MARGARITA
La
conocí cuando éramos liceanos y ella, Margarita, era una morocha de esas del
montón para abajo. En aquellos tiempos su mamá la obligaba a ponerse unos
vestidos de organza los días domingos para ir a misa. Dos chapes culminaban su
figura. Sin pensar que hoy es casi prohibitivo burlarse de alguien ya que el
bullying no existía (tampoco la depresión ni la anorexia), todos nos reíamos de
ella. Y Margarita aguantaba todas las bromas.
Bueno,
me estoy desviando de mi conversación inicial. Un día, Margarita se perdió de
las aulas del liceo de Curanilahue y según supe, unos tíos la trajeron a la
capital a terminar sus estudios. Ella, la fea del curso, debería lidiar con
otra estirpe y con los siúticos de Santiago.
Nunca
más supe de ella. Hasta anoche.
Cerca
de las dos de la mañana iba de regreso a mi casa luego de un vituperio de fin
de semana. Un poco excedido en esto de la Tolerancia Cero, decidí tomar en Avenida
Italia un taxi para que me dejara en mi Santiago adoptivo. La buena suerte - o
la mala ¿quién sabe?- hizo que al llegar a una esquina oscura en las cercanías
de Seminario, se nos atraviesa un Range Rover y nos pegamos un conchazo que si
bien no fue grande, el taxi salió perjudicado. Mi taxista estaba emputecido y
era que no. Descendiente de italianos, en la tarde le habían pasado un parte y
en la noche le hacen mierda su auto. Yo me persigné a sabiendas que aún estaba
vivo y vemos salir del jeep a una veterana despampanante, vestida a la última
moda.
Comenzó
a juntarse gente. Los mirones del barrio. La vieja buenamoza le pide disculpas
al taxista y le pregunta cuánto cuesta el arreglo de su V-16. Rápidamente se
pusieron de acuerdo para contar que el semáforo estaba malo y daba verde para
los dos lados (algo que nadie creería), y tras un llamado de la mujer, a los
diez minutos llega una grúa y se lleva el taxi, dejando a los mirones con gusto
a poco. Ella es la mujer de un banquero (no confunda con un bancario) que con
su talonario de cheques y un fajo de billetes en efectivo solucionó rápidamente
todos los problemas. El taxista se fue con dinero para vivir tranquilamente un
mes y no decir nada. Yo era el pasajero y el único testigo del conchazo.
- ¿Vives cerca?, -me pregunta.
-
Eso creo, respondí.- Me eres cara conocida
- Si frecuentas la Confitería Torres, podría ser, le contesté
- No –dice-, tu nariz es inconfundible.
- ¿Dónde me conociste?
Tras poner cara de inteligente dice.- ¡En el
liceo de Curanilahue!
- ¿Quién eres?
- Margarita, ¿Tu eres Exequiel?- Sí. ¡Claro que me recuerdo de ti!, mentí.
- La vida es un pañuelo, Exequiel.
- Ahora me dicen Exe.
- A mí, Margot.
- ¿Y…?
- Es una larga historia Exe. Mi marido anda en Panamá viendo unos negocios. Si me invitas a tu casa te la cuento entera. ¿Tienes un whisky para pasar este bochorno? Ya que no andas en taxi, yo te llevo.
Margarita,
la fea del colegio se transformó en Margot, la despampanante y citadina mujer, reina
de la socialité de la capital. Su marido la conoció en el cabaret Mon Bijou y
se enamoró de ella. Margot, su nombre de trabajo, con la esperanza de escalar
posiciones en el ranking de provincianos que tienen éxito en la gran ciudad,
aceptó sus requerimientos. Llevan ya treinta años juntos y ella ha reunido una
cantidad de dinero suficiente para que sus dos hijos y nietos (que no tiene),
puedan vivir a plenitud. Margot reía cuando me contaba… - A los cuarenta tiraba
más petardos que lola de veinte; ahora soy vieja… pero aún me queda cuerda. Yo,
un poco más cauto, le pregunté por lo que gastó en el taxista y la reparación
del V-16, y si su marido aceptaría esta situación.
-
Él no se mete, contestó. Yo soy una más de su harem.
- ¿La primera?- No. Pero la principal.
Eran
las cuatro de la madrugada cuando a Margot se le ocurrió poner la radio Corazón
ya que aún le gustan las cumbias y las rancheras. -¡Vamos guacho!, dijo.
¡Bailemos!-. Con poco ánimo y mucho whisky en el cuerpo acepté su invitación.
Entre cumbia y cumbia comenzó a acalorarse y a acordarse de sus antiguos
tiempos de copetinera: - No es por nada, Exe, pero dame cincuenta lucas y soy
toda tuya, dice.
- ¡Olvídalo!
- ¿Tres?
- ¡Ya te lo dije!
- ¿Y si me firmas un vale por una chela y un hot dog en Curanilahue?
A
las diez de la mañana sonó la alarma de su celular. Margot despierta
malhumorada pero me pide fervientemente un café a la vena para el hachazo. A
los pocos minutos se retira. Nunca supe su teléfono, su dirección ni siquiera
quien era su marido. Posiblemente fue una vuelta al pasado que ella necesitaba
y que yo terminé ansiando. Siempre nos han separado dos mundos. La fea
Margarita es hoy Margot, la que seduce a pesar de su edad. Yo, lo único que
conservo de la juventud, es mi gran nariz.
Exequiel Quintanilla