EN LA EMBAJADA ARGENTINA
Orondos
llegamos a la Embajada Argentina en una noche muy especial. El jefe me había
traspasado una invitación a ese recinto ya que se realizaría una comida gaucha gracias al alto auspicio del gobierno ché y del Instituto
Nacional de Promoción Turística, algo así como nuestro criollo Sernatur.
Para
qué contarles: cuando mi paquita supo que iría a la embajada, encontró que todo
su ropero estaba pasado de moda y partió a comprarse pilchitas nuevas. Ni que
hubiese jubilado en Capredena: vestido, abrigo (estaban en liquidación, me
explicó), zapatos y carterita ad hoc haciendo composé con su tacos reina. A
decir verdad se produjo como si fuera la ocasión de su vida. Yo, ya más
acostumbrado a estos trotes, mi clásica y bien ponderada chaqueta de tweed y un
abrigo de pelo de camello (le digo pelo de camello ya que es de color medio
amarillento, pero realmente lo compré hace un par de años en la calle Monjitas,
en una “vintage clothes shop”, por decirlo elegantemente).
Variopinta
la fauna presente. Muchos argentinos (de la embajada supongo) y algunos aborígenes
nacionales que no ubicaba. Espumoso argentino y unas empanaditas de carne y
otras de pollo a la suerte del comensal. Ricas eso sí. En instantes me
deslumbró una pibita que merodeaba por el comedor con una bandeja llena de
copas de espumante Zuccardi
-¿Qué
miras, Exe?
¡Diablos!
Sofía me conoce tanto que estoy comenzando a creer que es una agente de
inteligencia de algún país musulmán.
-
Nada preciosa. El panorama global de esta casona, mentí.
- No me mientas guachito, me advirtió. Me gasté cien lucas en ropa para ser tu
estrella esta noche y te pones a mirar cuanta promotora flaca y anoréxica que pasa
por tu lado.- Na’ que ver, linda.
- ¡Nada de linda, Exe! Últimamente las pocas hormonas que te quedan parece que las tienes en los ojos. ¡Pusiste una cara de caliente cuando viste a la flacuchenta esa!
Menos
mal que me salvó la campana y nos llamaron a cenar. Mesa para ocho y un trozo
de merluza negra sobre una crème brûlée de tomates secos, polvo de olivas
negras y sal de limón acompañado de un buen vino malbec mendocino como entrada.
Rica preparación.
-
Me gusta Buenos Aires, Exe
-
A mí también, preciosa. Es una ciudad enorme- ¿Cuándo vamos? ¿Te tincaría para el 18?
Ella
es como la Corfo. Siempre tiene recursos. Como sabía que a estas alturas los
pasajes ya están escasos, le seguí el cuento. A decir verdad, mi fin de semana
dieciochero será en Curacaví, con chicha baya y de la otra.

Como
era una comida gaucha, no faltó una pareja bailando tangos y milongas. Para
finalizar lo salado, un bife con costra de chimichurri, papa confitada,
manzana, morcillas y papas al romero.
-
¿Te gusta este plato, gordo? (después de tres copas de vino Sofía se pone
siempre cariñosa).
-
Rica combinación, me encantó la morcilla más que la carne ya que parece que el
vacuno estaba muy estresado cuando se fue para el otro mundo… algo duro el
filete.- Estoy de acuerdo, cuchi. ¿Te cuento una infidencia?
- Dímela preciosa.
- Me compre ropa interior… Roja como el vestido de la bailarina. ¿Te tinca?
Mientras
comíamos un clásico alfajor argentino con una mousse de chocolate, aire de
frambuesas, nieve de almendras y salsa de dulce de leche, pensaba en los
destruidos fondos de mi tarjeta de débito. Verdaderamente todo en contra. Así
que decidí tomar las riendas de la situación y encarar el dilema. Yo sabía que
ella quería irse a un hotel, pero me era imposible.
-
¿Tienes huevos en tu departamento?, pregunté.
-
Si, responde, ¿Y eso que tiene que ver?- Es que mañana tengo ganas de comerme al desayuno unos huevitos a la copa. Y como en mi departamento no hay huevos, nos vamos al tuyo… ahora y ya… antes que se destiñan tus prendas rojas.
- Eres un viejo zorro, respondió.
Partimos
no sin antes despedirme con un besito largo en la mejilla de la pibita flacuchenta.
Me pasó su tarjeta para que estuviéramos en contacto.
Puse
la tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta y me olvidé de ella. Me concentré en
la lencería roja. Cuando regresé a mi departamento, en la tarde del día
siguiente, busqué su tarjeta y me encontré con otra. Una de la paquita con el
logo de los pacos y que había escrito encima: “a mí no me engañas. Te conozco…”
¿Será
una confabulación?
Exequiel Quintanilla