martes, 9 de junio de 2020

LA NOTA DE LA SEMANA



UN PLATO AMARGO

La vida está pensada para que los viejos cerremos las cortinas antes que los jóvenes, ya que tenemos nuestra vida hecha y muchas veces llenos de enfermedades debido a la edad. Por eso, cuando el sábado pasado me enteré del deceso de Ciro Watanabe, un escalofrío recorrió mi espalda: no podía ser. ¡Qué desgracia más grande!

Tenía solo 39 años y una carrera brillante desde que llegó a Santiago –proveniente de Lima- a hacerse cargo del restaurante nikkei Osaka, en aquellos entonces ubicado en el cuarto piso del hotel W. De ahí en adelante su carrera fue en ascenso. Divertido, talentoso, simpático y genial fueron parte de su forma de ser; hábil con los cuchillos, con un gran sentido del sabor en sus manos y siempre dispuesto a ayudar, se posicionó rápidamente como uno de los mejores cocineros nikkei del país, hasta el día de su partida, ocurrida en Lima, su tierra natal.

Muchos recuerdos y poco espacio para destacar la vida de Ciro. Queda su familia, que debe estar más derrumbada que nosotros, pero también deben sentirse orgullosos de su carrera durante sus años en Chile. Lo extrañaremos durante mucho tiempo. En nuestra memoria seguirás vivo, ya no te mueres cuando te entierran, sino cuando te olvidan.

Hasta siempre, Ciro.