LANGOSTAS A LA ORDEN
Pinzas,
cascanueces, cuchillo, tenedor y un gran babero para no ensuciarse, son las
herramientas y adminículos necesarios
para degustar una langosta (en este caso media unidad), escogida previamente
desde una piscina, donde se mantienen vivas tras su traslado aéreo desde la
isla de Juan Fernández, apenas terminada la veda de este crustáceo.
La
idea era una: conocer algo más de nuestra langosta y celebrar los 35 años de La
Tasca de Altamar, una marisquería que nació en épocas difíciles tras una fuerte
devaluación del dólar y su posterior crisis económica durante la era de
Pinochet. En esos entonces, el matrimonio Oettinger – Castro tenían una
pescadería en Apoquindo, y tras una baja en sus ventas, decidieron –con gran
éxito- instalar un pequeño restaurante frente al ex cine Las Condes, en esos
años la única atracción de los habitantes del sector oriente.
Una
celebración diferente (y pequeña) que partió con añorados canapés – de locos,
machas y camarón nacional- elaborados especialmente para la ocasión. Luego, y
con un babero de tela confeccionado para no sufrir consecuencias con los jugos
de la langosta, pasamos al “Comedor del Capitán”, donde con una selección de
vinos Ritual de la viña Veramonte, se comenzó la verdadera “ceremonia” de comer
una de las grandes delicias endémicas que tiene nuestro mar.
Esta
langosta (también conocida como Jasus frontalis) se distingue por ser endémica
de las islas que rodean el archipiélago de Juan Fernández, sin que exista en
otro lugar del planeta. A nivel morfológico destaca por su color único
rojo-anaranjado con retículos más oscuros café-negro. Embajadoras del
patrimonio insular chileno, aportan con su delicada carne que satisface a
exigentes paladares alrededor del mundo, razón por la cual fue reconocida con
un “Sello de Origen”, una especie de Denominación de Origen otorgada por el
Gobierno de Chile.
De
sabor delicado y elegante, comerla es un placer y un desafío incluso para los
expertos. Tibia, con mayo y salsa golf o con una mantequilla al whisky, lo
mejor es comenzar a disfrutarla simplemente como llega de la cocina para
después seguir añadiéndole las salsas a disposición. Los mejores sabores se
encuentran en sus patas, antenas e intrincados rincones de su caparazón. Ahí
hay que ocupar el cascanueces y las pinzas, necesarias para no dejar ni medio
gramo de carne en el plato. Un rito que se disfruta paso a paso y que
tranquilamente se necesita más de una hora (y más de una copa) para cumplir el
desafío de dejar en el plato sólo el esqueleto… o caparazón de la langosta.
Por
su valor, la costumbre de comer langostas es propia de Año Nuevo, donde los
restaurantes se lucen presentándolas al natural o en medallones, ya que esos
menús son de alto costo. Pero trasladar esta tradición a cualquier día del año
-o hasta que agoten las existencias-, es una de las gracias de La Tasca de
Altamar, donde por $30.000 podrá disfrutar uno de los platos más soberbios,
elegantes y únicos del país.
Por
cierto en La Tasca hay mucho más: conocido por tener el mejor congrio frito de
la capital y orgullosos de ocupar solo mariscos y pescados de nuestras costas
(y no traídos del exterior), en la actualidad Karen y Andrea, hijas de sus
originales propietarios, manejan los detalles del restaurante, manteniendo las
tradiciones de siempre, como sus camareras (varias de ellas comenzaron y
jubilaron en el lugar), y la gran calidad de sus productos, ya que son fieles a
los proveedores de sus materias primas, algo fundamental en la gastronomía
actual.
35
años que bien vale reconocer.(Juantonio Eymin)
La Tasca de Altamar /
Noruega 6347, Las Condes / 22211 1041