martes, 26 de diciembre de 2017

MIS APUNTES


DOS LAMENTABLES CIERRES
Malas noticias golpearon este fin de año al circuito gastronómico capitalino: los cierres del Carrousel y del Da Carla, dos clásicos de la alta cocina que contaban con cientos de seguidores.

 

 
 
CARROUSEL
35 años de recorrido

 
Los conspicuos parroquianos del restaurante Carrousel deben sentirse con el Síndrome del nido vacío, ya que hace algunos días se dio a conocer que este gran comedor -inaugurado en 1982-, cerraba sus puertas para siempre.

El artífice de este clásico capitalino fue Felipe Castillo Yber, quien junto a su madre decidieron abrir un local que recreara las recetas criollas más tradicionales del país, pero utilizando la técnica francesa para su elaboración. La ecuación funcionó de mil maravillas y su larga lista de platos no cambiaron en años, representando lo mejor de la vieja guardia culinaria: esa pegada en el siglo XX y aún apreciada por muchos.

El ambiente clásico de este comedor del barrio Pedro de Valdivia Norte hizo peregrinar por sus mesas a muchos distinguidos personajes anhelantes de un Chile de hace 30 o 40 años atrás, al menos en lo que a comida respecta, donde un concepto cercano al de un museo comestible les esperaba. La carta poseía una clara influencia francesa, pero enraizada en productos nacionales, los cuales le entregaron un carácter propio a sus clásicos sabores. Dentro de sus entradas extrañaremos los Blinis de salmón y caviar, las Machas a la parmesana y el Cajón de erizos. En los fondos resaltaban el Fricasé de criadillas; los Picorocos, los Locos Jack y la Corvina al limón, mientras que paseando por sus postres recordamos el Orleans de castaña, Crêpes Suzette, Creme brûlee y sus Trufas de chocolate flambeadas, entre muchas otras preparaciones llenas de espíritu y creatividad, sumando a todo ello una cava con toda la colección de grandes iconos tradicionales –Don Maximiano, Carmen Gold Reserva, Don Melchor, entre otros- para completar un cuadro de historia viva, que vale la pena rememorar en los momentos de su definitivo cierre.

 

 
DA CARLA
55 años en el centro y catorce en Nueva Costanera.

Fue en 1958 cuando la italiana Carla Schiavini, una mujer de peculiar personalidad, de trato directo pero mirada acogedora, decidió emprender un desafío que no tardó en dar frutos. Su negocio fue el pionero del barrio, en pleno corazón de la ciudad, cuando eran muy pocos los restaurantes que habían en Santiago. Poco a poco fue haciéndose conocida y con el tiempo se transformó en un hito gastronómico, donde los habitués del Teatro Municipal eran sus principales clientes, alcanzando su máximo esplendor en los 80, época en la que llegaban artistas de la talla de Ornella Muti, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, Claudio Arrau y Pedro Vargas a degustar sus especialidades. Mientras vivió, Carla nunca quiso irse de lo que consideraba su casa, el restaurante que funcionó en Mac Iver durante 54 años.

Hasta el Da Carla llegaban personajes como Anacleto Angelini y otros empresarios de viejo cuño, quienes consideraban al comedor como la extensión de su hogar gracias a su oferta de pastas finas, pescados a la italiana y una de las mejores barras de antipastos que recuerde el centro de la ciudad. 

Pero Carla se enfermó y en 1996, murió. Como no tuvo descendientes, dejó todo en manos de su amiga y socia, Rita Ronconi, quien se encargó de continuar el negocio durante cuatro años más. Pero se cansó y vendió. Fue entonces cuando una sociedad liderada por Atilio Barbieri, asesor gastronómico de larga trayectoria, aterrizó sobre el restaurante y le dio un nuevo impulso.

Entre otras cosas, reactivó el vínculo con el teatro Municipal y abrió una sucursal en Av. Nueva Costanera (año 2003), que se convirtió en uno de los mejores y más exclusivos “ristorantes” italianos de la capital. Durante 14 años lideró las páginas de la prensa gastronómica y si bien era un clásico, sus expertos cocineros modificaban cada cierto tiempo la carta del lugar, con la finalidad de ofrecer el mejor producto a una clientela exigente y bastante poderosa.

El desarrollo urbano lo hizo sucumbir. La casona (arrendada) fue comprada por un tercero con el fin de construir algo que aún se desconoce y dejó a los propietarios del Da Carla sin su ubicación física. Gianfranco Zecchetto, uno de los actuales socios, asegura que pronto regresarán en algún lugar de nuestra capital con un nuevo y mejorado Da Carla, algo que sinceramente pongo en duda ya que estas inversiones gastronómicas requieren muchos recursos y hoy en día es difícil -al menos en Chile- arriesgar capitales en el mercado del lujo, ya que este fue el último target de este gran comedor, que hoy lamentamos su partida.

En resumen: dos lamentables pérdidas para la gastronomía nacional. Dos marcas iconos que se extrañarán y que nunca debieron sucumbir ante el desastre del mal llamado desarrollo urbano. Hoy en día y desgraciadamente, la gastronomía está ligada al negocio inmobiliario, y ante arriendos abusivos y/o cambios urbanos, ningún restaurante está seguro de mantenerse. No como en Francia, que cuando un restaurante cumple 200 años, recién es un clásico. (JAE)