martes, 7 de agosto de 2012

MEMORIAS DE UN CHEF

MI CIUDAD

Me gusta el centro de Santiago con sus luces y sombras, con sus pequeños y grandes pecados. La ciudad está desarrollada por nuestra conciencia, de alguna manera, es lo que nosotros somos.

Acá los seres humanos, como en una ruleta, se juegan los sueños y esperanzas en el día a día. Recorrer sus calles es un ejercicio de descubrimiento: parques desvencijados, cites antiguos, barrios desapareciendo por una mal entendida modernidad que aísla a los seres humanos, llevándolos a vivir la soledad del miedo, del abandono. Todo transcurre entre rejas, entre pequeñas conspiraciones de silencio. Nadie sabe quién vive a su lado, quién es ese desconocido que ha saludado un par de veces, como esos niños que tienen un amigo imaginario.

Ya nadie se sienta en el portal de sus casas (como lo hicieron nuestros abuelos), para mirar como juegan los niños durante la tarde (ellos ya tampoco salen a jugar). Ya nadie teje o conversa del tiempo o de la vida, como en una postal antigua, esta imagen se difumina solamente en nuestros recuerdos.

Conversaba hace unos días con un amigo apenas un poco mayor que yo, por lo menos de esa manera nos vemos y mientras cruzábamos la Av. Bernardo O’Higgins con Santa Rosa, me preguntó si yo había alcanzado a conocer el convento de las monjas Claras, cerrado con grandes murallas de adobe, en donde sobre el murallón crecían en la primavera yuyos y mastuerzos, y que estaba entre San Antonio y Mac Iver (calle que antes se llamó las Claras). Mi amigo me describía ese recuerdo de su niñez como si hubiese sido sólo hace un momento, ¿y es que acaso no lo es?

De ese convento que aún existe en la memoria en la memoria de algunos, a pasos se encuentra el hotel Galerías con su restaurante Vichuquén y exactamente a un costado de la centenaria Iglesia de San Francisco, donde alguna vez estuvo la mítica Pérgola de las Flores, lugar de inspiración de nuestra gran Isidora Aguirre para crear una de las piezas teatrales más nuestras, se encuentra el hotel Plaza San Francisco y su restaurante Bristol.

Coincidentemente, a escasos metros el uno del otro se encuentran los dos mejores restaurantes de hoteles, con cocina chilena o de inspiración chilena. El Vichuquén desarrolla una de las cocinas chilenas de mayor fuerza en la ciudad. Platos clásicos y la incorporación de productos novedosos, logran un lugar ideal para almorzar y cenar.

Y cruzando la Alameda encontramos los fogones de Axel Manríquez, uno de los más talentosos cocineros jóvenes, creativo, trabajador y organizado, que desarrolla una cocina moderna, sorprendente, inteligente, con toques de chilenidad a veces, y otras, derechamente, pero en donde la calidad y el sabor hablan por si solos.

El centro de la ciudad siempre nos puede sorprender.

Joel Solorza Fredes