La
cocina chilena no es picante –como la peruana, mexicana o thai- pero mantiene
tradiciones donde manda la enjundia, un sabor que nos hace característicos y
acreedores de una pintoresca historia gastronómica que se resiste al olvido. Para
esta primavera, tres platos majestuosos de nuestra cocina típica, que serían un
must en cualquier lugar del mundo.
El ajiaco chileno es una de los caldos más típicos de nuestra tierra, que por su calidad "reponedora" es consumida con gusto luego de las fiestas o celebraciones. Carne asada en tiras, cebolla en pluma y papas en juliana sobre un caldo de huesos es la base de esta preparación que se inicia con un sofrito donde no debe faltar el ajo y los pimentones rojos. A ese caldo hirviendo se le agrega un huevo –pochado- y perejil picado. Poderoso, delicioso y una verdadera inyección de energías y proteínas para poder enfrentar un nuevo día, después de una noche de fiesta. Y lo mejor es que es sano, ya que es uno de los mejores reconstituyentes conocidos.
Este
plato de bajo perfil y sin intenciones de entrar a los grandes círculos
gastronómicos, es mantenido a raya en
las picadas más tradicionales del centro de Chile. Sin embargo es una
preparación de lujo, donde todo el colágeno que aporta este plato ayuda a que
los miles de fieles que las comen (enteras o como causeo), no las cambien por
ninguna otra delicatesen mundana. Entre amigos, con una buena copa de vino
blanco y conversaciones largas y apasionadas, las patitas de chancho son todo
un emblema de nuestra cocina campesina. Cuesta encontrarlas frescas y recién
preparadas, sin embargo en este restaurante están para “chuparse los dedos”.
ARROLLADO DE CHANCHO:
NIRVANA AL
PLATO
Cuando
un cerdo está listo para ser faenado después de una larga engorda, el invierno golpea
la puerta de las casas del país, por lo tanto, se aprovecha casi todo el
animal, para matar el frío y celebrar algún aniversario. En el caso del
arrollado se utiliza la pulpa y el tocino en tiras largas, ajo, pimienta y
comino a gusto, se lo enrolla en el cuero del cerdo, pintando el cilindro que
se forma con salsa de ají y amarrándolo con pitilla, para luego cocinarlo en un
caldo, mientras la parentela comienza a llegar con el olorcito sabroso de esta
preparación.