LO COMIDO Y LO BAILADO…
-
¿Un funeral, eh?
-
No te entiendo, Sofía.- No te hagas el de las chacras, Exequiel. No te resulta.
- Aun no te entiendo, preciosa.
De
mal modo toma un diario que tenía en el sofá y me lo pasa.
-
Averígualo solito y tómate tu tiempo. Yo ahora salgo con una amiga a un after
office.
- ¿After qué?- After office, menso.
Estaba
tan emputecida que mi instinto de supervivencia no me dejó decirle que estaba
envidiosa ya que como uniformada que era, no le permitían sacarse fotos. Pero
me contuve y tras el portazo que dio me quedé solo y con el diario en cuestión.
No tenía idea pero ahí estaba yo, bebiendo un gintonic en la terraza de un bar
de Providencia con Abril, la peruanita colorina que había venido una semana a Santiago
y que nos juntamos para hacer recuerdos… recuerdos ya que debido a que en febrero no hay noticias, los ágiles
reporteros de la prensa inventan páginas sociales veraniegas.
¡Con
razón mi Sofia estaba furiosa!
No
quise esperarla ya que no valía la pena. Como aún era temprano y mi día no
podía terminar de abrupta manera, llamé por teléfono a Margarita, una jovial
argentinita que tiene una especie de boutique en Providencia. ¿Me aceptas una
invitación a cenar? -pregunté con mi mejor voz de conquistador-. Ella, sin
desvanecerse -ya que nadie se desmaya por mí a estas alturas de la vida-, me
contesta que feliz lo haría, pero que tiene un par de problemas familiares que
le impiden aceptar el convite.
Opción
uno: un fracaso. Me acordé de la Fran pero me contestaron que estaba en Miami
en un curso; de Jacinta, y otra vez fallé ya que estaba visitando el casino de
Talca. ¡Michelle, ella sí!, pero otro error. Era su día libre. Tras cinco
llamados posteriores a Maca, Eva, Renata, Anita y Claudia, llegué a la
conclusión que mi after office sería muy aburrido. Menos mal que no me deprimo
ya que si así fuera, ese día estaba para el suicidio. ¿Dónde mierda quedaba mi
fama? ¿Qué dirían si me ven tomándome un trago sin compañía en algún tugurio de
mala muerte?
Mala
cosa.
Con
la puteada de la paquita no tenía hambre y para variar su teléfono no lo
contestaba. Caminé un rato por Coventry con la mirada puesta en las rayitas que
hace el cemento entre un bloque y otro de la acera. ¿Por qué no habrá un bar en
esta calle?, feliz habría entrado a uno a beber un martini en vodka.
Sin
horizontes de algo entretenido esa tarde-noche, regresé a mis tierras. Llegar
al centro la hora en que un millón de autos pululan por las calles de Santiago
no es fácil. Cuando llegué al departamento econtré una hoja de cuaderno de
matemáticas (con espiral) que con un plumón rojo Sofía había escrito “Perdona
Exe, son sólo celos”.
¿Celos?
¿De qué? ¿Del gintonic?
- Querido… te llamo desde Mayami… ¡supe que me andabas buscando!
- Cierto, pero ya pasó.
- Nada de eso. Te espero el jueves a cenar. ¡Tengo mucho que contarte!
- Pero…
- Nada de peros, Exe. El jueves a las nueve de la noche. ¡Te llevo de regalo una caja de puritos!
Yo
sé que a nadie le falta Dios, pero aquí me la están tirando con pala. Ahora, y
con la cueva que ando, capaz que aparezca el domingo en las sociales de El
Mercurio cenando con la Francisca.
Definitivamente
tendré que irme paso a paso. Los incendios se apagan de a uno y no todos
juntos. ¿Qué hago si Margarita también llama para invitarme a cenar?
Tiene
razón mi uniformada cuando dice que me voy a ir al cielo –o al infierno- en
pelotas, con una piscola en la mano, una corbata puesta como cintillo indio en
la cabeza y que seré titular en “La Cuarta”. Definitivamente no soy un buen
ejemplo.
Pero lo comido y lo bailado…
Exequiel Quintanilla