CHILE: ALMA RATERA
¿Souvenir o simplemente un robo?
No se la razón, pero cuando pasado el terremoto que asoló a nuestro país el 27 de febrero pasado, me acordé de la canción “Alma llanera” el clásico venezolano que se canta desde 1901. Cuando veía el desmadre de los saqueos en Concepción llegué a la conclusión que nosotros no teníamos alma llanera… teníamos alma ratera.
¿Qué diferencia hay entre aprovecharse de las circunstancias y apropiarse de un plasma o de un salero en un restaurante? ¿Pocas? ¿Muchas?
Desgraciadamente tenemos en Chile el complejo (o la excusa) del souvenir. Creemos que llevarnos un cenicero o un salero no le hacemos daño a nadie. Las toallas de los hoteles son recuerdos imborrables de jornadas épicas vividas en ellos. El que logra llevarse una bata de un hotel es un héroe y la muestra como uno de sus trofeos favoritos. No falta en las mesas de la gente “culta” un pimentero y un salero con los logos de un restaurante de categoría. Incluso muchos conspicuos se hacen de un set de cubiertos de pescado tras varias visitas al mismo local.
La cultura del robo (o de la sustracción de especies) no es sólo nuestra. Pero, ¿de qué podemos quejarnos si en un estado de catástrofe alguien sale de un supermercado con un plasma en sus manos, cuando muchos salen de los restaurantes y hoteles con pertenencias que no les son propias?
Para cualquier empresario hotelero y gastronómico, renovar especies que se han apropiado sus clientes es tanto o más caro que uno o diez plasmas. O sea, si el delito pequeño no se puede dimensionar, sigue siendo tan vil como el delito grande.
Y esa es una cultura que debemos borrar en nuestro país. Nos hemos acostumbrado a llevarnos cosas pensando que no le hacen daño a nadie y sin embargo eso no es verdad. Perjudicamos las infraestructuras de los negocios y los grandes esfuerzos que ellos han realizado para ofrecernos un buen ambiente y una mesa (o una cama) a la altura del costo de la cuenta. Pero en el costo del consumo no están incluidas las copas, los cubiertos, las servilletas -y según varios empresarios consultados-, hasta los platos.
No estamos justificando el robo de un plasma o de una lavadora. Pero tampoco justificamos el robo de un salero. Ambos son (y hay que ser claros en este aspecto), delitos contra la propiedad. Cuando vamos a la tienda de nuestra preferencia y nos gusta algo, regateamos y compramos un producto pero no nos apropiamos de él porque nos gustó. Y no nos engañemos entre nosotros. Si tenemos la oportunidad de comprar un producto robado a un vil precio, lo hacemos. Y eso pasa en toda la gama de clases sociales de nuestro país.
Quizá el último terremoto nos dejó una lección. Nuestra sociedad permitió y fomentó la existencia de los flaites, cumas, traficantes, marginados sociales e incluso ladrones de cuello y corbata que se pasean en caros vehículos y asisten a misa todos los domingos. Eso es culpa de nosotros. De los 16 millones de chilenos que no supimos que para educar hay que dar el ejemplo. Nos sentimos atraídos por el dinero ajeno y pensamos que si surgimos gracias a él, no es delito. Cuando los de arriba y los que tienen el poder roban a manos llenas, ¿no es un ejemplo para los más desposeídos?
No es un tema fácil. Se necesitaran generaciones para terminar con este tipo de situaciones. Pero alguien tiene que decirlo y tratar de emprender esta titánica tarea. Por lo menos este escribidor piensa que es el momento de comenzar a frenar esta cultura del robo hormiga (y el grande). Y si en alguna de mis visitas a casa de mis amigos me encuentro con una linda bata blanca con el logo del Ritz Carlton de Singapur, les preguntaré si les gustaría que sus hijos, sobrinos o nietos fueran tan rateros como ellos. (Juantonio Eymin)
¿Souvenir o simplemente un robo?
No se la razón, pero cuando pasado el terremoto que asoló a nuestro país el 27 de febrero pasado, me acordé de la canción “Alma llanera” el clásico venezolano que se canta desde 1901. Cuando veía el desmadre de los saqueos en Concepción llegué a la conclusión que nosotros no teníamos alma llanera… teníamos alma ratera.
¿Qué diferencia hay entre aprovecharse de las circunstancias y apropiarse de un plasma o de un salero en un restaurante? ¿Pocas? ¿Muchas?
Desgraciadamente tenemos en Chile el complejo (o la excusa) del souvenir. Creemos que llevarnos un cenicero o un salero no le hacemos daño a nadie. Las toallas de los hoteles son recuerdos imborrables de jornadas épicas vividas en ellos. El que logra llevarse una bata de un hotel es un héroe y la muestra como uno de sus trofeos favoritos. No falta en las mesas de la gente “culta” un pimentero y un salero con los logos de un restaurante de categoría. Incluso muchos conspicuos se hacen de un set de cubiertos de pescado tras varias visitas al mismo local.
La cultura del robo (o de la sustracción de especies) no es sólo nuestra. Pero, ¿de qué podemos quejarnos si en un estado de catástrofe alguien sale de un supermercado con un plasma en sus manos, cuando muchos salen de los restaurantes y hoteles con pertenencias que no les son propias?
Para cualquier empresario hotelero y gastronómico, renovar especies que se han apropiado sus clientes es tanto o más caro que uno o diez plasmas. O sea, si el delito pequeño no se puede dimensionar, sigue siendo tan vil como el delito grande.
Y esa es una cultura que debemos borrar en nuestro país. Nos hemos acostumbrado a llevarnos cosas pensando que no le hacen daño a nadie y sin embargo eso no es verdad. Perjudicamos las infraestructuras de los negocios y los grandes esfuerzos que ellos han realizado para ofrecernos un buen ambiente y una mesa (o una cama) a la altura del costo de la cuenta. Pero en el costo del consumo no están incluidas las copas, los cubiertos, las servilletas -y según varios empresarios consultados-, hasta los platos.
No estamos justificando el robo de un plasma o de una lavadora. Pero tampoco justificamos el robo de un salero. Ambos son (y hay que ser claros en este aspecto), delitos contra la propiedad. Cuando vamos a la tienda de nuestra preferencia y nos gusta algo, regateamos y compramos un producto pero no nos apropiamos de él porque nos gustó. Y no nos engañemos entre nosotros. Si tenemos la oportunidad de comprar un producto robado a un vil precio, lo hacemos. Y eso pasa en toda la gama de clases sociales de nuestro país.
Quizá el último terremoto nos dejó una lección. Nuestra sociedad permitió y fomentó la existencia de los flaites, cumas, traficantes, marginados sociales e incluso ladrones de cuello y corbata que se pasean en caros vehículos y asisten a misa todos los domingos. Eso es culpa de nosotros. De los 16 millones de chilenos que no supimos que para educar hay que dar el ejemplo. Nos sentimos atraídos por el dinero ajeno y pensamos que si surgimos gracias a él, no es delito. Cuando los de arriba y los que tienen el poder roban a manos llenas, ¿no es un ejemplo para los más desposeídos?
No es un tema fácil. Se necesitaran generaciones para terminar con este tipo de situaciones. Pero alguien tiene que decirlo y tratar de emprender esta titánica tarea. Por lo menos este escribidor piensa que es el momento de comenzar a frenar esta cultura del robo hormiga (y el grande). Y si en alguna de mis visitas a casa de mis amigos me encuentro con una linda bata blanca con el logo del Ritz Carlton de Singapur, les preguntaré si les gustaría que sus hijos, sobrinos o nietos fueran tan rateros como ellos. (Juantonio Eymin)