PARRA Y CAÑAS
Dos amigos
inseparables
Érase
una vez -y hace muchos años-, un par de mocosos se conocieron en una escuelita
rural. Parra era hijo de los dueños del fundo donde el papá de Cañas era
inquilino. Como tenían la misma edad y en el campo existía sólo una escuela, se
criaron juntos. Parra terminó sus estudios y convirtió en abogado. A Cañas sólo
le alcanzó para la educación básica.
Parra
es un gourmet. Cañas, come lo que puede. Pero la amistad de la infancia nunca
la perdieron. Parra lo ha sacado un par de veces de la cárcel ya sea por
injurias a la autoridad o por quedarse dormido en la plaza del pueblo.
Como
en todos los cuentos urbanos, Cañas se vino a vivir a Santiago y se acomodó en
una pensión en las cercanías de la Estación Mapocho. O sea, conoce todo el sub
mundo. Parra vive en Manquehue, tiene una familia exitosa y es un abogado de
prestigio.
Aun
así, con sus diferencias sociales, se juntan una vez al mes en algún boliche.
Parra lo lleva a grandes restaurantes y beben buenos vinos, enseñándole las
diferencias entre un reserva, un blend o un ícono; le explica de los vinos
boutique y las nuevas tendencias. Cañas lo invita a picadas, generalmente cerca
del mercado, donde deben beber en tazas de té, ya que son merenderos sin
patente de alcoholes. Parra trata de enseñarle a Cañas los grandes sabores como
los pinot noir costeros, los dulces late harvest, los balsámicos sauvignon del
Maipo y los maravillosos carignan de sus propias tierras sureñas. Cañas hace lo
mismo, pero con los pipeños de Franklin o los litriados en caja de venta
masiva.
¿Ustedes
piensan que mi amigo es Parra? ¡No señores! Mi amigo es Cañas. Lo conocí en un
lenocinio de un pueblo sureño una noche de juerga. Todos sabemos que en los
pueblos pequeños las fiestas terminan donde las señoritas tratan de tú. Dos
desconocidos me querían golpear ya que según ellos les había robado a su mina,
en esos entonces la reina de Chanco. Cañas (o Cañitas), sin conocerme, salió en
mi defensa y se enfrentó a ellos con un cuchillo carnicero. Desde ese día somos
amigos. No nos vemos casi nunca, pero cuando nos juntamos, tiemblan las quintas
de recreo y los bares populares.
La
semana pasada me encontré con él. Estaba pasando un momento difícil ya que le
había agarrado ciertas partes a una garzona de Las Lanzas y ella había llamado
a carabineros. Por casualidad pasé por ahí y me lo encontré discutiendo con la
guapa y don Manolo, el dueño del lugar.
- ¿Cañitas…, ¿qué haces por aquí?
- ¡Exe, que gusto verte!
- ¿Y este escándalo?
- ¡La cholita dice que le agarre el culo!
- ¿Y lo hiciste?
Se persignó y me juró que no.
- ¡Van a llegar los pacos!, me dice, ¿Tení
celular pa’ llamar al Parra?
- ¿Quién es Parra?
- ¡Mi abogado pues!
Llamamos
al tal Parra y no contestó nadie. En eso estábamos cuando llega un
radiopatrullas y se bajan dos carabineros al mando de un subteniente con cara
de recién egresado de la Escuela.
La
morocha reclamaba que Cañitas le había agarrado las nalgas a dos manos. Cañitas
retrucaba diciendo que él solo comía guatitas y que de día era impotente. Don
Manolo trataba de calmar a su público y los uniformados estaban atentos a las instrucciones
de su superior. Me acerqué a la afectada y le pedí que lo dejara a mi cargo.
¡Es un huaso de mierda!, le comenté, pero buena persona.
El
uniformado, con más grado que edad, miró a don Manolo y a la morocha y les dijo
que no podía meterlo preso por suposiciones y que yo me haría cargo del
problema.
-Mire
caballero. Lléveselo de aquí y no vuelvan -al menos juntos- a Las Lanzas. Y
pórtense bien.

- ¡Eres un degenerado!, escuché de repente.
- ¡No es mi culpa, hermanito!, son mis manos
las que no me responden. ¿Nos vemos en la noche? Quiero presentarte a Exe, un
buen amigo.
- ¿En alguno de tus tugurios?
- De todas maneras, po’ perrito, ¿o querí que
te invite al Ritz?
Así
conocí a esta dupla. Parra y Cañas. Lo más genial es que Parra no deja a Cañas
nunca. Son diferentes, pero como hermanos. Cada uno en su estilo y con su forma
de ser. Personalmente, me gustaría tener la plata de Parra y el desparpajo de
Cañas. A pesar de sus grandes desigualdades, en ellos impera la amistad. Uno
bebe vinos carísimos y a veces fuma habanos; el otro le hace al tetra, al bidón
(cuando se siente millonario) y con suerte fuma Hilton, pero se quieren y
respetan. Aun así, hay algo que los une: son lachos por naturaleza. Y San Pablo
abajo, en un cabaret de mala muerte, tomando terremotos y bailando con unas
musas piernudas y fragantes gracias a los aromas dulces del pachulí, finalizo
estos recuerdos que me tuvieron casi un día en coma etílico.
Es
absolutamente cierto que el mejor vino no es necesariamente el más caro, sino
el que se comparte
Exequiel Quintanilla