RAUL CORREA Y FAMILIA
Cuando los árboles no dejan ver el bosque
Está tan a la mano este restaurante que lo miraba con cierto desdén. Y por lógica prefería buscar otros locales para comentarlos en estas páginas. Ahí estaba y punto. Por sus insertos en la prensa sabía de sus promociones y su variedad gastronómica. Pero no me pregunten la razón de no conocerlo. Y reconozco que tras una visita, me cambió absolutamente la percepción que tenía de Raúl Correa y Familia.
Es tan grande el restaurante como generosas sus porciones. Una cocina sabrosa y cariñosa que tiene muchos adeptos. Mi visita fue un lunes y el local contaba con buena clientela. Arrollado huaso elaborado por ellos mismos fue parte del picoteo previo a la cena. Para beber (posiblemente una contradicción pero fue un aporte del gerente en Chile de Premium Brands que se encontraba por casualidad allí), champagne rosé Moet & Chandon. Creo que soy uno de los pocos habitantes del planeta que ha combinado esta singular mezcla. Pero, independientemente, manjares de dioses. Tanto el champagne como el arrollado.
La carta es inmensa. Criolla y típica por así decirlo ya que se mueve entre platos tradicionales y otros burgueses; del mar y del interior; huasos y señoriales. Manitas de chancho para iniciar, con salsa verde: sublimes y gustadoras. Con un buen tinto, obvio, como debe ser. No faltan tampoco los picorocos, fruto del mar tan odiado por muchos pero amado por los conocedores, ni las ostras, esta vez apanadas. Un catálogo de entradas enjundiosas, frescas y de gran sabor.
Si las entradas entretienen los fondos son uno de esos lujitos que uno debe permitirse de vez en cuando. Probé varios y no supe por cual definirme. Entre ellos un fricasé de criadillas (maravilloso, de otro planeta); una plateada tan buena y jugosa como la del Colo Colo en Romeral; un osobuco con salsa de vino y champiñones; pato con chalotas al vino tinto; canastillo de papas hilo relleno con ostiones y camarones y espinacas a la crema… uf, cada plato mejor que el otro.
Cierto. Y tener una carta de 120 preparaciones requiere de habilidad, ingenio y muchos, pero muchos clientes.
A veces uno sale de los restaurantes con una sensación rara, ya sea por la comida, por el precio, por el servicio, o incluso por una mesa coja. No crea que en Raúl Correa todo es perfecto y de mantel largo, pero uno se retira contento con lo comido y bebido. Cocinan bien, y ese es su fuerte. Si me preguntan cómo lo catalogaría, sin pensar mucho les diría que es una especie de club, donde se rinde culto a la comida, a la bebida y a la amistad. Y eso, en Chile, por Dios que cuesta encontrar.
Por lo menos yo pronto regresaré por unos callitos a la madrileña que me contaron que estaban de rechupete. (Juantonio Eymin)
Raúl Correa y Familia: Av. Las Condes 10480, Las Condes, fono 243 4747
Cuando los árboles no dejan ver el bosque
Está tan a la mano este restaurante que lo miraba con cierto desdén. Y por lógica prefería buscar otros locales para comentarlos en estas páginas. Ahí estaba y punto. Por sus insertos en la prensa sabía de sus promociones y su variedad gastronómica. Pero no me pregunten la razón de no conocerlo. Y reconozco que tras una visita, me cambió absolutamente la percepción que tenía de Raúl Correa y Familia.
Es tan grande el restaurante como generosas sus porciones. Una cocina sabrosa y cariñosa que tiene muchos adeptos. Mi visita fue un lunes y el local contaba con buena clientela. Arrollado huaso elaborado por ellos mismos fue parte del picoteo previo a la cena. Para beber (posiblemente una contradicción pero fue un aporte del gerente en Chile de Premium Brands que se encontraba por casualidad allí), champagne rosé Moet & Chandon. Creo que soy uno de los pocos habitantes del planeta que ha combinado esta singular mezcla. Pero, independientemente, manjares de dioses. Tanto el champagne como el arrollado.
La carta es inmensa. Criolla y típica por así decirlo ya que se mueve entre platos tradicionales y otros burgueses; del mar y del interior; huasos y señoriales. Manitas de chancho para iniciar, con salsa verde: sublimes y gustadoras. Con un buen tinto, obvio, como debe ser. No faltan tampoco los picorocos, fruto del mar tan odiado por muchos pero amado por los conocedores, ni las ostras, esta vez apanadas. Un catálogo de entradas enjundiosas, frescas y de gran sabor.
Si las entradas entretienen los fondos son uno de esos lujitos que uno debe permitirse de vez en cuando. Probé varios y no supe por cual definirme. Entre ellos un fricasé de criadillas (maravilloso, de otro planeta); una plateada tan buena y jugosa como la del Colo Colo en Romeral; un osobuco con salsa de vino y champiñones; pato con chalotas al vino tinto; canastillo de papas hilo relleno con ostiones y camarones y espinacas a la crema… uf, cada plato mejor que el otro.
Cierto. Y tener una carta de 120 preparaciones requiere de habilidad, ingenio y muchos, pero muchos clientes.
A veces uno sale de los restaurantes con una sensación rara, ya sea por la comida, por el precio, por el servicio, o incluso por una mesa coja. No crea que en Raúl Correa todo es perfecto y de mantel largo, pero uno se retira contento con lo comido y bebido. Cocinan bien, y ese es su fuerte. Si me preguntan cómo lo catalogaría, sin pensar mucho les diría que es una especie de club, donde se rinde culto a la comida, a la bebida y a la amistad. Y eso, en Chile, por Dios que cuesta encontrar.
Por lo menos yo pronto regresaré por unos callitos a la madrileña que me contaron que estaban de rechupete. (Juantonio Eymin)
Raúl Correa y Familia: Av. Las Condes 10480, Las Condes, fono 243 4747