HOTEL W
¿Guau o Wow?
Mathy vive en el piso 16. Yo en el 5. Ella en Vitacura y yo en la República de Ñuñoa. Y hace 10 días tengo una invitada de lujo en mi departamento. Llegó un día antes del sismo (¿Por qué los españoles le dirán seísmo?) y dice que no quedó un vaso en pie en su morada. Aun no se atreve a volver y tampoco yo tengo ánimo de acompañarla a su hogar. Más aun, los ascensores funcionan como las berenjenas y subir a pie tal cantidad de peldaños es verdaderamente so much.
Pero sinceramente estamos cansados de hablar de temblores, terremotos, replicas, maremotos, cortes de luz y tantas otras cosas que han pasado estos últimos días. Me requetecontra juró que si yo la dejaba estar en mi departamento hasta que todo volviera a la normalidad, ella no hablaría de la pachamama e incluso trataría de no salir arrancando cada vez que piensa que el edificio se mueve.
Acá estamos. Acostumbrándonos a vivir juntos y cada uno con su genio y sus mañas. Ella se preocupa del desayuno y el aseo; yo del almuerzo y la cena. Claro está que almorzamos en casa y cualquier nimiedad, pero estos últimos días he conocido más de Ñuñoa que en todos los años que vivo allá. Pero grande sería nuestra sorpresa cuando el mayor de mis hijos nos invitó a cenar al Noso, el topísimo ambigú del nuevo hotel W. Lo único que sabía de él era que estaba en un cuarto piso y que había que llevar un saco de plata para pagar la cuenta y que si no llegabas en una 4 x 4 del año, más valía la pena estacionarse en las cercanías del hotel, para no pasar vergüenza.
Pero como el qué dirán a mi me tiene sin cuidado, aceptamos de inmediato una invitación que sería de puerta a puerta. O sea regaloneados a más no poder. Éramos cuatro y partimos bebiendo el aperitivo en la terraza que esta al lado del ambigú, (se llama Terra Sur y tiene nombre de ferrocarril). Llena de mesitas de ratán (plásticas, obvio) y lleno de gente abecé 1. Mojito para los dos. Sour para mi hijo y una vaina para la nuera. ¡Se nota que estudió en colegio de monjas!, le murmuré a Mathy mientras mi nuera contaba que su vaina estaba fuertísima, cuando allí los tragos lo que menos tienen es alcohol.
Conversamos de todo y de nada, de las vacaciones y del regreso al colegio de los nietos. A decir verdad un tema que ni siquiera me preocupa pero sí a los papás. Yo, gracias al altísimo, ya dejé de criar y sepan mis lectores que es un descanso, y de los grandes.
A rato nos avisaron que nuestra mesa estaba lista. Me extrañó ver el comedor repleto. Nuestra mesa era la única disponible y parecía que todos lo estaban pasando de maravillas. El lugar es atractivo. De doble, ¡no!, de triple altura y de colores alegres donde predominan los verde limón y los rojo y negro metálicos. Lindo espectáculo. Ojalá la comida esté a la altura de este boliche hecho a la medida de los snobs.
¡Pidan lo que quieran menos caviar, langosta ni champagne francés!, fue la única advertencia del guacho. Así que me entusiasmé con unas ostras frescas y una copa de sauvignon blanc. Eran siete y de las grandecitas y de buen sabor. Las acompañaban con una vinagreta de jerez que no me pareció adecuada así que solícitamente le pedí al mozo medio shot de vodka para gotearlas. Si aun no lo han hecho, hagan la prueba. ¡Que limón u otro aderezo! Una ostra con tres gotas de vodka es un vuelo por el Nirvana gastronómico. Pruébenlas y se acordarán de este veterano.
Entre cebiches y jamones crudos se fueron las entradas. Pato, congrio, ostiones y filete para los fondos (¿adivinen quien pidió filete? ¡Si, la nuera!). Grandes y brillantes preparaciones. Algo empalagosas y concentradas eso sí pero de muy buen nivel y materia prima. Mi pato, blando y su pechuga cortada en láminas, estaba cocinado a la naranja y acompañado de nabos, coliflor y mix de verdes aparte de un sutil toque de anís. Brillante, al igual que el congrio dorado de Mathy, acompañado de una reducción de habas. Nada que hablar. Mi hijo gozó los ostiones y la nuera su filete que no compartió con nadie.
En este ambiente uno se olvida de todo. Incluso de que uno es pobre y que ni siquiera juntando mesadas y colectas podría llegar a este lugar. Gente atenta atendiendo. Muchos haciéndolo en idiomas (hablo de inglés y francés, no de arameo). Buen servicio de sommeliers y una linda hostess que recibe a cautos e incautos. No supe del valor de la comanda pero creo que no fue barata ya que mi hijo al despedirse me dijo que la próxima salida a comer sería en septiembre, o sea en seis meses más, pero valió la pena.
Luego de los fondos, un café y buenas noches los pastores. Postre no necesitábamos y ya se estaba haciendo tarde para la mujer de mi hijo ya que la vimos bostezando un par de veces. Guatita llena y corazón contento regresamos a nuestra placida Ñuñoa. Subimos al departamento y antes de dormir nos bebimos un Famous Grouse y fumamos un café creme holandés que aun mantenía en mi velador. De ahí, a la cama. Sería una de las pocas noches que si tembló, ninguno de los dos sintió el movimiento. Estábamos reventados y más que satisfechos.
Exequiel Quintanilla
NoSo: Hotel W. Isidora Goyenechea 3000, piso 4, Las Condes, fono 770 0074
¿Guau o Wow?
