OBERTURA Y CIERRE
Ni
a Ripley se le pudo haber pasado por la cabeza. Digno de ser precalificado –al
igual que el Brindis del Vino que se realizó el domingo recién pasado en la
Plaza Ñuñoa-, hace algunos días nos enteramos del abrupto cierre del
restaurante “Alfredo di Roma”, que con una millonaria inversión abrió hace
algunos meses en Av. Las Condes, en lo alto de nuestra capital.
Una
vez adquirida la franquicia con los propietarios de la marca, un
exitoso empresario (al parecer con poco conocimiento del negocio gastronómico) decidió
invertir grandes sumas de dinero para instalar y ofrecer uno de los platos más famosos
del mundo, los “fetucciní Alfredo”, elaborados a la perfección (doy fe), donde
la pasta -elaborada con sémola y harina italiana-, más verdadera mantequilla
italiana y queso del mismo origen, lo convirtieron en una delicia que sólo
algunos tuvimos la oportunidad de probar y golosear, ya que se convirtió
rápidamente en uno de los platos sublimes de este año.
Sin
embargo, de la noche a la mañana el local cerró sus puertas con la excusa de
readecuar su carta, pero nunca más las abrió. Pocos deben saber la verdad del
cierre… ¿realmente abrieron o fue un experimento? ¿Game over?
En
su momento lo catalogué como un restaurante snob con remembranzas a un crucero
caribeño, donde el blin blin predominaba en un gran espacio para 200 comensales,
y su plato estrella, “L´Originale Fettuccini Alfredo, burro e parmeggiano
reggiano” ($16.900) era la mejor excusa para conocer el lugar.
Esa
fue la obertura inicial… y eso sería todo.
Cerraron
muy pronto. En mi vida dedicada a la gastronomía había conocido sólo un caso
anterior, cuando la banquetera Sofía Jottar decidió invertir sacos de dinero
para construir el SO! (en Nueva Las Condes), otro restaurante que nunca abrió
sus puertas.
Dos
casos en treinta años. ¿Merecerán certificados Ripley, ahora que están tan de
moda? (JAE)