LA PESCADERIA DE WALKER
La tentación de instalarse en el barrio Bellavista cruza fronteras. Allí y en pocas manzanas, abren (y cierran) restaurante a cada momento. No fue raro entonces que Fernando Walker, propietario de La Pescadería en BordeRío, abriera una sucursal en el mismo lugar que años atrás albergó al San Fruttuoso, uno de los grandes experimentos del desaparecido Roberto Revello. Desaparecido escribo, ya que un día salió de Chile y no se le vio nunca más por estos parajes.
Walker remodeló y lo ambientó como un lugar cercano al océano. Celestes y blancos inundan un comedor atendido por garzones provenientes de todo nuestro subcontinente. La idea era conocer este lugar, disfrutarlo y obviamente, comentarlo. Fernando Walker es un gran conocedor del negocio gastronómico y sus apuestas han sido –casi todas- de gran éxito. Partió en Vitacura con su Ferrigó que luego lo transformó en el Delmónico, lugar donde hace una tonelada de años comí por primera vez atún fresco, que un día se le ocurrió traer de Isla de Pascua.
Hoy, La Pescadería atrae su atención y más allá del producto, su cocina es tremendamente sabrosa. Acostumbrado por años a su devoción por lo creole y lo cajún, no abandona la mística que está detrás de esa filosofía. Acá se mezclan sabores latinos que incluso dan para pensar que el cocinero viene del Perú. “-Es más chileno que los porotos” me advierte cuando poco a poco hacemos desaparecer unas ostras a la parmesana que nos ofreció “para abrir el apetito”.
Sin ser cocina chilena propiamente tal, acá relucen los cebiches y el ají amarillo. Los hay, y varios. Posiblemente la mejor opción, si se va en grupo, es pedir las tablas, ya sean frías o calientes ya que dan la posibilidad de degustar varios productos simultáneamente, como unas sabrosas empanadas de camarón –queso, reducción de balsámico y aliños creole de gran nivel.
Su fuerte, y felices por el invierno que se avecina, son sus cremas y caldos. Acá sale a flote toda la genialidad de Walker para crear platos únicos: crema de ostras y bisque de camarones entre ellas. Al saber popular: recomponedoras y con mucha enjundia. Más allá, una fideua de mariscos, un guisante de camarones y una cazuela de merluza austral de alto nivel.
Siete mil pesos las entradas y nueve mil los fondos (en promedio), más bebidas, no lo convierten en una picada de barrio. Pero acá hay una calidad gastronómica que merece la atención. Bastantes aciertos y pocos errores (como un pastel de jaiba que estaba incomible) conseguí el día de mi visita. Los postres, anunciados como de película, no dieron el ancho necesario para un final feliz.
Un veredicto positivo. Un ajuste de sus precios podría poner a La Pescadería en un buen sitial dentro del circuito gastronómico de un barrio donde la oferta supera a la demanda. Aun así, bueno es tenerlo entre las posibilidades de distracción. Bellavista, en sí, no es un palacio donde mande el mantel largo y el equilibrio de los precios debe estar acorde con el sector. Me gustó la propuesta y me encantaría verla repleta de ávidos comensales disfrutando de esos caldos, caldillos y sopas que nos llevan al más allá, pero para ello hay que ser cautos y consecuentes. Ojalá sirva al consejo. (Juantonio Eymin)
La Pescadería de Walker: Mallinkrodt 180, Barrio Bellavista, fono 777 6120
La tentación de instalarse en el barrio Bellavista cruza fronteras. Allí y en pocas manzanas, abren (y cierran) restaurante a cada momento. No fue raro entonces que Fernando Walker, propietario de La Pescadería en BordeRío, abriera una sucursal en el mismo lugar que años atrás albergó al San Fruttuoso, uno de los grandes experimentos del desaparecido Roberto Revello. Desaparecido escribo, ya que un día salió de Chile y no se le vio nunca más por estos parajes.
Walker remodeló y lo ambientó como un lugar cercano al océano. Celestes y blancos inundan un comedor atendido por garzones provenientes de todo nuestro subcontinente. La idea era conocer este lugar, disfrutarlo y obviamente, comentarlo. Fernando Walker es un gran conocedor del negocio gastronómico y sus apuestas han sido –casi todas- de gran éxito. Partió en Vitacura con su Ferrigó que luego lo transformó en el Delmónico, lugar donde hace una tonelada de años comí por primera vez atún fresco, que un día se le ocurrió traer de Isla de Pascua.
Hoy, La Pescadería atrae su atención y más allá del producto, su cocina es tremendamente sabrosa. Acostumbrado por años a su devoción por lo creole y lo cajún, no abandona la mística que está detrás de esa filosofía. Acá se mezclan sabores latinos que incluso dan para pensar que el cocinero viene del Perú. “-Es más chileno que los porotos” me advierte cuando poco a poco hacemos desaparecer unas ostras a la parmesana que nos ofreció “para abrir el apetito”.
Sin ser cocina chilena propiamente tal, acá relucen los cebiches y el ají amarillo. Los hay, y varios. Posiblemente la mejor opción, si se va en grupo, es pedir las tablas, ya sean frías o calientes ya que dan la posibilidad de degustar varios productos simultáneamente, como unas sabrosas empanadas de camarón –queso, reducción de balsámico y aliños creole de gran nivel.
Su fuerte, y felices por el invierno que se avecina, son sus cremas y caldos. Acá sale a flote toda la genialidad de Walker para crear platos únicos: crema de ostras y bisque de camarones entre ellas. Al saber popular: recomponedoras y con mucha enjundia. Más allá, una fideua de mariscos, un guisante de camarones y una cazuela de merluza austral de alto nivel.
Siete mil pesos las entradas y nueve mil los fondos (en promedio), más bebidas, no lo convierten en una picada de barrio. Pero acá hay una calidad gastronómica que merece la atención. Bastantes aciertos y pocos errores (como un pastel de jaiba que estaba incomible) conseguí el día de mi visita. Los postres, anunciados como de película, no dieron el ancho necesario para un final feliz.
Un veredicto positivo. Un ajuste de sus precios podría poner a La Pescadería en un buen sitial dentro del circuito gastronómico de un barrio donde la oferta supera a la demanda. Aun así, bueno es tenerlo entre las posibilidades de distracción. Bellavista, en sí, no es un palacio donde mande el mantel largo y el equilibrio de los precios debe estar acorde con el sector. Me gustó la propuesta y me encantaría verla repleta de ávidos comensales disfrutando de esos caldos, caldillos y sopas que nos llevan al más allá, pero para ello hay que ser cautos y consecuentes. Ojalá sirva al consejo. (Juantonio Eymin)
La Pescadería de Walker: Mallinkrodt 180, Barrio Bellavista, fono 777 6120