¡SANGRE!
Roja brillante y luego oscura. La de los caídos. La farándula y la prensa amarilla nos predisponen a gozar con los restaurantes que caen en desgracia. Cerró fulanito, comentan mientras sonríen maquiavélicamente… pronto caerá zutano y mengano está pasando por muchas dificultades, aseguran. Se sabe más de los derrotados que de los florecientes. Poco interesa que un restaurante u hotel tenga buenos resultados. Más importan las quiebras, los cambios de propietarios o de chefs. Sangre es el leitmotiv.
Y desgraciadamente nos estamos acostumbrando a esos comentarios. Ya no leemos con entusiasmo las críticas gastronómicas. Ahí no hay grandes emociones. Buscamos las desgracias de los otros para satisfacer nuestros más ocultos instintos (y apostamos que está leyendo este artículo). Nunca nos enteramos de los sacrificios y de las inversiones que existen tras la puesta en marcha de un local. Le damos la espalda a ello.
Pero la culpa no es nuestra. A pesar de todos los vaticinios negativos y de las advertencias recibidas, muchos pseudo empresarios gastronómicos piensan que un restaurante es un negocio rentable y con futuro. Grito y plata, comentan luego de copiar una libre versión de un restaurante extranjero que conocieron. Desoyen los comentarios e invierten 100, 200, 300 o más millones en un negocio incierto y de mucho sacrificio en un país donde la idiosincrasia es absolutamente diferente a la de su modelo. A los seis meses están desesperados. Las sumas y restas no cuadran y comienzan a buscar –casi siempre en el anonimato- alguien que compre este “lucrativo” negocio. Sus asesores, ingenieros y arquitectos –bastante caros-, tampoco conocían el quehacer gastronómico.
Y así continúa la bicicleta. Abriendo y cerrando, cambiando paulatinamente de propietarios y algunas veces de nombre. No se percatan que en la actualidad, aparte de espaldas con mucho dinero, sólo sobresalen los fuertes y los que tienen la suerte única de dar en el clavo con el lugar y su propuesta.
Y como las recetas no existen, muchos son los que aun persisten en instalarse con locales gastronómicos. Y así como abren deben lamentar después una millonaria inversión tirada al tacho de la basura. Fulanito, Menganito y Zutanito se van entonces con la cola entre las piernas pensando en lo que hicieron mal, mientras que el comentario de los conocedores es uno sólo: se metieron en un zapato chino. Y peor aun, varios pretenden regresar a las pistas “cuando mejoren las condiciones”.
¿Qué fumarán?