miércoles, 9 de octubre de 2013

NOTAS ESPAÑOLAS

LA FRIVOLIDAD DEL DESPERDICIO

José  Carlos Capel

La preocupación por evitar el despilfarro de alimentos se asemeja a la necesidad de ahorrar energía. Derrochamos lo que no tenemos o lo que otros necesitan. Las cifras son escalofriantes. Supongo que por efecto de la crisis el tema inquieta más que nunca a políticos y organizaciones de todo tipo, incluida la industria de los hoteles y restaurantes. Y no paro de leer comentarios. En España se desperdician 163 kilogramos de comida por habitante al año, según el estudio que hace pocos meses presentó la FHER en alianza con Unilever Food Solutions. En total 7,7 millones de toneladas, el sexto país de Europa en el arte de derrochar comida. Terrible demérito. Alemania, la primera en el ranking, país al que siguen Holanda, Francia, Polonia e Italia.

Según asegura el mismo informe, en los 85.000 restaurantes que hay en España se malogran 63.000 toneladas de comida. Al parecer el 10% corresponde a lo que dejan los clientes; el 30% se pierde en la preparación de platos y el 60% es debido a malas políticas de gestión y compra.  Rutinario buffet en un desayuno de hotel. En mis viajes por el mundo he participado en esos buffet libres (all you can eat), en los que por un precio fijo los comensales comen a sus anchas lo que quieren. Sucede en hoteles turísticos, en los aeropuertos, en determinados brunchs abiertos estilo norteamericano o en los desayunos de casi todos los hoteles del mundo. Las escenas se repiten. He visto a clientes con el desayuno incluido abalanzarse sobre los mesones y atiborrar los platos disponibles, siempre intencionadamente pequeños. Los llenan con dulcería, embutidos, huevos revueltos, quesos, ahumados, bocadillos, panes, tortitas y lo que caiga. Pero su voracidad visual suele ser superior a la capacidad de sus estómagos. Antes de que abandonen los comedores el personal de servicio va recogiendo abundantes sobras mordisqueadas que terminan en la basura.

Nada más lejos de mi intención que redactar una entrada moralizante. Eso de que nos falta conciencia social lo hemos escuchado centenares de veces.

Cuando a finales de agosto estuve en el festival gastronómico de Tiradentes, en Minas Gerais (Brasil) me llamó la atención los hábitos y medidas de rutina que se manejan en aquel país para mermar el despilfarro de comida. Brasil se enfrenta a una de las tasas de desperdicio más elevadas del planeta. Me encontré por todas partes los restaurantes al peso, lugares en los que no se paga un precio fijo sino por los gramos que cada uno escoge de las especialidades ofrecidas. Self service s/balança, según indica el cartel que aparece en los muros. Se paga por lo que se elige.  Singular almuerzo buffet de campo en el restaurante Tutu na Gamela, en Trevo de Tiradentes (Brasil). Las ollas de barro colocadas al baño María contienen guisos de legumbres, estofados de carne, arroz blanco y tubérculos. Precio fijo con la penalización de la tasa de desperdicio. En otro restaurante rural, próximo a Tiradentes me llamó la atención algo insólito, cobraban una tasa de desperdicio, una penalización por los residuos en los platos. El cartel, rotulado a mano, lo deja bien claro. Y no era el único restaurante de la zona que hacía lo mismo. Supongo que se trata de una medida disuasoria contra los abusos. Desde entonces me he planteado mil veces la misma pregunta: ¿Sería posible implantar algo parecido en el resto del mundo? ¿Lo admitirían los clientes?