Y llegaron las fechas más esperadas por todos. Este año no sólo un “18” más sino que también comenzamos a celebrar los 200 años de independencia. No es el momento para analizar nada ni para evaluar negocios gastronómicos. Estamos de fiesta y hay que respetar la tradición. Millones de empanadas y toneladas de carne y carbón serán los protagonistas de estos días de jolgorio de los habitantes de nuestra nación.
El año no ha sido espectacular. Cerramos el verano con un terremoto que removió los cimientos de todos. Pero salimos adelante. Ante una noticia mala, otra buena. Vimos buen fútbol y gozamos hasta el infinito con nuestros escuálidos resultados. Luego, las aventuras de los 33 mineros que bien se presta para un guión cinematográfico. En fin, buenas y malas noticias tenemos todos los días.
Lo bueno del 18 es que la fiesta del pueblo se celebra en toda la comunidad. Es posible que muchos no puedan acceder a un asado regado con blanco y tinto, pero todos podrán comerse una empanada. Definitivamente la empanada chilena, la de horno y de pino, es nuestro puntal gastronómico. Sin empanadas no hay fiestas patrias que se respeten y por ello, y a través de esta columna, reivindicamos la empanada chilena como la reina de nuestra cocina. De capitán a paje, de ricos a pobres, de chicos a grandes, todos sin exclusiones se deleitan con esta especialidad. Si no hay asado, poco importa, pero si no hay empanadas, no es fiesta patria.
Brindemos con ella entonces esta semana. La acompañamos con un tinto y desde el fondo de nuestros corazones gritemos un ¡Viva Chile, mierda! Somos hijos del rigor y de las catástrofes, de muchas penas pero también de esperanzas. Por eso este mensaje. Uno de paz y felicidad.
Salud y suerte en estas fechas. De todo corazón.