LAS MUJERES Y LA COCINA EN
TIEMPOS FEMINISTAS
Las
mujeres que son buenas en la cocina tienen un cierto desprecio por las que no
saben cocinar. Cada vez que les preguntan cómo se hace una omelette o qué es la
salsa blanca, sienten que les clavan un puñal. No les importa sin son físicas
nucleares, madres perfectas o neurólogas. Si no saben cocinar, son un desastre.
Nos produce risa el orgullo de las que presumen haber hecho bien un queque
instantáneo comprado en el supermercado. Esas que cortan el bizcocho a lo largo, lo rellenan con manjar de leche
condensada y espolvorean su superficie con esas odiosas bolitas de colores.
La mujer gomero,
por ejemplo, no sabe ni le interesa cocinar. Y lo dice: no agarra una batidora
ni aunque le apunten con una pistola. Prefiere ver Netflix, pintarse las uñas,
dormir la siesta, hacer pilates o hablar por celular antes que agarrar una
sartén. Después de todo, para eso existen los congelados. Sus hijos no conocen
otra comida que no sean alitas de pollo, vienesas y corbatitas con salsa de
tomates en tetra. Es habitual que su suegra, alertada por el semblante
mortecino de sus nietos, la hostigue con que hierva unas verduritas y que ella
insista en que eso no se le da bien, y que ha estudiado una carrera para no estar de nana
en la cocina. ¡Y lo bien que hace! Si sus hijos llegaran a ver un pollo entero
en el horno o un pescado, se tirarían debajo de la mesa para protegerse de ese alienígena
o se pondrían a llorar pensando que su madre ha matado un perro.
La perfeccionista tonta tampoco entiende nada de cocina, pero se
arriesga. Cada vez que ve una comida por la televisión, anota la receta en un
cuadernito. Pero es tal su ineptitud que, ante la duda, no sabe aplicar el
sentido común. Cree que si pone un centímetro cúbico más de aceite puede
arruinar la comida. Necesita indicaciones, cantidades y medidas tan precisas
que alguien le terminará explicando la receta paso a paso mientras va cocinando.
¿Cuánto es un chorrito? ¿Cuánto mide una cucharada? ¿Aceite de pepitas de uva
es lo mismo? ¿Mantequilla con o sin sal? ¿Leche condensada o evaporada? ¿Lo
pongo antes o después de que hierva el agua? ¿Lo “revuelvo todo” o no hace
falta?
La atolondrada no tiene sentido común y no se percata. No puede
controlar su pasión por cocinar, pero sin conocimiento. Es experta en mezclas
macabras. Para el cumpleaños de su hijo hace una torta rellena con mermelada de
duraznos cubierta con manjar y granadas porque es lo que tenía en el
refrigerador. Si le dices que eso no pega ni con Agorex, se encoge de hombros y
dice que a ella le parece que sí. Es descuidada y la comida siempre le chorrea,
se le abre y se le desarma al desmoldar. Los bordes de los platos los sirve manchados
de salsa porque no tiene el detalle de pasarles un papel para presentarlos
limpios. Sus delantales son verdaderos cuadros de manchas. Y, lo peor de todo,
hace su propia cocina fusión: le pone cubitos de caldo a todo, hace una torta
pascualina con masas pre-elaboradas de pizza, sazona todo con “adobo para
carnes y pescados”. Es la reina del orégano seco y de la salsa de tomates, hace
ensaladas imposibles que luego no sabe aliñar, hace pasta con salsas
sorprendentes y ofrece flanes o tartas mal desmoldados sin ningún rubor.
"Se ha roto al sacarlo, pero da igual: está igual de rico" y “en el
estómago todo se mezcla”.
La superwoman está tan convencida de su destreza para la cocina
que, ni siquiera cuando está de visita, con un menú cocinado por la anfitriona,
puede dejar de alabar sus propias dotes culinarias. “Cuando pruebes el asado
que yo hago...”, “las empanadas árabes son mi especialidad y con la masa
original”, “tendrías que haber mojado el molde para que no te pase eso, yo lo
hago siempre y me sale perfecto”. Incluso tiene adiestrada a su familia para
que corrobore su experiencia culinaria en público. Es de las que le gusta
invadir la cocina ajena, para escudriñar y dar consejos permanentemente. Sin
embargo, tarde o temprano, cocina ella y comprobamos, asombrados, que es una
simple y novata amateur. Asados sin salsa, (a cualquiera le queda impecable un
trozo de carne al horno), pasteles vulgares, albóndigas y empanadas árabes con
masa gomosa de harina candeal. Cosas que, para su familia son una pequeña
maravilla, pero para los demás una vulgaridad. Pero se lo callan por cortesía y
ella seguirá siendo la de siempre en cualquier otro lugar.
La insegura no supo por dónde se agarraba una sartén hasta que
se casó. Pero, eso sí, queriendo ser la esposa perfecta se compró varios libros
de cocina y memorizó cuatro recetas fáciles que son las que lleva haciendo
años, temblorosa y alerta, como si fueran cirugías a corazón abierto. Y su
esposo -si sigue enamorado y conociéndola bien- cree que -por no haber
incendiado la casa con el aceite hirviendo- su esposa ya es todo un Acurio.
Cada vez que hace un budín de pescado, el marido aclara que “lo hizo ella” como
si nosotros fuéramos a hacer la ola porque la pobre pudo sacar algo del horno
sin incendiar el edificio. Para ella, la cocina es una tarea tan difícil que,
cuando sirve un flan común, lo hace temblando de nervios asegurando que es la
primera vez que lo hace y que no sabe cómo habrá salido. Y si cometes la
imprudencia de elogiarle el plato, te ofrece la receta. ¡La receta! Y
conteniendo la risa te preguntas ¿para qué quiero yo la receta de un flan que
sólo es leche con huevo y azúcar? ¿Querrá darme también la receta del huevo
frito y de la ensalada mixta? ¿Tendrá idea de cómo se hacen las tostadas o como
se bate un poco de crema? Y, por cortesía, le decimos que no, que como a ella
no nos saldría igual.