martes, 9 de agosto de 2016

EL REGRESO DE DON EXE


 
EN LA EMBAJADA ARGENTINA

Orondos llegamos a la Embajada Argentina en una noche muy especial. El jefe me había traspasado una invitación a ese recinto ya que se realizaría una comida gaucha gracias al alto auspicio del gobierno ché y del Instituto Nacional de Promoción Turística, algo así como nuestro criollo Sernatur.

Para qué contarles: cuando mi paquita supo que iría a la embajada, encontró que todo su ropero estaba pasado de moda y partió a comprarse pilchitas nuevas. Ni que hubiese jubilado en Capredena: vestido, abrigo (estaban en liquidación, me explicó), zapatos y carterita ad hoc haciendo composé con su tacos reina. A decir verdad se produjo como si fuera la ocasión de su vida. Yo, ya más acostumbrado a estos trotes, mi clásica y bien ponderada chaqueta de tweed y un abrigo de pelo de camello (le digo pelo de camello ya que es de color medio amarillento, pero realmente lo compré hace un par de años en la calle Monjitas, en una “vintage clothes shop”, por decirlo elegantemente).

Variopinta la fauna presente. Muchos argentinos (de la embajada supongo) y algunos aborígenes nacionales que no ubicaba. Espumoso argentino y unas empanaditas de carne y otras de pollo a la suerte del comensal. Ricas eso sí. En instantes me deslumbró una pibita que merodeaba por el comedor con una bandeja llena de copas de espumante Zuccardi

-¿Qué miras, Exe?

¡Diablos! Sofía me conoce tanto que estoy comenzando a creer que es una agente de inteligencia de algún país musulmán.

- Nada preciosa. El panorama global de esta casona, mentí.
- No me mientas guachito, me advirtió. Me gasté cien lucas en ropa para ser tu estrella esta noche y te pones a mirar cuanta promotora flaca y anoréxica que pasa por tu lado.
- Na’ que ver, linda.
- ¡Nada de linda, Exe! Últimamente las pocas hormonas que te quedan parece que las tienes en los ojos. ¡Pusiste una cara de caliente cuando viste a la flacuchenta esa!

Menos mal que me salvó la campana y nos llamaron a cenar. Mesa para ocho y un trozo de merluza negra sobre una crème brûlée de tomates secos, polvo de olivas negras y sal de limón acompañado de un buen vino malbec mendocino como entrada. Rica preparación.

- Me gusta Buenos Aires, Exe
- A mí también, preciosa. Es una ciudad enorme
- ¿Cuándo vamos? ¿Te tincaría para el 18?

Ella es como la Corfo. Siempre tiene recursos. Como sabía que a estas alturas los pasajes ya están escasos, le seguí el cuento. A decir verdad, mi fin de semana dieciochero será en Curacaví, con chicha baya y de la otra.

Ella pensaba en los cueritos que compraría en Baires y yo en el tremendo asado que me mandaría en la capital de la chicha. Cada uno en su tema cuando llega el segundo plato de la noche: unos sorrentinos rellenos con cordero ahumado y jugo de locro criollo. Realmente para chuparse los dedos y para sopear con pan el restante. Realmente un plato para orar en lenguas. Lo mejor de la noche de todas maneras.

Como era una comida gaucha, no faltó una pareja bailando tangos y milongas. Para finalizar lo salado, un bife con costra de chimichurri, papa confitada, manzana, morcillas y papas al romero.

- ¿Te gusta este plato, gordo? (después de tres copas de vino Sofía se pone siempre cariñosa).
- Rica combinación, me encantó la morcilla más que la carne ya que parece que el vacuno estaba muy estresado cuando se fue para el otro mundo… algo duro el filete.
- Estoy de acuerdo, cuchi. ¿Te cuento una infidencia?
- Dímela preciosa.
- Me compre ropa interior… Roja como el vestido de la bailarina. ¿Te tinca?

Mientras comíamos un clásico alfajor argentino con una mousse de chocolate, aire de frambuesas, nieve de almendras y salsa de dulce de leche, pensaba en los destruidos fondos de mi tarjeta de débito. Verdaderamente todo en contra. Así que decidí tomar las riendas de la situación y encarar el dilema. Yo sabía que ella quería irse a un hotel, pero me era imposible.

- ¿Tienes huevos en tu departamento?, pregunté.
- Si, responde, ¿Y eso que tiene que ver?
- Es que mañana tengo ganas de comerme al desayuno unos huevitos a la copa. Y como en mi departamento no hay huevos, nos vamos al tuyo… ahora y ya… antes que se destiñan tus prendas rojas.
- Eres un viejo zorro, respondió.

Partimos no sin antes despedirme con un besito largo en la mejilla de la pibita flacuchenta. Me pasó su tarjeta para que estuviéramos en contacto.

Puse la tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta y me olvidé de ella. Me concentré en la lencería roja. Cuando regresé a mi departamento, en la tarde del día siguiente, busqué su tarjeta y me encontré con otra. Una de la paquita con el logo de los pacos y que había escrito encima: “a mí no me engañas. Te conozco…”

¿Será una confabulación?
 
Exequiel Quintanilla