UPSTAIRS, DOWNSTAIRS
Todo depende de la pulserita
-Me regalaron una entrada para el Cata y Vino, dice Mathy al teléfono. ¿Nos encontramos allá?
Nadie me había invitado. Pero daba lo mismo. A mejores partes he entrado sin invitación y aunque en varias no me han aceptado, me recorre una corriente por la médula cuando me arriesgo a estos avatares de la vida. Si Mathy estaba invitada, ¿por qué yo no?
- ¡Nos vemos allá perrita!, dime hora y lugar.
- Hoy a las siete en el menos tres del hotel W. ¿te ubicas?
- Como si fuese mi casa, respondí.
Pleno agosto y hacía calor. La primavera parece que está comenzando a explotar en Santiago. Me deshice del sweater y partí raudo a lo que llaman el evento enológico del año. Bajé por unos grandes ascensores hasta el menos tres y me encuentro de golpe y porrazo con una fiesta digna de contar. Los salones de convenciones del hotel W son la raja. Grandes y de gran altura. Ahí, entre la confusión de todo tipo de gentes pasé desapercibido. En realidad allí no hacía falta invitación.
Visité stands. Probé algunas deli que estaban ofreciendo. En realidad más gente que comida. Una larga fila para entrar al salón principal me empezó a dar lata. Llamé a Mathy y no me contestó. Mucho ruido, pensé.
Los invitados y los presentes que habían cancelado su entrada, todos con una copa en la mano y con varias revistas en la otra (¿cómo lo harán para comerse un bocado?), reían y se abrazaban eufóricos. ABC 1 en su totalidad aunque no le hacían asco a comerse una ostra primero y un pastel de chocolate después, para regresar a las ostras cinco segundos más tarde. Yo miraba la fauna presente y sin copa, ya que no llevaba invitación, disfrutaba a concho el panorama. Vino, ostras, jamones, empanadas, sopaipillas, aceite de oliva, té, descarozados, pastas, quesos, espumosos y pisco sour reventarían el estómago más firme que tuviese asistente alguno. Yo, cauto y experto en estas lides, me conformé con un sour de manzana que ofrecía el bar de una pisquera. Y con ese cóctel en la mano, comencé a recorrer la feria.
Como todo era gratis y había que sacarle provecho a la invitación o al valor de la entrada, muchos se apiñaban en los stands para comer lo que hubiese. Ni importaba si era dulce o salado; blanco o tinto; amargo o ácido. Lo importante era sacarle dividendos al valor de de la entrada.
Cuando comenzó la premiación de los mejores vinos de la muestra, me preocupé ya que no había encontrado en ese mar humano a Mathy. Eso de ¿han visto por ahí una mina rubia Koleston, de ojos claros, mayorcita, si?, no corría en estas instancias. Era tal la cantidad de gente que era casi imposible encontrarse con nadie.
¡Usted no puede entrar acá!, me dice un tipo malas pulgas que estaba en una de las puertas. ¿Tiene pulsera?
- No tengo pulseras pero tengo amigos, le respondí.
- Poco valen acá, me respondió malhumorado.
Si hubiese tenido dos lucas me lo compro. Pero como daba lo mismo, me fui raudo al stand de la pisquera donde no pedían pulseritas ni nada. Allí pedí otro sour manzana y me quedé esperando a que pasara Mathy.
Desde mi asiento y bebiendo mi sour, miraba a los caminantes. Muchos desconocidos y varios conocidos del mundillo del vino. Toda una socialité que llegó a catar vinos de cerca de 50 viñas y más de trescientas etiquetas. Toda la farándula enológica en el menos 3 del hotel W. Todos, menos mi Mathy.
En fin. El evento era social y poco importaron los premios o los mejores vinos presentados. Todos hablaban y reían y opacaron la entrega de premios. A decir verdad el público no va a otra cosa que comer (lo que se encuentre) o a beber (lo que pille). Y yo no pille a Mathy.
…….
- Exe. ¡Te espere toda la noche!
- ¡Mathy! Me di vueltas todo el rato buscándote. ¿Dónde estabas?
- En Cata y Vino po’ menso
- ¿En alguna parte en especial?
- Yo te espere en el VIP. ¿Por qué no llegaste allá?
¡Upstairs, downstairs! Los de arriba y los de abajo. ¡Ella bebía con los de arriba mientras los de abajo la buscábamos! Ella bebía iconos mientras la plebe lo hacía con varietales. Pasé dos veces por esa zona. Grandes pantallas de televisión ocultaban los placeres que ella disfrutaba en esos entonces. ¡Con razón me pedían pulseritas de colores! No vaya a ser cosa que la plebe se junte con la aristocracia vitivinícola. Es cierto que en un estadio las entradas tienen distinto precio, pero todos ven el mismo partido.
¡Mala cosa!, pensaba cuando bebía al día siguiente un whisky de gran calidad que costaba la mitad o menos que un buen vino chileno. ¿Nos estamos poniendo homofóbicos en esto del vino también?
Dios nos ampare.
Exequiel Quintanilla