
DE BRUJOS Y CRONISTAS
Hay un algo sicológico tras la fiesta de Halloween que se celebra en nuestro país este fin de mes. De tradición celta llegó a gringolandia hace un par de siglos y se ha expandido por el mundo como un reguero de pólvora. La noche del 31 de octubre se celebra el “día de las brujas” y los que crecimos creyendo en ellas (no creo en brujas Garay, pero que las hay, las hay), sentimos que en la actualidad el temor a los muertos, a las brujerías y a todo ese mundo tétrico que nos enseñaron a los que somos mayores, ya no es tan tomado en serio por gran parte de la población.
Y eso es bueno. En nuestros años de
infancia temíamos de los zombies, de los fantasmas, de los muertos… casi de
todo. Y eso fue nefasto ya que se formaron generaciones y generaciones de seres
que antes de acostarnos buscábamos debajo de la cama un espíritu, un fantasma,
un ser de la ultratumba. Hoy, y gracias a Halloween –una fiesta para los
chicos- por fin estamos sacándonos nuestros temores infantiles.
Hoy las brujas ya no lo son. Los zombies
se ven en las películas igual que las historias de los Simpson. Y eso es bueno
ya que estamos criando generaciones más seguras de sí mismas y menos propensas
a esquizofrenias diversas. Hubo una generación -donde nos incluimos-, que hasta
en La Pequeña Lulú aparecía una bruja haciendo maldades. Y aunque no lo crean,
eso marca. Hoy, las nuevas generaciones ya no creen ni consideran validos
nuestros temores.
¿Y qué tiene que ver esto con la
gastronomía?
En la actualidad hay otros seres
especiales que atemorizan: los críticos.
Abundan en los diarios, las revistas
especializadas y en Internet. Implacables, son capaces de destruir los sueños
de muchos tan sólo en segundos. Su pluma es certera y ágil. Captan con la
vista, el olfato y su temible voracidad a sus víctimas. Generalmente
restaurantes y vinos (los hay de todo, desde arte a farándula). Y los que nos
interesan, los críticos gastronómicos, surgen cada día como callampas luego de
una lluvia.
Pero hay dos tipos de estos seres: los
que no se esconden y escriben bajo su nombre y apellido los comentarios (buenos
o malos) del lugar que escogieron para sus notas, y los que se guarecen (ni
siquiera bajo un seudónimo reconocible) para denostar o sencillamente molestar.
Los primeros se juegan su prestigio y su honor (y vaya que les está costando
caro a algunos). Los segundos, se sienten felices cuando destrozan a sus
víctimas.
Definitivamente a nadie le agradan los
pseudo críticos que pululan por el ambiente. Esos que sin conocer la comida
altiplánica reniegan de un tamal hecho con maíz seco o los que aún no descubren
que los pueblos tienen una raíz culinaria que debe respetarse.
De ambos seres preferimos los que con
nombre y apellido nos indican o nos guían hacia una gastronomía superior. El
resto habría que olvidarlos, como las brujas y los espíritus de nuestros
jóvenes años.