NORMANDIE
Ninguna
bloguera de la nueva generación podría escribir una nota certera del Normandie,
ya que sobre sus mesas y su larga barra hay una historia que no conocen ni
desean conocerla. La inmediatez y la moda mandan en sus limitados textos y
posiblemente de esa manera se van perdiendo iconos en la ciudad, ya que lo que
hoy es importante nada tiene que ver con lo que hace algunos años era
necesario.
Escribo
de un restaurante que sin remecer la estructura de lo que pasaba en los albores
del siglo XXI, cambió en parte el diseño gastronómico capitalino. En su
interior todo puede recordar a Francia. Sus maderas, su decoración, sus espejos
y mil y un detalles hacen que sentarse en una mesa sólo a tomarse un café, sea
una delicia. Da la sensación que es bastante más longevo aunque sólo tiene 14
años de vida. Pero el Normandie es más que un café o un bar. Es un restaurante
hecho y derecho y su especialidad es una mezcla entre la sabrosa comida belga,
la refinada gastronomía francesa, algo escandinavo y un poquito de la Madre
Patria.
Un
lugar ameno que llama a la charla. A conversar una botella de vino sin
preocuparse de la hora. Lugar para atreverse a comer unos escandinavos roll
mops (pejerreyes macerados en vinagre y especias, $7.000) o sencillamente
compartir una tortilla a la española (5.100). Más de un famoso llega de noche a
sentarse en una de sus mesas. Y se sienten cómodos ya que nadie los molesta.
Créame… posiblemente este sea un lugar para enamorar o enamorarse.
Atractivo
y económico –en su medida-, su carta combina crepes, pato y conejo (como
banderas), carnes, aves y pescados. Tradicionales son sus Moules au vin
blanc (9.500), una gran olla de choritos
al vapor cocinados al vino y acompañados de una gran porción de papas fritas,
que bien podría servir como fondo luego de una Soupe à l’oignon gratinée
(4.400), su clásica y eterna sopa de cebollas.
Famosos
son su Conejo a la cazadora o a la mostaza (7.900) y el Pato en variadas formas
(9.500). Una cocina campesina francesa que denota preocupación y que siempre
alegra el espíritu. La pasta, tan típica italiana, logra desde siempre un
espacio en los bistró franceses y acá son casi (casi) sublimes. Unos simples
fetuccini al ajo y aceite de oliva (5.700), o una pasta fresca rellena con
espinacas con salsa de queso azul (6.800), son parte de los aciertos de este
especial lugar.
A la hora de los postres, los clásicos se hacen presente: Crème Brûlèe (3.100), y
Tarte Tatin (3.600) entre los favoritos. Y fuera de los horarios de almuerzo y
cena, el lugar funciona como cafetería y bar.
Si
se preocuparan un poco más, el lugar sería grito y plata. Hablamos de aciertos,
pero hay errores, que si bien no son horrores, hay que mejorar, como esconderle
la sal al cocinero y tener buen ojo para adquirir las materias primas. Cocinar
en la actualidad (y lograr reconocimientos) requiere estudios de mercado y
disposición. Ayer podrían funcionar las Crêpes Suzette elaboradas con jugo de naranjas
de caja y Triple sec como licor de expedición. Hoy es necesario (aunque sean
más caras) trabajar con naranjas naturales y Drambuie o Grand Marnier. Eso hace
una diferencia enorme, sin dejar de lado la estructura de precios. Igual tema
sería el aceite de oliva. Tenemos suficientes marcas y valores para no
ofrecerlos atrojados o sin valor organoléptico alguno. Detalles que a la larga
definen el futuro de un promisorio negocio ya que un promedio de 18 mil pesos
por persona con vino incluido es casi una extravagancia en un Santiago donde
generalmente una botella de vino tiene ese valor. Si resumimos, es uno de los
locales más económicos (y buenos) que he visitado este año. Un best value que
es imprescindible recomendar aunque no figure en ninguna lista de best sellers
ni esté esperando premios que no le interesa tener. Acá se come (y bebe) bien y
punto… y eso es lo que esperan sus clientes. (Juantonio Eymin)
Normandie: Av.
Providencia 1234, fono 22236 3011