LOS PERIODISTAS MULTIUSO
Saben
de todo: de fútbol, de automovilismo, de farándula, de accidentes aéreos y sus
causas; de vericuetos en los juzgados y de Palacio. Conocen de cervezas y no
hay vino que les haga collera. Son capaces de entrevistar tanto a Stephen
Hawking como a Anthony Bourdain siempre y cuando le pongan un traductor. Ni
hablar de cine, saben tanto o más que Héctor Soto y Ascanio Cavallo juntos. ¿Y
de arte? Se pasean por las galerías como Pedro por su casa. Usan Avon y
escriben de Carolina Herrera y Chanel. Se visten en Johnson’s o en Marie Claire
y comentan de Ermenegildo Zegna y de Hannah Marshall (¡Ah… los pillé!).
Escriben de Borges, Joyce y Octavio Paz y en su velador tienen un libro nunca
abierto de Roberto Ampuero. Y hablan de gastronomía como si hubiesen pasado su
vida cocinando, comiendo, oliendo y mirando. Para ellos, las habitaciones de
los hoteles son piezas; las morcillas son nuestras populares prietas y no dudan
en escribir del prosciutto San Daniele como San Michele o de los Top Blanches
en vez de Les Toques Blanches.
Así
son los monstruitos que ha creado la sociedad periodística actual. Los
periodistas de hoy deben realizar tantas actividades como horas tiene el día.
No importa dónde los manden a reportear. Buscan un par de datos en Internet (su
nuevo fetiche) y se lanzan a la faena. Escriben en la noche ya que no tienen
tiempo durante el día. Un par de copy – paste también es necesario. Total, sus
jefes son tan ignaros en esas materias como ellos. Los correctores de pruebas
ponen algo de su ego también. Lo que no les parece lo cambian a su criterio. Y
así aparece publicado.
Y
nadie dice nada.
El
video de Rony Dance vende más que una crónica gastronómica o de vinos, se
excusan. Entre las pechugas de la Marlen y el confit de pato del Baco no hay
donde perderse, prosiguen. Además -y concluyen-, la gastronomía en Chile vale
un carajo.
Y
así hemos ido perdiendo páginas gastronómicas (serias) en los diarios y
revistas a nivel nacional. Ni hablar de la televisión o las radios (Ok. Radios
no tanto, pero una golondrina no hace verano). Lo que antes era la biblia para
los amantes de la gastronomía hoy es un compendio de música, cine, farándula y
cualquier otro tema más comercial para los editores. Como los restaurantes y
hoteles no hacen grandes campañas publicitarias, los jefes se encargan de
buscarles con lupa y luces especiales el más mínimo riesgo sanitario… mientras
engullen una tibia y sospechosa sopaipilla comprada en el carrito que se ubica
debajo de sus oficinas.
Nuestro
periodista debe, entonces, escribir de los nuevos restaurantes que llegarán a
la capital mientras le da mordiscos a una marraqueta con una lámina de
mortadela y bebe una lata de Coca Cola Zero. Y habla de inversiones
millonarias, de especialidades, de las nuevas bondades del chef y de los novedosos
diseños y productos mientras busca desesperadamente en la red alguna imagen que
lo inspire.
La
culpa no es de los medios. Es de la sociedad actual. Sin ingresos no hay
retorno y debido a ello la gastronomía tiene cada día menos presencia en la
prensa nacional. Sólo salvan a esta debacle algunos medios especializados ya
sea en papel o Internet.
Para
que un periodista adquiera los conocimientos necesarios para conocer más o
menos en profundidad un tema en específico requiere años de especialización. Por
ello poco les importa a los editores cubrir estas áreas del periodismo con
jóvenes recién egresados de la universidad, además con pagas bastante exiguas.
Acá no hay (salvo excepciones) posgrados en ninguna materia. Así que tendremos
que acostumbrarnos a continuar leyendo paté fuá cuando lo que realmente comimos
fue foie gras.
Lamentable.
Es lo que hay. (JAE. Publicado en revista
Lobby, 2008)