No me pregunten la razón, pero la semana pasada terminé acostándome de amanecida en Pica. El destino (y no la fortuna) tuvo la culpa de tal desasosiego. Por ahí leyeron que había que invitar a un conocedor para un concurso de repostería con mangos que se realizaría en ese oasis del desierto de Tarapacá. Los organizadores habían convidado a algunos cronistas gastronómicos y todos se excusaron. Uno de ellos, bromeando más que seguro, les dio mi nombre y a las siete de la mañana me estaban llamando por teléfono.

- Hoy mismo. Un taxi lo recogerá en su casa y de ahí toma el Sky de las 11.45 de la mañana a Iquique. Ahí lo espera una van y lo traemos a Pica.
- ¿Cuántos días?
- Mañana estará en su casa de regreso. Y no sabe cuánto le agradeceríamos.
- ¿Voy solo?
- De Santiago, sí.
- ¿Y dónde dormiré?
- Bueno, ese es un pequeño problema. Pero dormirá en la casa de una amiga del alcalde. Le aseguro que es el mejor lugar para dormir.

Ganas tenía de beber
una buena piscola después de tanto trajín. Sin embargo me enviaron un dedal de
pisco con mango que ni siquiera alcanzó para remojarme los labios. De ahí al
concurso. Cinco jurados: el alcalde, el teniente de carabineros, el cura
párroco, el director del colegio y yo. Siete restaurantes en competencia.
Mousse, pastel, crème brùlée, terrina, confitados, con miel y al jugo. Siete
dulces y tres aguas minerales de Mamiña. ¡Dios…! ¿Quién me invitó a meterme en
esto?
Ganó, por ser
novedoso, el mango con miel. Juro que si me pilla una abeja me clava su aguijón
en el labio. Para ser sincero, terminé amigo del teniente, del profe, del
alcalde y del cura. Se estaba haciendo de noche cuando aparece ella.
- ¿Exe?
- El mismo- Soy Johanna
-¿Johanna cuánto?
- Poco importa eso, Exe. Dormirás en mi casa.
- ¿Pero antes podríamos comer y beber algo?
- De todos modos Exe. El alcalde me dio chipe libre y fondos para los gastos
Partimos en la van con destino desconocido. Johanna era distinta a las mujeres del centro del país. Media porfiadita de cara, tenía algunos rasgos nortinos pero era más alta que lo normal y con varios atributos que se envidiarían por estos lados. Aparte, tenía don de mando. Cuando llegamos a un boliche (o condumio o como quieran llamarle), le ordena al chofer de la van que pase a dejar mi maleta a su casa y que se retire.
- Mañana pase a buscar
a don Exe a mediodía a mi casa ¿Entendió?
- Si, señorita
Johanna. Allá estaré.
Tenía sed y hambre.
Nada dulce –obvio- ya que el concurso había dejado mis triglicéridos por las
nubes. Johanna habló con Adelino, el dueño del local y aparecieron uno a uno
platos y brebajes variados. De partida, dos piscolas para el gaznate, luego
unas empanaditas de charqui con queso de cabra que estaban para chuparse los
dedos y más tarde un par de botellas de Santa Emiliana (lo único que hay en
Pica) con un casero pollo arvejado, con arvejitas recién cosechadas. De postre
un pichuncho y de ahí a la casa de Johanna en un taxi que ella había solicitado
con anterioridad.
Las típicas casas de
Pica se transformaron cuando llegamos a su hogar. Ella golpeó la puerta y
apareció una morena vestida como de fiesta con un vestido apretado de lamé
plateado. En el centro del living, una plataforma circular con un caño
metálico.
- Exe, ahora sabrás lo
que es bueno en Pica, me comenta antes de partir a una de las habitaciones.
La chica que me
recibió me ofrece una roncola. No me atrevo a preguntarle si es Zacapa o
Havana, pero apruebo su sugerencia. A los cinco minutos aparece Johanna con un
mini bikini de esos con lentejuelas y comienza a bailar en el caño la famosa
“American Woman”, otra de Ricardo Arjona, luego “Hot Stuff” de Donna Summer
para terminar con “You Can Leave Your Hat On”, la clásica de Full Monthy. Al
rato, la guapa de la roncola, morochita y toda, me pregunta si puedo ofrecerle
un trago. Johanna, al darse cuenta de tal desaguisado, baja de la pista y le
dice que yo soy “su” invitado y que la labor de ella era sólo atenderme y no
ser una copetinera.
La nortina bailó y
sobajeo el caño los cuatro temas. Luego se retiró y regresó hecha una señorita,
con calzas, polera de algodón y zapatillas de marca.
- ¿Nos tomamos el del
estribo?, pregunta mientras pone su mano ahí mismito donde ustedes están
pensando.
- Que sea el último,
linda… Mañana regreso a Santiago.Desperté cerca de Pozo Almonte echado atrás de la van ya camino a Iquique. Johanna no me decepcionó ya que inteligentemente puso cuatro botellas de agua mineral e igual cantidad de cervezas y paracetamoles en un cooler debajo de mi asiento. El chofer ríe y me consulta qué tal lo pase en Pica.
- ¿Cómo para regresar
algún día?, pregunta.
Nunca supe que pasó.
Se me apagó la tele antes de la última piscola. Juro y requetecontra juro, que
nunca más beberé alcohol.
Por lo menos en Pica.
Exequiel Quintanilla