DE FEIJOADAS Y
OTRAS MENUDENCIAS
Cuando le conté a Sofía -mi paquita- de mi
amistad con Lulú, ni siquiera se sorprendió. ¡Estamos en el siglo XXI!,
comentó. “A estas alturas es normal que existan chicas como Lulú e incluso
hombres “como tu conserje”.
¿Carlitos gay? Sin duda los tiempos habían
cambiado. No me atreví a preguntarle a Sofía si ella pertenecía a “ese club” ya
que si fuese efectivo habría dado vuelta mi mundo en 180°. No podría ser
–pensé- ya que ella está casada con otro paco y antes fuimos fogosos amigos con
raspe. Pero -según mi paquita- ello no es impedimento para que existan lelas,
gays o incluso transexuales. “Hay más de los que te puedas imaginar”, concluyó.
Todo esto mientras hacíamos el almuerzo del
sábado pasado. Con dos estufas a gas y un frío de mierda recordaba esos veranos
en Ñuñork en que ella cocinaba sólo con un mandil con pechera que me habían
regalado en uno de mis condumios. Ahora, en cambio, estaba más abrigada que hijo
único.
Cambió un poco la temperatura cuando le
preparé un sour con jengibre que bebimos en copa catedral. Ella, por su parte,
había aprendido una receta de feijoada que incluía cerveza negra, cachaza y
jerez. En una olla tenia los porotos negros y en otra un caldo oscuro con unas
costillas de chancho que estaba cocinando a fuego lento. Sofía, como haciendo
un ejercicio de sanación mental, me contaba de las siete protestas que se tuvo
que mamar durante la semana y de las magulladuras que le deja el uniforme de
combate que utilizan. Lo que más lamenta es que luego de sacarse cresta y media
en las marchas y meter preso a cuanto encapuchado encuentran con bombas
molotov, al día siguiente persiguen a los mismos de la jornada anterior.
“Estamos para el hueveo”, dice muy seria.
Al segundo sour se comenzó a relajar y dejó
de contarme cosas de la comisaria y de su marido que está “pasándolo la raja en
Puerto Cisnes”. Poco a poco el calor comenzó a traspasar su piel y se sacó su
grueso sweater para quedar con una polera verde bien chic que decía en la
espalda “GOPE”. – “Nunca pensé sacarme el sweater, Exe. Así que te tendrás que
contentar con esta polerita institucional…”
Como el frente del mal tiempo estaba avisado,
mis pertrechos eran suficientes para no salir de casa durante todo el wikén.
Sofía agradeció el gesto ya que sus papás no estaban en la capital y ella no
quería estar sola. Como los horarios los determina el estómago, almorzamos como
a las cuatro de la tarde y entre miradas van y miradas vienen, pensé que el
bajativo lo beberíamos en el dormitorio, con sabanitas nuevas de 300 hilos de
origen egipcio.
Tras dos platos de feijoada (que estaba
realmente maravillosa) y dos botellas de Cacique Maravilla, un vino tinto de la
cepa país que elaboran en Yumbel y que está para mascarlo, decidimos hacer un
alto para descansar (de tanto comer) y lavar los trastos. Como en la cocina
cabe una persona, me asigné como lavador oficial de platos mientras Sofía
buscaba en la radio alguna música ad hoc para nuestro evento privado. Estábamos
en eso cuando golpean la puerta. ¿Tienes invitados?, pregunta. Al ver que hacia
un gesto negativo con la cabeza dice: ¿abro?
Era Lulú. Menos mal que mi paquita sabía toda
la historia así que las presenté y ninguna se hizo rollos. Se saludaron de beso
como si se conocieran de toda la vida y se sentaron en el sillón mientras yo
seguía lavando platos. Me pareció una eternidad estar en la cocina mientras
ellas hablaban despacito, cosa que yo no escuchara sus comentarios. Preparé una
bandeja con tres copas de Oporto y un plato con un queso gorgonzola y láminas
de peras que me había llegado de regalo. Me integré a la charla y me tuve que
sentar en una silla pequeña frente a ellas ya que el living es diminuto. Sofía
y Lulú reían cuando hice un brindis y pregunté la razón de tantas risas.
No paraban de reírse cuando Lulú me pasa una
cajita envuelta en papel de regalo. ¡Que lo abra! ¡Que lo abra! Gritaban al
unísono. Bebí un sorbo de mi Oporto y me apresté a abrir ese liviano paquete
que estaba en mis manos. Me puse colorado de vergüenza cuando aparece una caja
de Viagra (versión genérica, obvio) a la vista y risas de Lulú y Sofía.
¿Y por qué esto?, pregunté haciéndome el de
las chacras. Lulú se levanta del sillón y me pregunta ¿tuviste un tren
eléctrico cuando eras chico?
- Nunca, le respondí
- Ahora lo tienes en tus manos, querido.
Serás una locomotora.
Aun no se me pasaba el sorocho cuando Lulú se
fue. Sofía queda mirándome y con cara inocente pregunta
- ¿Petrolero o eléctrico?
- ¿Aunque sea a vapor?
Saca de su cartera un par de esposas, me las
muestra y pregunta ¿te detengo o tú me interrogas?
Estoy seguro que muchos pensarán que el
Viagra es lo máximo. ¿Ustedes no creen que posiblemente fue la feijoada?
Exequiel Quintanilla