UN DÍA PARA EL
OLVIDO
(Otro texto de nuestro villano social)
-
¿Bebiendo con los amigotes, ¿eh?
-
No te entiendo, Mathy.
-
No te hagas el de las chacras, Exe. No te resulta.
-
Aun no te entiendo, preciosa.
De
mal modo toma una revista que tenía en el sofá y me la pasa.
-
Averígualo solito y tómate tu tiempo. Yo ahora salgo con una amiga a un after
office.
- ¿After qué?
- After office, menso.
Estaba
tan emputecida que mi instinto de supervivencia no me dejó decirle que ella
nunca había trabajado y que su alter office debería llamarse after siesta. Pero
me contuve y tras el portazo que dio me quedé solo y con la revista en
cuestión. No tenía idea, pero en esa revista estaba yo, bebiendo pisco sour en
un sinnúmero de lugares. Ahí me acordé que un amigo periodista y cronista me
había pedido ayuda para buscar el mejor sour de Santiago. Pero nunca pensé que
me pondría con nombre y apellido. Leyendo la crónica me enteré que habíamos
visitado dos decenas de restaurantes. Y lógicamente dos decenas de pisco sour
(al menos). ¡Con razón Mathy estaba furiosa!
No
quise esperarla ya que no valía la pena. Dejé en su refrigerador una nota
avisándole que me retiraba de su casa ya que no pretendía estar solo allí. Como
aún era temprano y mi día no podía terminar de esa abrupta manera, llame por
teléfono a Colomba, una jovial argentinita que tiene un ambigú en Providencia.
¿Me invitas a cenar? -pregunté con mi mejor voz de conquistador y ella, sin
desvanecerse -ya que nadie se desmaya por mí a estas alturas de la vida-, me
contesta que feliz lo haría, pero que tiene un par de problemas familiares que
le impedirán estar en el boliche.
Opción
uno: un fracaso. Me acordé de Adelita pero me contestaron que estaba en Miami
en un curso; de Jacinta, y otra vez fallé ya que estaba visitando el casino de
Talca. ¡Michelle, ella sí!, pero otro error. Era su día libre. Tras cinco
llamados posteriores a Maca, Eva, Renata, Anita y Claudia, llegué a la
conclusión que mi after office sería muy aburrido. Menos mal que no me deprimo,
ya que si así fuera ese día estaba para el suicidio. ¿Dónde mierda quedaba mi
fama? ¿Qué dirían si me ven tomándome un trago sin compañía en algún tugurio de
mala muerte?
Mala
cosa.
Con
la puteada de Mathy no tenía hambre. Traté de llamar al autor de la crónica de
la discordia para salir a tomar un trago entre hombres. Para variar su teléfono
no contestaba. Caminé por Alonso de Córdova con la mirada puesta en las rayitas
que hace el cemento entre un bloque y otro de la acera. ¿Por qué no habrá un
bar en esta calle?, feliz habría entrado a beber un Martini en vodka.
Sin
horizontes de algo entretenido esa tarde-noche, partí a mis tierras. Llegar a
la Plaza Ñuñoa a la hora en que un millón de autos pululan por las calles de
Santiago no es fácil. Pero como me traje de recuerdo la revista en que
aparezco, se me hizo corto el viaje. Cuando llegué a mi departamento me encuentro
con una hoja de cuaderno de matemáticas (con espiral) que con un plumón rojo
Mathy había escrito “Perdona Exe, son sólo celos”.
¿Celos?
¿De qué? ¿De varios pisco sours?
¡Mujeres!
Con razón dicen que no hay que entenderlas, sólo hay que quererlas.
Casi
dormía cuando sonó el teléfono. Pensé que era Mathy, pero era Adelita.
-
Querido… te llamo desde Miami… ¡supe que me andabas buscando!
-
Cierto, pero ya pasó.
-
Nada de eso. Te espero el jueves a cenar. ¡Tengo mucho que contarte!
-
Pero…
-
Nada de peros, Exe. El jueves a las nueve de la noche. ¡Te llevo de regalo una
pulsera de cuero divina!
Yo
sé que a nadie le falta Dios, pero aquí me la están tirando con pala. Ahora, y
con la cueva que ando, capaz que aparezca el domingo en las sociales de El Mercurio
cenando con Adelita.
Definitivamente
tendré que irme paso a paso. Los incendios se apagan de a uno y no todos
juntos. ¿Qué hago si Colomba también me llama para invitarme a cenar?
Tiene
razón Mathy cuando dice que me voy a ir al cielo –o al infierno- en pelotas,
con una copa en la mano y una corbata puesta como cintillo indio en la cabeza y
que seré titular en “La Cuarta”. Definitivamente no soy un buen ejemplo. Pero
lo comido y lo bailado…
Exequiel Quintanilla