miércoles, 21 de octubre de 2009

LOS CONDUMIOS DE DON EXE




UN WIKÉN EN ÑUÑORK

Me costó. Pero por fin logré convencer a Mathy que se quedara en mi departamento en pleno Ñuñoa. Para ella el barrio estaba fuera de los límites de la capital. Ella es de Las Condes y Vitacura, y ya se siente medio extraña cuando tiene que bajar a Providencia. -“Es que acá hay de todo”, me repite constantemente, ¿para qué enfrentarme con una realidad que no es la mía?

Bueno. Entre las monjas inglesas, los papás conservadores, ex marido (R.I.P.) cuico e hijos ídem, no podríamos conseguir un ejemplar distinto. Sin embargo yo me he encargado este último tiempo de despeinarla. Y le ha gustado. Claro está que me puso condiciones. Taxi de puerta a puerta y si no le gustaba el lugar se recluiría todo el fin de semana en el departamento sin siquiera salir a comprar el diario. -¿Cómo se viste la gente en tu barrio?, preguntó muy seriamente.

- Como todo el mundo Mathy.
- ¿En serio? No me bromees Exe. Me tinca que allá son medios underground para sus cosas. Mucha lana, mucha bambula y mucha zapatilla chanta con calcetines de colores…
- Si. Algo de eso hay, pero es un mundo que te va a encantar…
- ¿Por qué no te vienes a vivir a Lo Castillo mejor? Estaríamos más cerca y el choque cultural no lo sentiríamos…

Igual llegó la tarde de un viernes a mi departamento. Con maleta, obvio. Menos mal que ese día el ascensor estaba funcionando y media asorochada me pidió unos colgadores para sus pilchas. Le gustó mi pequeño hogar. -¡Que entrete Exe! Es una monada este departamento… ¿Son todos tan chiquitos?

A esas alturas ya estaba con ganas de comprarle un barquillo en la esquina y devolverla a sus barrios. Sin embargo pensé que todo era una forma de defensa ante lo desconocido, así que dejé que me resbalaran sus comentarios (no es la primera vez) y luego nos pusimos a revisar las alternativas de la noche, que ya se hacía presente.

En algún momento se dio cuenta que andaba más pesadita que una bigornia y rápidamente cambio su modo: -Exe, lo siento. Estoy pasada de revoluciones. Perdóname y llévame donde tu quieras. En serio.

Se le arregló el genio, el ánimo y se le olvidó el barrio alto cuando llegamos al Doña Inés, un ambigú que queda a dos cuadras del depa y enfrenta la parte trasera de la municipalidad de mi comuna. Allí partimos con dos roncillos, una mezcla ideal de ron y jugo de huesillos (que pedí expresamente con más alcohol para que Mathy relajara la vena) y unas empanaditas de charqui, queso de cabra y porotos verdes que le pusieron sus ojitos blancos. En ese minuto se relajó. Me tomó la mano y me agradeció la invitación… Buena partida, discurrí.

Buen fondo para ella: un asado de tira cocinado lentamente con un puré de arvejitas y crispis de tocino y reducción de tomates al ajillo. Como para que se diera cuanta que no sólo en sus barrios se come rico. Yo, por mi parte, un peruanísimo medallón de congrio dorado frito con puré de camote y una ensalada de tomates cherry y cebolla. Un pinot noir Alto Vuelo de Willam Cole nos sirvió a ambos. A ella le provocó un postre y lo pidió: una mousse de navegado casero con salsa de naranjas a la canela. Topísimo.

Buena inversión. Mathy irradiaba felicidad cuando nos retiramos del merendero. Y como el fin se semana sería largo, nos fuimos directo a descansar. La saqué del esquema con un desayuno preparado por este pechito: jugo natural de pomelo, café colombiano, pan de molde tostado con láminas de salmón ahumado y un par de huevos revueltos con un leve toque de aceite de trufa negra que había comprado reciencito en el W.D. A mediodía y con buen sol paseamos por la plaza y sus alrededores. Sin hambre nos acercamos a La Batuta, un bar que queda a un costado de la muni y descubrimos que tienen una gran carta de piscos nacionales, 21 etiquetas de catorce marcas diferentes. Obviamos el almuerzo pero no el aperitivo, así que le pedimos al barman que nos preparara un sour con un Fundo Los Nichos, de 35 grados. Rico y potente. De buen aroma y con un algo especial que rememora los famosos piscos peruanos. Lo acompañamos con unas pequeñas tapas… como para comenzar el día.

Me atreví y en la noche la llevé a Las Lanzas. Bohemia pura. Sin manteles y con servilletas de papel monolúcido pero tremendamente limpio y sobrio. Reticente al principio ella se decidió por una plateada a lo pobre (¡que diente!, ¿no?) y yo por unos callitos a la madrileña y un merlot Santa Ema bien achocolatado, como le gusta. Para comenzar eso sí, unas almejas en salsa verde de rechupete que las gozamos como cabros chicos.

- ¿Cuándo me invitas de nuevo? ¡Me encantó Ñuñoa o Ñuñork como le dices tú!
- Cuando quieras preciosa, le respondí. Y que bueno que te hayas sacado de la cabeza esas ideas malignas de este barrio.
- Es demasiado ameno querido, ¿Qué tal si volvemos cada dos semanas por acá?

Hice un cálculo mental de las condiciones de mi faltriquera. Estaba flaquita pero valió la pena.

- ¿En dos semanas más?
- No, peladito. En dos semanas mas estamos de aniversario y pretendo que vayamos donde nos conocimos.
- ¿Al Da Carla?
- Yes, dear. Allá mismito. ¿O tienes otra idea mejor?

Se me vino a la cabeza un motel de mis años mozos. Pero si le costó llegar a Ñuñoa, ¿quién la podría llevar al paradero 16 de La Florida?

- No Mathy. El Da Carla es ideal… (Aunque no tenga espejos)…

Exequiel Quintanilla

Doña Inés: Manuel de Salas 162, Plaza Ñuñoa, fono 880 4065
Las Lanzas: Humberto Trucco 25, Plaza Ñuñoa, fono 225 5589
La Batuta: Jorge Washington 52, Plaza Ñuñoa, fono 274 7096