UN PLATO
AMARGO
La
vida está pensada para que los viejos cerremos las cortinas antes que los
jóvenes, ya que tenemos nuestra vida hecha y muchas veces llenos de
enfermedades debido a la edad. Por eso, cuando el sábado pasado me enteré del
deceso de Ciro Watanabe, un escalofrío recorrió mi espalda: no podía ser. ¡Qué
desgracia más grande!
Tenía
solo 39 años y una carrera brillante desde que llegó a Santiago –proveniente de
Lima- a hacerse cargo del restaurante nikkei Osaka, en aquellos entonces
ubicado en el cuarto piso del hotel W. De ahí en adelante su carrera fue en
ascenso. Divertido, talentoso, simpático y genial fueron parte de su forma de
ser; hábil con los cuchillos, con un gran sentido del sabor en sus manos y
siempre dispuesto a ayudar, se posicionó rápidamente como uno de los mejores
cocineros nikkei del país, hasta el día de su partida, ocurrida en Lima, su
tierra natal.
Muchos
recuerdos y poco espacio para destacar la vida de Ciro. Queda su familia, que
debe estar más derrumbada que nosotros, pero también deben sentirse orgullosos
de su carrera durante sus años en Chile. Lo extrañaremos durante mucho tiempo.
En nuestra memoria seguirás vivo, ya no te mueres cuando te entierran, sino
cuando te olvidan.
Hasta
siempre, Ciro.