VIAJAR EN TREN
¡Malta,
bilz y pilsen!, gritaba el viejo vendedor que tras una cotona beige apaciguaba
la sed de los pasajeros en los ferrocarriles de antaño. Al centro de los
coches, entre los pasajes de primera y segunda clase, omnipresente, el coche
comedor. Y sólo para algunos, ya que aventurarse en esas mesas y sillas nunca
fue económico.
Los
trenes salían de Santiago rumbo a Puerto Montt; y a Valparaíso (vía La Calera)
en los años 70. Ya no existía la ruta del norte pero aún quedaban vestigios del
boato en algunos trenes y la singular posibilidad de dormir en sus coches –
dormitorio, como los que ofrecía el tren “el valdiviano” y el “flecha”
Años
tranquilos donde las dueñas de casa en perspectivas de un viaje de más de tres
horas, llevaban su propio picnic para amortiguar el hambre de sus retoños:
huevos duros, pan con pollo (o derechamente un pollo a la cacerola), galletas y
un cuantuay.
Los
adinerados de la época no llevaban picnic. Esperaban que el conductor les
avisara que el coche comedor estaba abierto para raudos partir por el servicio
de comidas del tren. Allí, otros viejos enfundados en chaquetas blancas
ofrecían una carta que nunca variaba: bistec con arroz, huevos fritos, pollo
escabechado y sopa. Para beber, blanco y del otro. De postre, duraznos en
conserva con crema. Como “extras”, churrascos y sánguches de queso y jamón. Y
eso sería todo.
Y
todos eran felices mientras saboreaban los platos. Nadie, que yo sepa, se ha
olvidado de los huevos fritos que se preparaban en la misma sartén que a la
hora de almuerzo servía para hacer los bisteques. Una delicia comparada hoy
sólo a los huevos trufados.
Es
que el tren marcó una época. Para bien o para mal vivió con nosotros durante
los años de nuestra infancia y juventud. Para las generaciones modernas es
posible que nada les signifique y lo consideren algo fatuo, sin importancia alguna.
Para ellos es posible que lo confundan con el Metro. Para otros el tren es
parte de su vida. Y se alegran recordarla.
Y
se acordaban de los boletos de cartón que con cada pasada del inspector, una
muesca quedaba para el recuerdo. De la estación de Rancagua, donde muchos
caballeros de la época disfrutaban un trago apurado durante los seis minutos
que el tren estaba detenido. Otros recordaban los famosos “tracatraca” de las
ventanas que se cerraban inesperadamente. Los menos añoraban el viaje a San
Felipe en el tren de trocha angosta. Pero todos añoraban como si fuese hoy los
huevos duros, los queques, las galletas, el pollo envuelto en papel kraft y el
vendedor de diarios que cada cierto tiempo pasaba ofreciendo la revista “En
Viaje”, una especie de almanaque con destinos nacionales a los que se podía
llegan en tren.
Los
que viajaban en primera y en segunda se juntaban en el coche comedor. La cosa
en esos tiempos era un poco más transversal. Un poco solamente ya que los de
tercera… al fondo del tren, no se atrevían a mezclarse con “los pijes”. La
tercera clase, con sus asientos de madera y cojines de cuero, quizá era la
aproximación más cercana a la clase turista de nuestros aviones. Con la
diferencia que el espacio era muchísimo mayor.
Tres
distintos tipos de locomotoras me llevaron alguna vez a destino. Carbón, diesel
y eléctricas. Las tres (en su época) llegaban a la hora y eran un ejemplo de
puntualidad. ¿Cómo no añorar los ferrocarriles de antaño? ¿Por qué los destruyeron?
¿Fue
que ferrocarriles se transformó en la caja pagadora de favores de los gobiernos
de turno, como me explica un serio periodista y abogado? ¿Será que por
políticas de Estado al país le interesaba más tener una ruta vial rentable?
Sea
lo que sea nos dejaron sin pan ni pedazo. 50 minutos entre la Estación Central
y Rancagua fue mi último record aun no igualado por ningún medio de transporte.
Eran eficientes y lo echaron todo a perder. Aun así quedan recuerdos y
añoranzas. Los huevos duros pasaron de moda junto con los trenes. Las
sustancias de Chillán y las tortas de Curicó también. Hoy, abandonados en alguna
vieja estación ramal, los trenes no descansan en paz.
Aunque
no lo crean, muchos fuimos tremendamente felices arriba de un tren. (JAE)