LAS ABUELAS DEL SIGLO XXI
¿Qué tiene que ver esto con la gastronomía?
Mi
abuela y mis tías nacieron “orgánicas”, tendencia que hoy tiene múltiples
seguidores. Los tomates eran de la chacra y sólo en verano. Ni hablar de los
limones que sólo tenían tres meses de vida. Los cerdos en esa época eran
chanchos y los vacunos eran sencillamente vacas. Las gallinas comían maíz (no
transgénico) y la empleada de la casa (en esa época no existían las nanas) les
estiraban el cogote para matarlas y luego de desplumadas le quemaban los
“cañones” en el fuego. Mi abuela y mis tías tomaban “fuerte” en unos vasitos
que parecían dedales. Leían las revistas Eva, Zig Zag y Confidencias mientras
las más jóvenes escondían los Ecran, que era algo así como los programas de
farándula de la actualidad.
En
esa época no había transgénicos ni clones (al menos no sabíamos que existían).
El vino era vino (blanco o tinto) y nadie se preocupaba de las cepas. Se bebía
chacolí y aguardiente de Doñihue o de Chillán. Penicilina y cafiaspirina eran
los medicamentos para todo. Pero ellas creían más en los yerbateros para pasar
sus males. Cuando alguna de ellas llegaba al hospital, la familia completa
partía lo más rápido posible a las pompas fúnebres para hacerles un funeral lo
más digno posible.
Mi
tía Ifigenia era regordeta, cariñosa y solterona. Nunca supe si alguna vez tuvo un
romance o alguna aventurilla por ahí. De eso no se hablaba. Era una joven -
vieja cuando dejó este mundo. Es posible que hubiese tenido la misma edad que
muchas de mis amigas, con la única diferencia que ellas sí consumen
transgénicos, alimentos vitaminizados, foie gras, merlot, superochos, pollos
con hormonas, tomates Rocky y toda una variedad de vegetales y cárneos de
última generación.
Y
aún tienen buenas piernas y mejor poto. Se visten de rojo, verde pistacho y
pintan su pelo de diferentes colores. Poco les falta para hacerse tatuajes y me
lo han preguntado varias veces. O sea, tienen la intención. Varias viven solas
y disfrutan de la vida. Sus hijas son sus hijas y sus nietos son sus nietos,
pero ellas tienen vida propia.
¿Qué nos ofrecen los fundamentalistas
orgánicos, los vegetarianos, los veganos? ¿No ingerir químicos en nuestra
alimentación? ¿Comer lo de nuestros abuelos?
No
me hace mal escribir de vez en cuando algo importante (y serio). Como lo
comenté hace un tiempo: “Mientras tanto, muchos deberemos seguir con la dieta
impuesta por los países desarrollados. Esa llena de vitaminas y quien sabe qué
más, que hizo crecer a nuestra población a niveles insospechados desde los años
60. Hoy es normal ver lolos de metro noventa y calzando cuarentaycinco y lolas
con unas pechugas descomunales. ¿Habrá que dar las gracias por ello o es mejor
volver a los años que vivíamos sin transgénicos, sin Monsanto y sin químicos?”
Como
mis amigas no me inflarán en estas fiestas, estoy armando mi panorama propio.
El 17 iré por un par de piscolas (no hay que engañar el cuerpo con otros
brebajes ya que no estamos en edad para hacer experimentos) y un asadito en
Requínoa. El resto de los días estaré libre.
¿Alguien
me invita?
Exequiel Quintanilla