miércoles, 16 de febrero de 2011

PRONTO...


COCHE COMEDOR

¡Malta, bilz y pilsen!, gritaba el viejo vendedor que tras una cotona beige apaciguaba la sed de los pasajeros en los ferrocarriles de antaño. Al centro de los coches, entre los pasajes de primera clase y los de segunda, omnipresente, el coche comedor. Y sólo para algunos, ya que aventurarse en esas mesas y sillas nunca fue económico.

Los trenes salían de Santiago rumbo a Puerto Montt; y a Valparaíso (vía La Calera) en los años 70. Ya no existía la ruta del norte pero aun quedaban vestigios del boato en algunos trenes y la singular posibilidad de dormir en sus coches – dormitorio.

Años tranquilos donde las dueñas de casa en perspectiva de un viaje de más de tres horas, llevaban su propio picnic para amortiguar el hambre de sus retoños: huevos duros, pan con pollo (o derechamente un pollo a la cacerola), galletas y un cuantuay.

Los adinerados de la época no llevaban picnic. Esperaban que el conductor les avisara que el coche comedor estaba abierto para raudos partir por el servicio de comidas del tren. Allí, otros viejos enfundados en chaquetas blancas ofrecían una carta que nunca variaba: bistec con arroz, huevos fritos, pollo escabechado y sopa. Para beber, blanco y del otro. De postre, duraznos en conserva con crema. Como “extras”, churrascos y sanguches de queso. Y eso sería todo.

Y todos eran felices mientras saboreaban los platos. Nadie, que yo sepa, se ha olvidado de los huevos fritos que se preparaban en la misma sartén que a la hora de almuerzo servía para hacer los bisteques. Una delicia comparada hoy sólo a los huevos trufados.

Tiempos que no volverán.

Por eso es que en Lobby quisimos hacer una pequeña regresión y a partir de marzo tendremos en esta columna a personajes de nuestra gastronomía para que en un coche comedor imaginario nos entreguen su visión del avance de la gastronomía en estos últimos años. Si se diera la posibilidad ¿Qué cocinarían ellos en un carro de tren sin ningún artilugio moderno de conservación de alimentos? ¿Cómo se las arreglarían?

¿Venderían ellos los sanguches de potito de Rancagua, las tortas de manjar de Curicó, los helados tricolores de Talca, las sustancias de Chillán?

¿Cómo se adapta un cocinero a estas complejidades? ¿Sabrán que las bebidas se enfriaban con hielo en barras que llevaban los trenes? ¿Fueron ellos testigos de las “comodidades” de sus padres y abuelos?

Pronto en Lobby. No se lo pierdan.