¡
¡QUE VIENE EL LOBO!
Pareciera
que la etiqueta de moda en las estanterías de los locales que expenden
alimentos, empieza con un “sin” y termina con un “gluten” o “lactosa”. Si bien
no cabe duda de que la intolerancia alimentaria existe y que para las personas
que se ven obligadas a renunciar en parte o totalmente a determinados
componentes alimenticios ese distintivo les facilita la compra, ha surgido otro
fenómeno. Cada vez son más las personas que optan por consumir productos “sin”
aunque su salud no lo requiera ni tampoco les aporte beneficio alguno.
Hoy
en día, asociamos de inmediato nuestro malestar con la alimentación. Quien
amanece con dolor de cabeza tras haberse bebido el contenido de una botella de
alcohol durante una velada amena la noche anterior, fácilmente se plantea la
duda de si sufre intolerancia a la histamina. A la inversa, muchas personas
afirman que al renunciar a ciertos alimentos han experimentado efectos
fantásticos: quien sólo bebe leche sin lactosa se siente, de repente, más
ligero. En Alemania, la Sociedad para la Investigación del Consumo descubrió
que en 2016 se cuadriplicó el número de personas que compraba productos sin
lactosa en comparación con 2007.
Más
recientemente, una encuesta entre cerca de 2.500 personas (y esto es
copy-paste), elaborada por el instituto de estudios de mercado Ears and Eyes
por encargo de la revista Spiegel, demostró que “uno de cada cuatro alemanes
renunciaba a determinados alimentos porque creía que no los toleraba. Entre
estos, un 11 por ciento había reducido el consumo de vino tinto, queso y
diferentes productos de carne y pescado porque contenían histamina. Los
investigadores, sin embargo, todavía discuten si se puede hablar de una
intolerancia a la histamina. En cuanto al gluten, un 9 por ciento de los
encuestados señalaba que evitaba todos o parte de los productos que lo
contienen, a pesar de que solo el 0,3 por ciento de la población de Alemania
sufre celiaquía, lo que les obliga a renunciar al gluten. Además, todavía no se
sabe a ciencia cierta si existe una sensibilidad al gluten no celíaca. El mismo
estudio señala que un 13 por ciento de los consultados limita o suprime el
consumo de alimentos concretos (el maní, entre otros muchos) porque son
alérgicos. Según los expertos, solo entre el 2 y el 3 por ciento de los
alemanes sufre una alergia alimentaria”.
Cuando
las intolerancias alimentarias se convierten en una moda y se frivolizan
enfermedades reales, los protocolos sobre manipulación de productos se relajan,
con lo que aumenta el riesgo de contaminación cruzada. Dicho de otra forma: los
restaurantes están tan acostumbrados a lidiar cada día con falsas alergias a
tal o cual producto -que no se nos olvide la lactosa, otra moda en auge-, que
acaban por no tomárselo demasiado en serio cuando un cliente pide un menú
especial.
El
clásico “¡Que viene el lobo!” que nadie se cree. Hasta que el lobo, el gluten,
la lactosa, los mariscos o lo que sea, vengan de verdad.