Mathy vive en el piso 16. Yo en el 5. Ella en Vitacura y yo en la República de Ñuñoa. Y hace 10 días tengo una invitada de lujo en mi departamento. Llegó un día antes del sismo (¿Por qué los españoles le dirán seísmo?) y dice que no quedó un vaso en pie en su morada. Aun no se atreve a volver y tampoco yo tengo ánimo de acompañarla a su hogar. Más aun, los ascensores funcionan como las berenjenas y subir a pie tal cantidad de peldaños es verdaderamente so much.
Pero sinceramente estamos cansados de hablar de temblores, terremotos, replicas, maremotos, cortes de luz y tantas otras cosas que han pasado estos últimos días. Me requetecontra juró que si yo la dejaba estar en mi departamento hasta que todo volviera a la normalidad, ella no hablaría de la pachamama e incluso trataría de no salir arrancando cada vez que piensa que el edificio se mueve.
Acá estamos. Acostumbrándonos a vivir juntos y cada uno con su genio y sus mañas. Ella se preocupa del desayuno y el aseo; yo del almuerzo y la cena. Claro está que almorzamos en casa y cualquier nimiedad, pero estos últimos días he conocido más de Ñuñoa que en todos los años que vivo allá. Pero grande sería nuestra sorpresa cuando el mayor de mis hijos nos invitó a cenar al Noso, el topísimo ambigú del nuevo hotel W. Lo único que sabía de él era que estaba en un cuarto piso y que había que llevar un saco de plata para pagar la cuenta y que si no llegabas en una 4 x 4 del año, más valía la pena estacionarse en las cercanías del hotel, para no pasar vergüenza.
Pero como el qué dirán a mi me tiene sin cuidado, aceptamos de inmediato una invitación que sería de puerta a puerta. O sea regaloneados a más no poder. Éramos cuatro y partimos bebiendo el aperitivo en la terraza que esta al lado del ambigú, (se llama Terra Sur y tiene nombre de ferrocarril). Llena de mesitas de ratán (plásticas, obvio) y lleno de gente abecé 1. Mojito para los dos. Sour para mi hijo y una vaina para la nuera. ¡Se nota que estudió en colegio de monjas!, le murmuré a Mathy mientras mi nuera contaba que su vaina estaba fuertísima, cuando allí los tragos lo que menos tienen es alcohol.
Conversamos de todo y de nada, de las vacaciones y del regreso al colegio de los nietos. A decir verdad un tema que ni siquiera me preocupa pero sí a los papás. Yo, gracias al altísimo, ya dejé de criar y sepan mis lectores que es un descanso, y de los grandes.
A rato nos avisaron que nuestra mesa estaba lista. Me extrañó ver el comedor repleto. Nuestra mesa era la única disponible y parecía que todos lo estaban pasando de maravillas. El lugar es atractivo. De doble, ¡no!, de triple altura y de colores alegres donde predominan los verde limón y los rojo y negro metálicos. Lindo espectáculo. Ojalá la comida esté a la altura de este boliche hecho a la medida de los snobs.
¡Pidan lo que quieran menos caviar, langosta ni champagne francés!, fue la única advertencia del guacho. Así que me entusiasmé con unas ostras frescas y una copa de sauvignon blanc. Eran siete y de las grandecitas y de buen sabor. Las acompañaban con una vinagreta de jerez que no me pareció adecuada así que solícitamente le pedí al mozo medio shot de vodka para gotearlas. Si aun no lo han hecho, hagan la prueba. ¡Que limón u otro aderezo! Una ostra con tres gotas de vodka es un vuelo por el Nirvana gastronómico. Pruébenlas y se acordarán de este veterano.
Entre cebiches y jamones crudos se fueron las entradas. Pato, congrio, ostiones y filete para los fondos (¿adivinen quien pidió filete? ¡Si, la nuera!). Grandes y brillantes preparaciones. Algo empalagosas y concentradas eso sí pero de muy buen nivel y materia prima. Mi pato, blando y su pechuga cortada en láminas, estaba cocinado a la naranja y acompañado de nabos, coliflor y mix de verdes aparte de un sutil toque de anís. Brillante, al igual que el congrio dorado de Mathy, acompañado de una reducción de habas. Nada que hablar. Mi hijo gozó los ostiones y la nuera su filete que no compartió con nadie.
En este ambiente uno se olvida de todo. Incluso de que uno es pobre y que ni siquiera juntando mesadas y colectas podría llegar a este lugar. Gente atenta atendiendo. Muchos haciéndolo en idiomas (hablo de inglés y francés, no de arameo). Buen servicio de sommeliers y una linda hostess que recibe a cautos e incautos. No supe del valor de la comanda pero creo que no fue barata ya que mi hijo al despedirse me dijo que la próxima salida a comer sería en septiembre, o sea en seis meses más, pero valió la pena.
Luego de los fondos, un café y buenas noches los pastores. Postre no necesitábamos y ya se estaba haciendo tarde para la mujer de mi hijo ya que la vimos bostezando un par de veces. Guatita llena y corazón contento regresamos a nuestra placida Ñuñoa. Subimos al departamento y antes de dormir nos bebimos un Famous Grouse y fumamos un café creme holandés que aun mantenía en mi velador. De ahí, a la cama. Sería una de las pocas noches que si tembló, ninguno de los dos sintió el movimiento. Estábamos reventados y más que satisfechos.
Exequiel Quintanilla
NoSo: Hotel W. Isidora Goyenechea 3000, piso 4, Las Condes, fono 770 0074