LA PARANOIA DEL GLUTEN
Pobre
gluten. Sin comerlo ni beberlo, ha caído en el cesto de los conservantes, los
aditivos, los transgénicos, el glutamato monosódico y otros demonios de la
alimentación moderna, y hoy muchos lo sienten como una amenaza para la salud. A
tenor de la explosión de productos que emplean su ausencia como reclamo
comercial, cualquiera diría que esta proteína presente en el trigo, el centeno,
la avena y la cebada puede causar daños en todos los seres humanos, cuando en
realidad sólo es perjudicial para los alérgicos y los celíacos.
Muchas
culturas, incluida la nuestra, llevan siglos no sólo tomando alimentos con gluten
-esa cosa tan rara llamada “pan”-, sino basando buena parte de su nutrición en
ellos. El hecho, tan obvio que podría entenderlo desde un niño de ocho años a
un veterano de 80, no impide sin embargo que la moda antigluten nos arrastre a
todos. El último dato publicado al respecto es bastante duro: el 30% de los
adultos de Estados Unidos, casi uno de cada tres, han dejado o intentan dejar
de consumir productos con gluten. Según el estudio de la empresa NPD, la
tendencia va al alza, y ha crecido cerca de diez puntos en los dos últimos
años. Si cruzas los datos con el número de celíacos estimado -entre un 0,75% y
un 1% de la población-, te preguntas: ¿por qué esta locura?
El
boom del "no al gluten" parte, sin duda, de una necesidad: la de los
celíacos, que con toda lógica reclaman a la industria un etiquetado claro en
los productos que les ayude a evitar riesgos, a la vez que demandan productos
sustitutivos sin la proteína y piden una legislación que les proteja. Normal:
ellos sí se la juegan. Ahora bien, la extensión de la glutenfobia al resto de
la sociedad tiene más que ver con la enfermiza obsesión por "lo sano"
propia de estos tiempos, y me temo que está promovida por una industria
alimentaria que ha visto una veta comercial en el asunto.
Como
ocurre con los alimentos funcionales, la industria no sólo gana en ventas, sino
también en márgenes: los alimentos sustitutivos libres de gluten son
notablemente más caros que los convencionales. Los celíacos y alérgicos lo
pagan porque no les queda más remedio, y el resto se deja engatusar porque cree
que está comprando una variedad más saludable.
Está
por ver si la tendencia llegó para quedarse o se la llevará el viento como
tantas otras. Por lo que he leído, algunos expertos creen que pasará, y que se
impondrá el hecho de que muchos productos en los que se ha eliminado el gluten
son en realidad más engordantes e insanos que sus modelos originales. Yo no
pondría las manos al fuego: dada la estupidez con la que llevamos a cabo tantas
decisiones de compra en el terreno alimentario, todo es posible. (JAE)