martes, 18 de diciembre de 2012

PLATOS CÉLEBRES DE LA HISTORIA

SOLOMILLO A LA RICHELIEU


Su creador, Luis Francisco Armando de Vignerot du Plessis, duque de Richelieu, fue un hombre aventurero y sibarita, que supo gozar intensamente de los placeres de la mesa... y de la alcoba. Este plato y la salsa mahonesa son un buen ejemplo.

Nuestro protagonista era sobrino del célebre cardenal Richelieu, quien no sólo se distinguió por su genio político, sino también por su debilidad por las mujeres. Una de las amantes del cardenal fue su sobrina María Magdalena de Vignerot, duquesa de Aiguillon, con quien mantuvo una apasionada relación amorosa que duró cerca de diecisiete años; "vere cardinales isti sunt carnales" (verdaderamente estos cardenales son bastante carnales o sensuales), escribía Guy Patin en una carta fechada en noviembre de 1649. Así pues, al sobrino le venía de familia su irrefrenable inclinación hacia las mujeres.

El duque de Richelieu fue también un militar destacado, que acabó siendo nombrado mariscal de Francia en 1748. Durante la Guerra de los Siete Años organizó la expedición sobre Menorca y terminó apoderándose de Mahón en 1756. A su presencia en Mahón y a su inevitable pasión por las mujeres debe la salsa mahonesa su difusión por toda Francia.

La relación entre Richelieu y la salsa mahonesa es fruto de la historia de amor que vivió con una dama menorquina, la cual hacía feliz el paladar del duque también con la salsa en cuestión. El duque guardó siempre un grato recuerdo de aquella misteriosa señora, y como rendido homenaje de amor le dio el nombre de mahonesa a la salsa que tantas veces había saboreado con ella.

Su figura ocupa un prominente lugar en el mundo gastronómico por ser el autor del célebre menú que ofreció a los príncipes y princesas alemanes que había hecho prisioneros durante la ocupación de Hannover. En 1757 dirigió la ocupación de Brunswick y Hannover, misión que terminó en un éxito militar y gastronómico. La historia nos la cuenta el presidente Henault en sus "Memorias":

"Durante la ocupación de Hannover habían quedado prisioneros varios príncipes y princesas alemanes, exactamente veinticinco. Richelieu, galante y generoso, quiso ofrecerles una comida digna de su rango. Llamó a su oficial Rulliére y le encargó que organizara el menú.

- No hay nada en la cocina, excepto un buey y algunas raíces, le dijo Rulliére.
- ¡Muy bien!, afirmó el mariscal. No hace falta nada más para elaborar la mejor comida del mundo.
- Señor, nunca podremos...
- Vamos, Rullière, tranquilizaos y escribid el menú que voy a dictaros.

Viendo Richelieu que el oficial titubeaba, le quitó la pluma y redactó de su puño y letra un menú verdaderamente extraordinario, acorde en su conjunto con las normas gastronómicas de la época.

Incluso advirtió a los cocineros Maret y Roquellere que, si la comida no salía de su agrado, les retendría de sus salarios una multa de cien pistolas.

En el menú figuraban nada menos que veintidós platos, siendo el buey el ingrediente común a todos ellos. Nunca tantos comieron tanto con tan poco. Valgan como muestra los siguientes:

- Sopa gratinada al consomé de buey.
- Riñones de buey con cebolla frita.
- Rabo de buey con puré de castañas.
- Civet de lengua de buey a la bourguignonne.
- Aloyau asado (los franceses llaman aloyau al conjunto formado por el lomo bajo y el solomillo).
- Ensalada de endibias con lengua de buey.
- Pastel de buey al vino de Jurançon.
- Puré de corazones de alcachofas con jugo de buey y leche de almendras.
- Gelée de buey al vino de Alicante.

… Y así hasta veintidós.