miércoles, 7 de julio de 2010

LOS CONDUMIOS DE DON EXE




PAGANDO CULPAS EN EL SANTO REMEDIO

- ¿Quién es esta mina?, gritó Mathy cuando vio el fondo de pantalla de mi computador.
- Recuerdos del mundial, le respondí suavemente.

A decir verdad no había hecho nada malo. Sólo que a estas alturas de la vida, entre ver fútbol o una linda muchacha, me quedo con la chica. Y ésta, la de la foto, me causó tanta perturbación que quedará, por lo menos hasta el 2014, como mi fondo de pantalla.

- ¡Eres un viejo caliente Exe! Te has portado como el culo durante este mundial. ¡Aun no te perdono que te hayas arrancado la semana pasada con tu amiguita y ahora me sales con esto!
- Es una modelo paraguaya, Mathy. No temas. Además, ya que no puedo comer rico, al menos déjame mirar el menú.
- Cada día estás más viejo y mas degenerado, respondió. ¿Donde me llevarás hoy a almorzar?

Era jueves y pocas ganas tenía de salir a almorzar. Menos con el genio que cargaba Mathy. Era cierto que me había portado mal durante el mundial y mi presupuesto estaba bastante exiguo para hacer invitaciones. Pero en alguna parte había leído que Pepe Acevedo, el ex chef de El Huerto, estaba trabajando en otro local y preparaba unos almuerzos “tres B” en pleno Providencia. Conté mis arrugados billetes y si no nos salíamos de madre, podríamos almorzar de lujo, y por poca plata.

No se si era fin de mes o comienzos del otro, pero igual la llevé en Metro hasta Salvador. Caminamos como cuatro cuadras y llegamos al Santo Remedio, un lugar medio ecléctico que se encuentra en una calle perpendicular a Providencia, cerquita de las Torres de Tajamar. Una regia lolita nos recibe y nos indica una mesa donde nos sentamos. Mathy no se sentía cómoda y gracias al Altísimo se encontró con unas amigas que andaban en lo mismo. Allí le brotó una sonrisa cuando nos invitaron a sentarnos con ellas. Pidió mi consentimiento y nos sentamos los cuatro juntos. ¡Celebremos con pisco sour!, exclamé. Y así partió este almuerzo especial.

Conversaron de todo. Tres mujeres en una mesa son de temer. De nietos, de colegios, de las escasas nanas peruanas, de la próstata del marido de una de ellas, de consejos sentimentales, de acupuntura y de las flores de Bach. Mientras tanto, yo saboreaba un bowl con un minestrone con pesto fresco que había llegado a mi plaza. Mathy pidió crema de zapallo y zanahoria al Masala con leche de coco la cual me atreví a probarla y encontrarla tan sabrosa como la mía. En una panera, pan hecho en casa y un chimichurri de dioses. Sus amigas, sopa Miso con jengibre, tofu, algas y cebollines y otra sopa de zapallo. Rico lugar, pensé. ¿Por qué no haberlo descubierto antes?

Tranquilos ya y conversando de seguros, terremotos, réplicas y fútbol, llegó el plato de fondo. El mío (el burro siempre adelante) un pangasio (una especie de tiburón de carne blanca y sabrosa) con tabouleh. Ellas se decidieron por una tarta del día, una ratatuille y un curry rojo de camarones (un plato para aullar de rico). Copa de vino para nosotros, té helado para las amigas de Mathy.

Ahí salí al ruedo. Mathy, aun sentida por mis aventuras mundialeras, comentó que no hay vuelta con los hombres y que todos son iguales. Que ven un par de pechugas y se trastornan. Que buscamos el mejor ángulo para mirar las piernas. Que somos calientes por naturaleza y cuando vemos un buen poto quedamos paralizados. Ufff. Tres contra uno era mucho, así que a sabiendas que los ataques venían directamente, cambié de conversación pidiendo los postres.

Dos cremas de maracuyá y dos manzanas Golden asadas con manjar y nueces le pedimos a la moza (que estaba bien moza, por así decirlo). Traté de poner otro tema pero fue imposible. Ellas andaban sobrecargadas y excitadas hablando de sus relaciones. Sabía que Mathy se estaba desquitando. Y le encontré razón. Mientras ellas se potenciaban y exploraban fórmulas para reventar a sus hombres, yo miraba a la mesera. Jovencita pero rica. ¡Qué ganas de tener un par de años menos! ¡Qué ganas de ser joven nuevamente! Ahora, con todos los suministros cortados por decisión de Mathy, tendré que replantear mi vida y mi computador.

Mañana mismo cambio mi fondo de pantalla por una foto de Mathy con sus nietos. Y ojalá funcione el mensaje ya que a decir verdad es lo único que tengo. Pedí la cuenta, separada por parejas obvio, y me encuentro con un agrado que me llevó a pensar en el futuro: el menú completo me costó $ 4.990. ¡Diez lucas por los dos! ¿Será verdad o estoy loco? Mi musa-moza me explicó que la cuenta estaba correcta. ¡Dejen ustedes la propina chicas! Hoy la cuenta la pago yo.

Mathy me abrazó cuando salimos del Santo Remedio. “Eres exquiso”, me dijo. Yo me acordé de mis arrancadas mundialeras cuando mi nueva musa que me dio diez años de vida me dijo algo similar. ¿Seré exquiso? Esa es la pregunta del año.

Exequiel Quintanilla

Santo Remedio: Román Díaz 152, Providencia, fono 235 0984