GATOPARDO
Un viejo nuevo en Lastarria
Un viejo nuevo en Lastarria
Dos viejas casonas remodeladas son parte del actual Gatopardo, una marca recordada en el Barrio Lastarria que luego de seis meses de remodelaciones regresa al circuito gastronómico santiaguino como uno de los buenos de la zona.
Poco dice la fachada. Poco luce, a decir verdad. Con pinta de almacén de pueblo, lo que otrora fue una carnicería y un cité, hoy alberga un remozado restaurante que bien vale la pena comentar por dos buenas razones. Su propuesta y sus precios.
Allí llegué una noche de la semana pasada. Como en varios negocios capitalinos acá el dueño es una incógnita. Hay, obvio, un administrador, Pedro Verdejo, quien gustosamente me muestra los ambientes del lugar. Uno nuevo, para fumadores y el antiguo para los que odian el tabaco. Murallas de ladrillo y baldosas antiguas. Vigas de maderas antiquísimas a la vista. Mesas de buena madera que para lucirlas las dejan sin manteles. Dos niveles y una tranquilidad que se siente a pesar de estar todo lleno. De entrada, pisco sour. Excelente aunque en una segunda visita no me gustó. ¿Veleidades del barman? Como para estudiarlo y tratar de ocupar siempre la misma receta.
Para acompañar el sour una degustación de crudos: filete de vacuno; salmón y ostiones (8.000) con rico pan recién horneado. También tienen rabas o calamares a la romana (5.000) y vinos por copa, aunque pagar $6.500 por una botella de Las Niñas cabernet sauvignon es más adecuado que pedir el vino por copas. Me sorprendieron luego unos mejillones con papas fritas, el plato nacional belga que acá lo preparan con mejillones y cholgas de gran tamaño. Rico y económico plato que puede ser para el recuerdo (3,200). ¡Buena mano en la cocina!, exclamé, y me comentaron medio en secreto que la carta de platos fue elaborada por Francisco Mandiola, el chef del Oporto que en sus ratos libres asesora este lugar. Si bien acá no se ve la espectacularidad del barrio alto, sin embargo la gastronomía y puntos de cocción son perfectos, como un celebrado atún sellado con sésamo y puré de cebollas (9.200), el plato más caro de la carta.
Hay pastas también, como los fettuccini de Giussepe con queso de cabra y alcachofas (5.700) y una serie de platos mediterráneos que gustan al consumidor que visita el barrio. Acá todo es tranquilo y eso se valora y es posible que por ello sus comedores tengan una gran afluencia de público.
De día, de lunes a viernes, y por $ 7.000 sus almuerzos ejecutivos son para envidrar: Pisco sour, buffet de entradas; dos fondos a elegir; postre, copa de vino o jugo y café, otorga otro plus al lugar. Acá no hay una cocina majestuosa. Es honesta, simple y rica. Un lugar donde uno se puede dar el lujo de comer papas fritas “a dedo” y luego limpiarse las manos en grandes servilletas de género. No hay manteles, como dije en un comienzo, pero si hay servilletas.
El día que visité el lugar estaba repleto de gringos y entremedio políticos de alcurnia gozando las novedades del local. Aun no inauguran las remodelaciones. Es posible que en octubre lo hagan. Falta aun implementar una linda terraza interior con una antiquísima palmera y decorar el salón para fumadores. Pero van por buen camino. Ojala mantengan sus precios y la calidad de la propuesta gastronómica. El barrio está comenzando a ser muy competitivo y las cosas hay que hacerlas con pie de plomo. Y, aunque aun esta en rodaje, no hay grandes incomodidades. La cocina esta funcionando bien… y con eso a favor, los detalles son sólo detalles. (Juantonio Eymin)
Gatopardo: José Victorino Lastarria 192, Santiago Centro, fono 633 6420
Poco dice la fachada. Poco luce, a decir verdad. Con pinta de almacén de pueblo, lo que otrora fue una carnicería y un cité, hoy alberga un remozado restaurante que bien vale la pena comentar por dos buenas razones. Su propuesta y sus precios.
Allí llegué una noche de la semana pasada. Como en varios negocios capitalinos acá el dueño es una incógnita. Hay, obvio, un administrador, Pedro Verdejo, quien gustosamente me muestra los ambientes del lugar. Uno nuevo, para fumadores y el antiguo para los que odian el tabaco. Murallas de ladrillo y baldosas antiguas. Vigas de maderas antiquísimas a la vista. Mesas de buena madera que para lucirlas las dejan sin manteles. Dos niveles y una tranquilidad que se siente a pesar de estar todo lleno. De entrada, pisco sour. Excelente aunque en una segunda visita no me gustó. ¿Veleidades del barman? Como para estudiarlo y tratar de ocupar siempre la misma receta.
Para acompañar el sour una degustación de crudos: filete de vacuno; salmón y ostiones (8.000) con rico pan recién horneado. También tienen rabas o calamares a la romana (5.000) y vinos por copa, aunque pagar $6.500 por una botella de Las Niñas cabernet sauvignon es más adecuado que pedir el vino por copas. Me sorprendieron luego unos mejillones con papas fritas, el plato nacional belga que acá lo preparan con mejillones y cholgas de gran tamaño. Rico y económico plato que puede ser para el recuerdo (3,200). ¡Buena mano en la cocina!, exclamé, y me comentaron medio en secreto que la carta de platos fue elaborada por Francisco Mandiola, el chef del Oporto que en sus ratos libres asesora este lugar. Si bien acá no se ve la espectacularidad del barrio alto, sin embargo la gastronomía y puntos de cocción son perfectos, como un celebrado atún sellado con sésamo y puré de cebollas (9.200), el plato más caro de la carta.
Hay pastas también, como los fettuccini de Giussepe con queso de cabra y alcachofas (5.700) y una serie de platos mediterráneos que gustan al consumidor que visita el barrio. Acá todo es tranquilo y eso se valora y es posible que por ello sus comedores tengan una gran afluencia de público.
De día, de lunes a viernes, y por $ 7.000 sus almuerzos ejecutivos son para envidrar: Pisco sour, buffet de entradas; dos fondos a elegir; postre, copa de vino o jugo y café, otorga otro plus al lugar. Acá no hay una cocina majestuosa. Es honesta, simple y rica. Un lugar donde uno se puede dar el lujo de comer papas fritas “a dedo” y luego limpiarse las manos en grandes servilletas de género. No hay manteles, como dije en un comienzo, pero si hay servilletas.
El día que visité el lugar estaba repleto de gringos y entremedio políticos de alcurnia gozando las novedades del local. Aun no inauguran las remodelaciones. Es posible que en octubre lo hagan. Falta aun implementar una linda terraza interior con una antiquísima palmera y decorar el salón para fumadores. Pero van por buen camino. Ojala mantengan sus precios y la calidad de la propuesta gastronómica. El barrio está comenzando a ser muy competitivo y las cosas hay que hacerlas con pie de plomo. Y, aunque aun esta en rodaje, no hay grandes incomodidades. La cocina esta funcionando bien… y con eso a favor, los detalles son sólo detalles. (Juantonio Eymin)
Gatopardo: José Victorino Lastarria 192, Santiago Centro, fono 633 6420