerdos y añoranzas. Los huevos duros pasaron de moda junto con los trenes. Las sustancias de Chillán y las tortas de Curicó también. Quedan recuerdos imborrables que iremos descubriendo desde nuestra próxima edición. Posiblemente una muestra para las generaciones futuras.
Aunque no lo crean, muchos fuimos tremendamente felices arriba de un tren (JAE)